WP_Post Object ( [ID] => 20772 [post_author] => 28817 [post_date] => 2014-09-03 20:17:12 [post_date_gmt] => 2014-09-03 18:17:12 [post_content] => La información económica publicada en la zona euro durante el verano no ha sido muy alentadora. Una vez más los datos han decepcionado y contrastan con una economía americana que va ganando solidez y que aproxima a la FED al momento en el que tendrá que empezar a subir los tipos de interés. Sin embargo, en la UEM, al reducido crecimiento real en la zona euro en el segundo trimestre (+0,2%) se ha unido el dato más bajo de inflación en 5 años (+0,3% en agosto), con algunos países como Italia en los mínimos de los últimos 55 años. De esta manera, el crecimiento nominal trimestral es claramente insuficiente, sobre todo, si pensamos en los países del sur de Europa que necesitan desapalancarse. Y recuerda mucho a la situación de Japón en los últimos 20 años. Es más, las bajísimas rentabilidades de la deuda pública (en zona negativa hasta el plazo de 2 años en buena parte de la UEM) estarían descontando una larga etapa de bajísimos crecimientos nominales en la región, con el evidente riesgo de terminar cayendo en un proceso deflacionista. Ante este panorama y mientras los políticos europeos anuncian la enésima reunión en Italia a la búsqueda de medidas que aumenten el empleo en la zona euro, el único que ha vuelto a hablar alto y claro ha sido el presidente del BCE en la reunión de banqueros centrales de Jackson Hole. Hay que reconocer que el verano suele inspirar a Draghi y después de las milagrosas palabras de hace dos años (“whatever it takes….”) esta vez pronunció un interesantísimo discurso en EEUU sobre el problema del desempleo, alertando que el futuro de la zona euro dependerá de la capacidad de las autoridades económicas en afrontar esta lacra. Draghi reconoció que los elevados niveles de paro, en parte se deben a factores cíclicos y en parte a factores estructurales. Europa está muy cerca de la trampa de la liquidez y los tipos de interés reales son excesivamente altos para alcanzar equilibrios en los mercados de bienes y factores de producción. Por tanto, el desempleo sólo se puede afrontar con una adecuada combinación que incluya políticas de oferta y demanda. Por tanto, en el recetario de Draghi (al estilo de las tres flechas de las Abenomics en Japón) se incluyen tres grandes tipos de medidas: 1) Políticas de oferta/reformas estructurales, 2) Política monetaria y 3) Política fiscal. En el primer punto no hubo muchas novedades, para aumentar el crecimiento potencial y reducir el desempleo estructural se necesitan reformas en los mercados de trabajo y, sobre todo (aunque no lo dijo explícitamente) que dos países como Francia e Italia pongan en marcha medidas para flexibilizar sus economías. Sin embargo, las novedades más importantes del discurso vinieron en la parte que le atañe (política monetaria), pero sobre todo, en las recomendaciones de política fiscal. En el primer punto y fuera del discurso que se repartió a la prensa, Draghi dejó claro que el BCE utilizará todos los instrumentos a su disposición para asegurar la estabilidad de precios, es decir, se va aponer en marcha un programa de compra de ABS y, si es necesario, el BCE comprará títulos de deuda pública (QE). Y la probabilidad de todo ello aumenta, pues Draghi reconoció un fuerte descenso de las expectativas de inflación en los últimos meses, es decir, el BCE va “por detrás de la curva de inflación”. Pero todavía más sorprendente es que Draghi abogó por una política fiscal más expansiva, justificada por el significativo componente cíclico del desempleo en Europa y por la limitada eficacia de la política monetaria en un contexto caracterizado por una baja inflación y una elevada deuda pública y privada. En este sentido presentó cuatro ideas: 1) flexibilizar los objetivos de políticas fiscal, 2) modificar la composición de las políticas fiscale: menos impuestos en las áreas con multiplicadores fiscales más elevados a corto plazo y menos gasto público en las zonas con multiplicadores más reducidos, 3) más coordinación en las políticas fiscales de los 18 países del euro (forma muy educada de pedirle más inversión pública a Alemania y sus vecinos) y, 4) un programa de inversión pública a nivel europeo (propuesta Juncker). Sólo con esta intervención, Draghi consiguió recuperar a los mercados financieros después del susto de principios de agosto y acentuar el debilitamiento del euro, variable clave para reequilibrar el crecimiento entre las dos grandes potencias. En este contexto, para la reunión del BCE del jueves, no parece muy probable que se anuncien nuevas medidas (aunque hay gente que piensa en una nueva bajada de tipos de interés), pero sí que se mantenga el tono “dovish” de Jackson Hole. El QE sólo se considerará después de los “stress-test”, una vez que se compruebe si los TLTRO han tenido alguna incidencia. Pero lo importante, es que el BCE reconoce que la política monetaria tiene límites y que sólo con una adecuada coordinación con la política fiscal y las políticas de oferta se pueden afrontar los problemas en Europa. Por tanto, es el turno de los políticos. 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La información económica publicada en la zona euro durante el verano no ha sido muy alentadora. Una vez más los datos han decepcionado y contrastan con una economía americana que va ganando solidez y que aproxima a la FED al momento en el que tendrá que empezar a subir los tipos de interés. Sin embargo, en la UEM, al reducido crecimiento real en la zona euro en el segundo trimestre (+0,2%) se ha unido el dato más bajo de inflación en 5 años (+0,3% en agosto), con algunos países como Italia en los mínimos de los últimos 55 años. De esta manera, el crecimiento nominal trimestral es claramente insuficiente, sobre todo, si pensamos en los países del sur de Europa que necesitan desapalancarse. Y recuerda mucho a la situación de Japón en los últimos 20 años. Es más, las bajísimas rentabilidades de la deuda pública (en zona negativa hasta el plazo de 2 años en buena parte de la UEM) estarían descontando una larga etapa de bajísimos crecimientos nominales en la región, con el evidente riesgo de terminar cayendo en un proceso deflacionista.
Ante este panorama y mientras los políticos europeos anuncian la enésima reunión en Italia a la búsqueda de medidas que aumenten el empleo en la zona euro, el único que ha vuelto a hablar alto y claro ha sido el presidente del BCE en la reunión de banqueros centrales de Jackson Hole. Hay que reconocer que el verano suele inspirar a Draghi y después de las milagrosas palabras de hace dos años (“whatever it takes….”) esta vez pronunció un interesantísimo discurso en EEUU sobre el problema del desempleo, alertando que el futuro de la zona euro dependerá de la capacidad de las autoridades económicas en afrontar esta lacra. Draghi reconoció que los elevados niveles de paro, en parte se deben a factores cíclicos y en parte a factores estructurales. Europa está muy cerca de la trampa de la liquidez y los tipos de interés reales son excesivamente altos para alcanzar equilibrios en los mercados de bienes y factores de producción. Por tanto, el desempleo sólo se puede afrontar con una adecuada combinación que incluya políticas de oferta y demanda.
Por tanto, en el recetario de Draghi (al estilo de las tres flechas de las Abenomics en Japón) se incluyen tres grandes tipos de medidas: 1) Políticas de oferta/reformas estructurales, 2) Política monetaria y 3) Política fiscal. En el primer punto no hubo muchas novedades, para aumentar el crecimiento potencial y reducir el desempleo estructural se necesitan reformas en los mercados de trabajo y, sobre todo (aunque no lo dijo explícitamente) que dos países como Francia e Italia pongan en marcha medidas para flexibilizar sus economías. Sin embargo, las novedades más importantes del discurso vinieron en la parte que le atañe (política monetaria), pero sobre todo, en las recomendaciones de política fiscal. En el primer punto y fuera del discurso que se repartió a la prensa, Draghi dejó claro que el BCE utilizará todos los instrumentos a su disposición para asegurar la estabilidad de precios, es decir, se va aponer en marcha un programa de compra de ABS y, si es necesario, el BCE comprará títulos de deuda pública (QE). Y la probabilidad de todo ello aumenta, pues Draghi reconoció un fuerte descenso de las expectativas de inflación en los últimos meses, es decir, el BCE va “por detrás de la curva de inflación”.
Pero todavía más sorprendente es que Draghi abogó por una política fiscal más expansiva, justificada por el significativo componente cíclico del desempleo en Europa y por la limitada eficacia de la política monetaria en un contexto caracterizado por una baja inflación y una elevada deuda pública y privada. En este sentido presentó cuatro ideas: 1) flexibilizar los objetivos de políticas fiscal, 2) modificar la composición de las políticas fiscale: menos impuestos en las áreas con multiplicadores fiscales más elevados a corto plazo y menos gasto público en las zonas con multiplicadores más reducidos, 3) más coordinación en las políticas fiscales de los 18 países del euro (forma muy educada de pedirle más inversión pública a Alemania y sus vecinos) y, 4) un programa de inversión pública a nivel europeo (propuesta Juncker).
Sólo con esta intervención, Draghi consiguió recuperar a los mercados financieros después del susto de principios de agosto y acentuar el debilitamiento del euro, variable clave para reequilibrar el crecimiento entre las dos grandes potencias.
En este contexto, para la reunión del BCE del jueves, no parece muy probable que se anuncien nuevas medidas (aunque hay gente que piensa en una nueva bajada de tipos de interés), pero sí que se mantenga el tono “dovish” de Jackson Hole. El QE sólo se considerará después de los “stress-test”, una vez que se compruebe si los TLTRO han tenido alguna incidencia. Pero lo importante, es que el BCE reconoce que la política monetaria tiene límites y que sólo con una adecuada coordinación con la política fiscal y las políticas de oferta se pueden afrontar los problemas en Europa. Por tanto, es el turno de los políticos.
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