WP_Post Object ( [ID] => 12766 [post_author] => 115 [post_date] => 2012-01-17 18:37:38 [post_date_gmt] => 2012-01-17 17:37:38 [post_content] => Cuando las cosas van mal, cuando hay crisis, suelen surgir las presiones proteccionistas; se trata de una de la reacciones más típicas y conocidas. En seguida concita apoyos por parte de los sectores productivos, incluso los menos perjudicados por la crisis. El espejismo del mantenimiento de los puestos de trabajo que a corto plazo pueden llevar consigo las políticas proteccionistas atrae a los políticos, que acaban sucumbiendo al atractivo de éstas. El circuito se autoalimenta con la presión de unos y el populismo de otros para acabar presentando la protección como algo necesario y conveniente. Así está ocurriendo en Francia, los principales contendientes en la carrera hacia los próximos comicios presidenciales parecen que han encontrado la fórmula para sacar al país de la crisis económica: apelar al "patriotismo económico". Ante la crisis económica el discurso proteccionista se ha convertido en el tema estrella de la campaña presidencial. 1) El candidato de centro-derecha François Bayrou: "Estamos muriendo, hay que revertir la tendencia y dar ganas de comprar productos franceses, se trata de una actitud cívica. Es necesario "Comprar francés" y crear un etiquetado especial donde se especifique que porcentaje del producto es fabricado o proviene de Francia. El consumidor que compre francés ayudará a relanzar el crecimiento, salvar la industria, crear empleo y a financiar el sistema de protección social francés”. 2) La candidata de la extrema derecha, Marine Le Pen, también defiende el "patriotismo económico" hasta el punto de abogar por una salida inmediata del euro. Le Pen propone aprobar una ley bautizada "Compremos francés" que según la candidata permitirá la creación de 500.000 puestos de trabajo en cinco años. 3) El candidato socialista, François Hollande, ha optado por el "patriotismo industrial". Levantar a la decaída industria nacional es uno de los ejes del programa electoral socialista y una de las obsesiones de los franceses, que miran cada vez con mayor envidia la robustez de la industria alemana. La competencia asiática Desde hace décadas el “chivo expiatorio” de la pérdida de competitividad de los países desarrollados son los países asiáticos. Se arguye, en primer lugar, que los países asiáticos compiten deslealmente porque las condiciones de trabajo son pésimas, sin cobertura social y con unos salarios de miseria. Este argumento es vulnerable porqué salarios en esos países son bajos porque todavía lo es el nivel de vida, pero se están incrementando a medida que éste sube, como es lógico. Además los asiáticos responden: “estamos haciendo lo mismo que hicieron ustedes para ser ricos. Nos estamos haciendo ricos a partir del esfuerzo y del sacrificio, ustedes nos han enseñado parece que no hay otro camino". "Incluso -añaden ahora- estamos abriendo nuestras fronteras y basando el crecimiento en la exportación como ustedes nos enseñaronque tenía que hacerse". Creo, pues, que el argumento del “dumping” social sólo tiene sentido si olvidamos nuestra propia historia y nuestras exhortaciones a esos países. No olvidemos, en efecto, que proteger es eliminar el mejor estímulo que existe para mejorar la competitividad. Esto es sabido de siempre y como regla nunca falla. En segundo lugar, la protección esconde el problema, pero no lo soluciona. Si nuestra desventaja con esos países es de costes, poner una pantalla protectora no soluciona el mal de fondo; lo tapa. Y lo que es peor: lo estanca. Porque en economía no se conoce otro procedimiento para estimular la competitividad de costes y calidad que la competencia con los demás. El ejemplo de los antiguos países comunistas debería dejar pocas dudas al respecto. Hay, en tercer lugar, otra razón adicional de mucho peso por la que el proteccionismo frente a países competidores no es la solución. Se trata simplemente del argumento de que son precisamente ellos nuestra mejor esperanza comercial, y por lo tanto, si algún interés tenemos es el de que crezcan ¿Para qué? para que se hagan ricos y nos compren. Cuarto, existe evidencia empírica que muestra que los países más cerrados al exterior (menos globalizados) tienden a ofrecer niveles de vida (rentas per capita) mucho más bajos, a tener un mayor porcentaje de su población por debajo de la línea de pobreza y a disfrutar de menores libertades democráticas. Ello se debe a que el nacionalismo económico genera una estructura industrial retrasada con altos costos para los consumidores, que suelen ser los grandes perjudicados por el patriotismo económico. Es preciso recordar que a la globalización le debemos gran parte de nuestra prosperidad; por tanto, la actitud más coherente, en los tiempos que corren, es la de preocuparnos más por el buen funcionamiento de las empresas, el mercado y la economía y menos de quién es la propiedad de las empresas que prestan el servicio. ¿Libre mercado o intervencionismo? Según los partidarios de la libre competencia, el mercado es el mejor mecanismo para lograr una asignación eficiente de los recursos y, por tanto, para que la economía funcione bien y genere prosperidad para todos. Con el libre comercio y la competencia la sociedad en su conjunto se beneficia. Por otra parte, los partidarios del intervencionismo plantean su desconfianza en el buen funcionamiento de las reglas de mercado y su creencia de que el Estado es más sabio que el resto de los agentes económicos para alcanzar los objetivos de crecimiento y empleo. Desgraciadamente, las situaciones de intervención generan corrupción e impiden la competencia por lo que reducen la actividad económica. En cambio, cuando los Gobiernos son limpios y democráticos, la administración pública es eficiente, los sistemas fiscales son eficientes y redistributivos, se suprimen los favoritismos y los trámites burocráticos excesivos, se fomenta la competencia y hay seguridad jurídica, entonces los países están en mejor situación para combatir la pobreza, generando más bienes y servicios y aumentando el empleo, los salarios y el bienestar. 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Cuando las cosas van mal, cuando hay crisis, suelen surgir las presiones proteccionistas; se trata de una de la reacciones más típicas y conocidas. En seguida concita apoyos por parte de los sectores productivos, incluso los menos perjudicados por la crisis. El espejismo del mantenimiento de los puestos de trabajo que a corto plazo pueden llevar consigo las políticas proteccionistas atrae a los políticos, que acaban sucumbiendo al atractivo de éstas. El circuito se autoalimenta con la presión de unos y el populismo de otros para acabar presentando la protección como algo necesario y conveniente.
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