De acuerdo con el National Bureau of Statistics of China [1], la inflación en el país ha aumentado un 7,1% durante el pasado mes de enero, desde el 6,5% registrado en diciembre. Se trata de la tasa más alta en los últimos 11 años. Las razones tras esta evolución de los precios en China han sido abordadas en este blog en diferentes ocasiones a lo largo de los últimos meses [2,3]. El Financial Times publicaba un artículo a este respecto el pasado martes [4].
En esta ocasión me gustaría llamar la atención del lector sobre la siguiente paradoja, que condiciona la sostenibilidad del crecimiento chino a medio plazo: como es bien sabido, su actual modelo de crecimiento está basado fundamentalmente en sus exportaciones; en buena medida, la competitividad de las exportaciones chinas es dependiente de su tipo de cambio, intervenido y artificialmente depreciado; la permanente intervención en el mercado de divisas para frenar la apreciación del yuan deriva en un exceso de liquidez, limitando la eficacia de la política monetaria; como consecuencia de lo anterior, resulta muy difícil contener el crecimiento de los precios; finalmente, la creciente inflación erosionará la competitividad de las exportaciones chinas y con ello las bases de su actual modelo de crecimiento.
En conclusión, las autoridades chinas, más allá de las discutibles presiones externas [5,6] para que permitan la revaluación del yuan, podrían verse obligadas a dejar fluctuar libremente su moneda para poder utilizar con libertad su política monetaria frente al problema de la inflación. Evidentemente, mientras la demanda interna no esté en condiciones de reemplazar a la externa como motor del crecimiento chino, menos probable resulta el anterior movimiento. Sin embargo, el desarrollo de esa demanda interna, particularmente de una sólida base de consumo, pasa por necesarios pero difíciles cambios sociales e incluso políticos [7,8].
Mientras tanto, el reloj de la inflación corre en contra de su crecimiento, y cada vez más rápido.
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