La economía norteamericana nos volvió a sorprender hace dos semanas cuando la agencia de rating S&P cambió la perspectiva de la deuda soberana de Estados Unidos a negativa. Para entender la relevancia del dato, téngase en cuenta que es la primera vez que S&P hace un anunció así desde que empezó a analizar la deuda norteamericana hace setenta años. Según los analistas, la probabilidad de que la agencia de rating acabe rebajando la calificación de la deuda del Tesoro es de uno a tres. Y ¿cuál fue la reacción de los mercados ante una noticia que nada más conocerse apareció en la portada de todos los periódicos financieros del mundo? El dólar se mantuvo estable y, lo más sorprendente de todo, el tipo de interés implícito de la deuda del Tesoro norteamericano descendió, justo lo contrario de lo que hubiésemos esperado.
Varios analistas (por ejemplo Martin Wolf en un artículo reciente en el FT) se han apresurado a explicar este movimiento extraño de los mercados con el argumento de que los analistas entendieron que el anuncio de S&P iba a servir como acicate para que el Congreso Estadounidense aprobase de una vez por todas las medidas necesarias para poner las finanzas públicas del país en orden (según el FMI, el déficit público de Estados Unidos se resiste a la baja y rondará este año el 10% del PIB). Pero, ¿por qué esta teoría sirve para Estados Unidos y no para otros países que han sufrido rebajas en la calificación de su deuda?
Da la sensación de que existe la creencia de que Estados Unidos es ‘too big to fail’ y que sus poderosos acreedores nunca permitirían la más mínima reestructuración de su deuda. Lo cierto es que desde China, pasando por Japón y otros miembros de la comunidad internacional, no paran de llegar mensajes de presión hacia Estados Unidos para que reconduzca su economía hacia una senda estable y sostenible. Pero, el gobierno de los Estados Unidos no lo tiene nada fácil. Tiene ante sí una doble clientela a la que satisfacer (los americanos de a pié por un lado y los inversores internacionales por otro) con intereses contrapuestos. Durante los últimos dos años y medio, el Tesoro norteamericano y la Reserva Federal han cometido muchos excesos. Un viraje hacia una política fiscal más restrictiva sería del agrado de los acreedores internacionales pero tendría necesariamente un impacto negativo sobre una economía que no acaba de despegar y con una tasa de desempleo anclada en el 10%. Así lo entendieron los mercados de valores que bajaron la cotización de sus activos más de un punto y medio porcentual tras el anuncio de S&P sobre la deuda soberana (es decir, el anuncio de S&P puede forzar a EE.UU. a ponerse las pilas, sí, pero a costa de menos crecimiento económico). Mientras tanto, la Reserva Federal ha anunciado, poco después del movimiento de S&P, que mantiene su política expansiva y que incluso aumenta su compromiso de adquirir deuda del Tesoro.
Estados Unidos se sigue beneficiando del ‘too big to fail’ para evitar el desplome del dólar y para atraer la inversión extranjera y la financiación que necesita para financiar sus dos déficits, el fiscal y el comercial. Pero este frágil equilibrio puede romperse si los banqueros de EE.UU. empiezan a mostrar signos de agotamiento (China sobretodo) y acaban por asumir que Estados Unidos claudica y antepone sus propios intereses a los de los inversores que tanto le han prestado durante los últimos años. ¿Qué hará Estados Unidos?
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