Desde el año 2010 China es la segunda economía del mundo (superando a Japón) teniendo en cuenta en cuenta el volumen del PIB del país. Aún así en muchos países se considera que China es un país comunista que todavía está en vías de desarrollo. Mientras se les mira con un cierto desdén superior (totalmente injustificado), los gobiernos europeos y norteamericanos tratan por todos los medios de aplicar paquetes de estímulos económicos que incremente en consumo en sus países.
¿De dónde sale el dinero para tales estímulos? Normalmente del dinero previamente recaudado a los ciudadanos y empresas o de un endeudamiento que tendrán que pagar los futuros cotizantes. La cuestión es que no se trata de una redistribución de los ingresos públicos sino del retorno de una ínfima parte de lo previamente recaudado o de lo que se recaudará.
¿Qué hacer con los programas de estímulo del consumo? Al comprar un ordenador última generación se está estimulando a la India o Taiwán; si se decide comprar un coche eficiente, se incentiva Japón o Corea del Sur y si se destina a la compra de crudo se incentiva las economías árabes. Para que los paquetes de estimulo sean eficientes tiene que suponer un incremento de la productividad a nivel interno y lograr la apertura a mercados exteriores que aprecien los productos exportados por su eficiencia o tecnología. La paradoja actual es que los estímulos monetarios se gastan en productos con patente extranjera ya que el diferencial de precios hace desear, y sobre todo en épocas de crisis, los productos más baratos independientemente de su procedencia. En los países de renta per capita del mundo más alta estamos observando cómo ha desaparecido el tramo medio de muchos productos, manteniéndose una gama altar para gente de alto poder adquisitivo y una gama baja para una cada vez más amplia cantidad de ciudadanos.
¿Cómo se puede promover el consumo interno de forma eficiente en los países europeos?
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