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Tras el éxito de la revuelta en Túnez, el 25 de enero de 2011, diversos grupos de disidentes egipcios se empezaron a concentrar en la plaza más conocida de la capital, Tahir, para pedir la dimisión del ministro del Interior. El impulso de las redes sociales impulso a miles de ciudadanos a secundar las protestas, y esto fue el principio del fin para treinta años de gobierno de Mubarak.
La plaza Tahir se convirtió en una imagen que los medios internacionales difundieron sin cesar y supuso el símbolo más visible de lo que se dio a llamar, la primavera árabe, cuyo origen estaba en Túnez pero su eclosión se produjo en Egipto. No se puede entender lo acontecido en Libia, Siria y Yemen sin mirar a aquellos días de enero en el país de las pirámides.
Desde los acontecimientos del pasado miércoles 14, parece que el golpe que derrocó a Mohamed Mursi el 3 de Julio está dividiendo a los ochenta millones de ciudadanos en dos bandos con la gran amenaza de un conflicto civil a gran escala en el país. Este enfrentamiento tiene un marcado tono religioso entre islamistas y cristianos acusando los primeros a los segundos de ser los instigadores del golpe militar.
La realidad es que a pesar del entusiasmo de muchos medios occidentales en poner a Egipto como ejemplo para el resto de países de la zona , la transición política en el país desde enero del 2011 se podría definir como caótica. Tras la caída de Mubarak, todavía pendiente de juicio, el país estuvo gobernado por el Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas, hasta las elecciones presidenciales de Junio del 2012 que fueron ganadas por el partido de la Hermandad Musulmana. El presidente Mohammed Morsi, incrementó su poder, con el polémico referéndum de finales del 2012 que dejaba la futura Constitución del país en manos de un parlamento dominado por radicales. Igual que en Túnez, la incapacidad del gobierno para mejorar la vida diaria de los ciudadanos ha terminado con un enorme descontento entre los mismos que ha dado lugar a las revueltas de estos días. La mezcla de problemas económicos, sociales y religiosos puede desembocar en una peligrosa etapa para uno de los mayores aliados occidentales en la zona
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La plaza Tahir se convirtió en una imagen que los medios internacionales difundieron sin cesar y supuso el símbolo más visible de lo que se dio a llamar, la primavera árabe, cuyo origen estaba en Túnez pero su eclosión se produjo en Egipto. No se puede entender lo acontecido en Libia, Siria y Yemen sin mirar a aquellos días de enero en el país de las pirámides.
Desde los acontecimientos del pasado miércoles 14, parece que el golpe que derrocó a Mohamed Mursi el 3 de Julio está dividiendo a los ochenta millones de ciudadanos en dos bandos con la gran amenaza de un conflicto civil a gran escala en el país. Este enfrentamiento tiene un marcado tono religioso entre islamistas y cristianos acusando los primeros a los segundos de ser los instigadores del golpe militar.
La realidad es que a pesar del entusiasmo de muchos medios occidentales en poner a Egipto como ejemplo para el resto de países de la zona , la transición política en el país desde enero del 2011 se podría definir como caótica. Tras la caída de Mubarak, todavía pendiente de juicio, el país estuvo gobernado por el Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas, hasta las elecciones presidenciales de Junio del 2012 que fueron ganadas por el partido de la Hermandad Musulmana. El presidente Mohammed Morsi, incrementó su poder, con el polémico referéndum de finales del 2012 que dejaba la futura Constitución del país en manos de un parlamento dominado por radicales. Igual que en Túnez, la incapacidad del gobierno para mejorar la vida diaria de los ciudadanos ha terminado con un enorme descontento entre los mismos que ha dado lugar a las revueltas de estos días. La mezcla de problemas económicos, sociales y religiosos puede desembocar en una peligrosa etapa para uno de los mayores aliados occidentales en la zona
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