El pasado jueves tuvimos conocimiento de una mala noticia económica. El INE publicó su estimación adelantada para la inflación en noviembre y nos encontramos con un crecimiento interanual de los precios de un 4,1%, lo que supone una fuerte aceleración, ya que sólo un mes antes, en octubre, los precios crecieron a un ritmo del 3,6%. El dato adelantado refleja una cruda realidad: estamos ante el peor dato de inflación en España de los últimos siete años.
Todos sabemos, y sufrimos, las consecuencias de una elevada inflación. En un contexto en el que nuestros ingresos no crecen al mismo ritmo que los precios se produce una lenta degradación de nuestro poder adquisitivo. Un tema que en la actualidad está muy de moda, dado el fuerte crecimiento de los precios de algunos productos de consumo cotidiano entre la mayor parte de la población (alimentos, carburantes, etc.). Pero el objeto del post de hoy en este blog de economía es destacar dos efectos perversos más derivados de una elevada inflación: la subida encubierta de impuestos que supone y la redistribución arbitraria y no prevista de recursos que implica, a través de de la actualización automática de las pensiones.
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