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Oct

En los últimos días se han producido turbulencias importantes en los mercados financieros internacionales que presagiaban que la economía europea podría entrar de nuevo en una recesión. Sería la tercera desde que comenzó la crisis. De ahí que el martes de esta semana se reuniera el Consejo de Asuntos Económicos y Financieros de la Unión Europea (ECOFIN) para buscar soluciones que permitieran mejorar el crecimiento económico europeo. Además, los últimos datos de Alemania son inquietantes: la producción industrial cayó considerablemente en el mes de agosto y en octubre la confianza de los inversores se volvió a deteriorar.

Por su parte, Francia está reclamando a la Unión Europea (UE) una mayor flexibilidad para incrementar su gasto público, sobre todo en inversiones en infraestructuras, como medio para generar crecimiento económico. Algo que podría también aplicar la economía italiana que también tiene serias dificultades en su crecimiento. Efectivamente, en los últimos trimestres se observaba que la economía de la zona del euro seguía una tendencia de crecimiento positivo impulsado por sus cuatro grandes países Alemania, Francia, Italia y España. Ahora el problema es que en el segundo trimestre de este año Alemania va para atrás (-0,2% de crecimiento del PIB), Francia se ha estancado (0%) e Italia sigue cayendo (-0,2%, la segunda caída trimestral). Sólo España ha mejorado su producción con un crecimiento del PIB del 0,6%.

barco 3A pesar de los problemas que sufre Europa, la economía mundial sigue avanzando. Los países emergentes continúan teniendo previsiones de crecimiento cada vez mayores, como indicó la semana pasada el FMI, a la vez que Estados Unidos se está fortaleciendo con rapidez principalmente por el buen comportamiento del sector energético y manufacturero. Hay pocas dudas sobre la solidez de los cimientos de la recuperación económica global. Sin embargo, la UE, una vez más, se está quedando rezagada del resto del Mundo. Lo que viene certificado, por ejemplo, por los datos de producción industrial.

Efectivamente, esta semana hemos conocido los datos de producción industrial de la UE y de EEUU, que muestran como, desde 1980, la economía estadounidense no da síntomas de agotamiento y continúa liderando la industria mundial. La producción industrial de EEUU creció un 1% en septiembre lo que supone un crecimiento del 3,2% anual en el tercer trimestre. En cambio la producción de las fábricas de la zona del euro cayó en agosto un 1,8% desestacionalizado y acumula una caída anual del 1,9%. Estos datos, junto a otros indicadores de coyuntura, muestran que mientras Europa no es capaza de crear empleo, se desindustrializa y su sector industrial pierde peso en el PIB, EEUU se reindustrializa, genera empleo y su industria gana participación en su PIB.

El peligro de la deflación

Este enfriamiento de la economía europea procede en buena medida de la contracción de la demanda interna lo que está afectando negativamente a la evolución de los precios. En septiembre la inflación de la zona del euro continuó disminuyendo hasta alcanzar el 0,3% anual, el menor valor desde octubre de 2009 y una señal preocupante de estar muy cerca de la deflación. Las empresas europeas deberían aprovechar más este estancamiento de los precios para ganar en competitividad y aumentar su producción industrial, las exportaciones y el empleo. Los gobiernos, por su parte, deberían incrementar la inversión pública. De no seguir este camino la demanda interna seguirá sin recuperarse, las expectativas de crecimiento económico se deteriorarán y los precios seguirán sin aumentar, con el riesgo de que la deflación se materialice.

La deflación no sólo iría acompañada por la menor demanda interna, sino también por un aumento en el nivel de desempleo. Algo que a la zona del euro con un 11,5% de paro no le conviene y mucho menos a España con un desempleo 24,5%. En el caso de que la Eurozona entrase en deflación (se espera que la inflación sea inferior al 1% en el año 2015), se desencadenaría un círculo vicioso en el que se desplomarían los precios y se reduciría el beneficio empresarial mientras que los costes, que son más rígidos a la baja, no lo harían. La consecuencia es una caída de la inversión y del empleo. A su vez un menor empleo también contrae la masa salarial y la demanda de consumo, es decir, las ventas disminuyen más todavía y con ellas, las inversiones. Y el ciclo vuelve a empezar. Además, los consumidores posponen sus compras en espera de que los precios bajen más todavía y, por el mismo motivo, las empresas continúan reduciendo sus inversiones. Esto es lo que puede comenzar a suceder en la eurozona: menor demanda, menor inversión, elevado nivel de desempleo y una tendencia a la baja en el nivel de precios.

Alemania frente a Francia

Parece, por tanto, necesario dinamizar la economía; el ECOFIN ha recomendado aumentar la inversión pública (y también privada). Una iniciativa en la línea propuesta por el FMI sobre la renovación de infraestructuras europeas. Esta nueva orientación de la política fiscal es muy necesaria ya que favorece la necesaria modernización del capital social que es un paso fundamental para mejorar la competitividad de la zona del euro.

Sin embargo, la canciller alemana, Ángela Merkel, no ha tardado en manifestar su profundo descontento con esta medida expansiva de la demanda agregada. Durante los últimos años la economía alemana ha sido el motor de crecimiento de la zona del euro y un referente en las propuestas de austeridad durante la crisis. Pero ahora Alemania también está asustada. En agosto los datos de su industria no fueron buenos. La producción industrial del mes cayó un 4,3% y las previsiones futuras, es decir, los pedidos del sector industrial, disminuyeron  un 5,7%. Y el índice de confianza empresarial ZEW retrocedía hasta su nivel más bajo desde junio de 2010. Como consecuencia de estos síntomas de debilidada se ha hecho una revisión a la baja del crecimiento económico para el año 2015: un 1,3% (frente al estimado inicialmente de un 2%).

A pesar de estos  malos datos de coyuntura Alemania sigue siendo el líder y el motor de la economía europea. En julio su tasa de paro fue solo del 4,9%, las exportaciones alcanzaron en julio un nuevo máximo histórico, un incremento del 8,5% y se espera un crecimiento del consumo de las familias del 1% trimestral en el tercer trimestre

No obstante, Merkel, aún previendo un superávit por cuenta corriente del 7% para este año, se opone tajantemente a ningún tipo de flexibilidad para ampliar el gasto público. Algo que no sólo le permitiría renovar sus deterioradas infraestructuras, sino que también ayudaría a Francia y al resto de la zona del euro a salir del estancamiento.

Situación que vuelve a poner de manifiesto la necesidad de una mayor unidad de la política fiscal europea. De momento no todos estamos “remando” en la misma dirección sino que cada gobierno aplica su propia política fiscal, la que cree que le reportará mayores beneficios. Así, ante el planteamiento inflexible de Alemania, Francia ha decidido no cumplir el objetivo de déficit (el 3%) hasta el año 2017, dos años más tarde de lo pactado. Asimismo, Italia continuará aumentando el gasto público e incentivará su actividad económica recortando impuestos. El objetivo de Francia e Italia está claro, aumentar la demanda interna y evitar la deflación que como hemos visto podría desencadenar una nueva recesión en Europa. En este sentido, los anuncios de cambios en la política económica de Francia e Italia deberían abonar el terreno para un cambio de postura en Alemania.

Política monetaria

En medio de esta lucha a dos bandos entre la austeridad de Alemania y la mayor flexibilidad de Francia se encuentra el Banco Central Europeo (BCE) que, habiendo agotado las medidas clásicas de activación económica, sólo le queda aplicar políticas más heterodoxas, la expansión cuantitativa (QE por sus siglas en inglés) de su balance a través de la compra de deuda pública en el mercado secundario. El BCE, mientras piensa si dispara o no este último cartucho (QE), sigue tomando medidas para asegurar la liquidez, solidez y estabilidad del sistema financiero. Ha reducido sistemáticamente los tipos de interés y ha comenzado un ambicioso programa crédito al sistema bancario para que éste facilite el acceso a la financiación de las PYMES. Sin embargo, parece que estas medidas no son suficientes. Por tanto, la única opción que le queda es comenzar un proceso de flexibilización cuantitativa (QE) para inyectar todavía más liquidez al sistema también para elevar la inflación hasta situarle cerca del 2%. Incluso Alemania está de acuerdo en alcanzar ese objetivo.

Como afecta a España

Toda esta situación genera consecuencias negativas para la economía española. Nuestro país ha llevado a cabo importantes reformas y ahora se encuentra en el camino de la recuperación. La demanda interna se está consolidando y la subasta del Tesoro de esta semana ha hecho frente a la coyuntura europea con éxito. España ya ha cubierto el 83% de sus necesidades de financiación de este año y lo ha hecho a menores costes que el año pasado.

Seguimos adelante, pero nuestras exportaciones y la producción industrial acusan el debilitamiento de nuestros socios. Al fin y al cabo nuestro primer cliente comercial es Francia y el segundo Alemania. Durante el mes de agosto las exportaciones descendieron al mayor ritmo de los últimos cinco años (un 5,1% anual), mientras que las importaciones aumentaron muy poco (0,5%).

En definitiva, Europa y España necesitan “poner toda la carne en el asador” para seguir en el camino de la recuperación económica. El BCE está contribuyendo a ello y el mes que viene se pone en marcha el Mecanismo Único de Supervisión bancaria (MUS) por el que el BCE vigilará el buen funcionamiento del sistema financiero. En la medida en que este instrumento supervisor mejore la eficacia y la solvencia de las entidades de crédito aumentará la confianza de los inversores y de los ahorradores en la banca de Unión Económica y Monetaria.

La situación que hemos vivido esta semana nos recuerda a la que vivimos un poco antes de los años más graves de la crisis. De ahí que para que la “sangre no llegue al río” se precisa continuar realizando importantes reformas estructurales. Es decir, las medidas no sólo tienen que venir de fuera sino que los propios países del euro tienen que resolver con políticas propias los problemas de fondo. Probablemente el principal problema a solucionar sea el deterioro del mercado laboral. Aumentando la flexibilidad del mercado de trabajo, tal como ha hecho España, aumentaría el empleo, la demanda interna, el crecimiento económico y se dejaría atrás el riesgo de deflación.

Por su parte, los incentivos a la inversión en infraestructuras ayudarán a renovar el proceso productivo y mejorarán la competitividad de los productos europeos. Finalmente, el sector público debe continuar realizando ajustes para conseguir que su tamaño no exceda a las necesidades reales de los ciudadanos. Si se ponen en marcha las reformas estructurales pendientes y las políticas fiscales adecuadas podemos esperar que Europa supere este bache y continúe saliendo de una crisis que ya ha durado demasiado.

Fuente: Rafael Pampillón y Cristina Mª de Haro «Vientos de recesión en la vieja Europa«. Expansión. 18 de octubre de 2014; páginas 30 y 31.

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