Hemos conocido esta semana los datos de producción industrial de la Unión Monetaria Europea de noviembre y de Estados Unidos (EEUU) de diciembre. La producción de las fábricas de la Eurozona aumentó en noviembre un 1,8% con respecto al mes anterior, y acumula un aumento interanual (noviembre de 2012 a noviembre de 2013) del 3%. La producción industrial de EEUU tuvo en diciembre un aumento del 0,3% y en el conjunto del año 2013 aumentó un 3,7%. Estos datos, junto a otros indicadores de coyuntura, muestran que tanto Europa como EEUU se reindustrializan y sus sectores industriales ganan peso en el PIB.
Situación muy diferente a la del año 2012 cuando la producción manufacturera de la Eurozona se redujo un 2,7% mientras que la de EEUU aumentó, en cambio, un 2,8%.
Desde hace algunos años, y debido al declive industrial de Europa, la Comisión Europea (CE) está considerando al sector de las manufacturas, un pilar fundamental del desarrollo económico. Los países miembros de la Unión Europea (UE) en 2012, se comprometieron a alcanzar una participación industrial en el PIB del 20% en el año 2020. Precisamente la CE publicará el próximo miércoles, 22 de enero, un documento (“Por un Renacimiento Industrial Europeo”), que coloca a la industria en el centro de su estrategia de crecimiento.
Tercera Revolución Industrial
Lamentablemente queda mucho camino por recorrer por lo que la perspectiva de cumplimiento de ese objetivo no es muy halagüeña. A comienzos de este siglo la industria manufacturera de la UE representaba el 20% del PIB y fue cayendo hasta representar el 15% en 2013. Es sabido que históricamente, Europa ha tenido un papel fundamental en el desarrollo industrial. Vio nacer la Primera Revolución Industrial y desarrollarse la Segunda.
Se observan, actualmente, en el Mundo importantes avances tecnológicos (Tercera Revolución Industrial). Se trata de una Tercera Revolución Industrial con costes muy bajos porque emplea a muy pocos trabajadores en la cadena de producción. Se está consiguiendo de esta forma que los procesos de fabricación vuelvan y se queden en los países del Norte, también en la UE.
Sin embargo, no todos los países de la UE tienen la misma actividad industrial. En algunos países como España se ha notado más la terciarización, que ha dejado a la industria relegada a un actor secundario. La producción manufacturera representa en España el 13% del PIB. En cambio, en Alemania, las empresas industriales se han centrado en mejorar la competitividad de su economía, incorporando desde comienzos del año 2000 políticas laborales y fiscales radicales que facilitaban la creación de empresa y tecnológicas, que mejoraron la competitividad de su industria centrándola en producir bienes de alta intensidad tecnológica y de gran calidad. Alemania es hoy la principal potencia manufacturera de Europa, contribuyendo con cerca del 30% de la producción manufacturera de la UE. En cambio Francia, Italia, Inglaterra, y España son países que, aunque tengan una larga tradición industrial solo aportan en su conjunto el 40 % de la producción de manufacturas de la UE.
No podemos olvidar, además, que la UE no es sólo Europa Occidental. En los nuevos miembros, la participación de la industria en la economía es mucho mayor, alcanzando el 30% del PIB en Hungría, Rumanía y Polonia, como consecuencia de menores costes de producción, en especial los asociados a la mano de obra, que incentivan la deslocalización productiva de empresas tradicionalmente asentadas en otras regiones.
Política industrial
¿Cómo conseguir que el crecimiento de la industria europea se mantenga en el tiempo? La respuesta a esta pregunta es poliédrica:
a) Se necesitaría una mayor inversión en I+D. Así, mientras EEUU invierte el 2,7% de su PIB en I+D, es decir, 424 mil millones de dólares a paridad de poder adquisitivo; la Unión Europea sólo gasta el 1,9% de su PIB, es decir, unos 300 mil millones. EEUU, además, dispone de un mayor número de investigadores y también de un volumen mayor de mano de obra altamente cualificada.
b) Vigilar el tipo de cambio euro-dólar. La apreciación del euro frente al dólar está perjudicando la competitividad de los fabricantes europeos.
c) Incentivar el desarrollo de nuevas fuente de energía. La dependencia energética de la UE es un freno importante a su desarrollo industrial debido a que eleva los costes de las empresas y deja la seguridad del suministro en manos de terceros países. Para mantener la competitividad de la industria europea frente a países que gozan desde hace poco de autosuficiencia energética, como es el caso de EEUU, es importante alcanzar un equilibrio entre energías renovables, nucleares y combustibles fósiles.
d) Crear un entorno fiscal que no penalice la inversión. Las empresas europeas tienen costes fiscales más altos que los de EEUU. Para fomentar el desarrollo industrial sería conveniente, por ejemplo, aumentar las deducciones por reinversión de beneficios o mayores incentivos fiscales por inversión en actividades de I+D.
e) Flexibilizar más el mercado laboral. Las instituciones europeas podrían facilitar, por ejemplo, la movilidad con el fin de incentivar una mayor cualificación de los trabajadores, permitiendo así que la economía europea aproveche lo mejor posible sus recursos de capital humano. La mayor industrialización de la economía de EEUU se está produciendo debido a unos menores costes de manos de obra y a una mejor adaptación de los trabajadores a las necesidades productivas de la Tercera Revolución Industrial.
f) Activar mecanismos financieros que, junto con la mayor dotación tecnológica, apoyen proyectos que combinen innovación y emprendimiento. Un campo en el que EEUU nos lleva una larga distancia. Se trataría de promocionar fórmulas (“business angels”, semilleros de empresas, “incubadoras”, fondos de coinversión, etc.) que permitan seleccionar proyectos en fases tempranas que puedan convertirse en empresas competitivas.
En definitiva, Europa necesita tener una industria fuerte, eficiente y competitiva como instrumento imprescindible para alcanzar un alto nivel de crecimiento y empleo, ya que las ganancias de productividad son superiores a las logradas en otras ramas de la producción. Además, y tal como ha señalado el Círculo de Empresarios (“35 años de contribución a la sociedad española”), la industria es una fuente real y potencial de competitividad porque la mayor parte de los intercambios comerciales con el resto del Mundo son de productos manufactureros y porque para sostener y desarrollar el sector servicios es preciso contar con una base industrial sólida. Efectivamente, muchos servicios financieros y de seguros, comerciales, de transporte, consultoría, auditoría, ingeniería, diseño, investigación, etc. dependen de la industria. Muchos de estos servicios no existirían, ni se desarrollarían, si no existiese una base industrial fuerte.
En resumen, los buenos datos disponibles de la producción manufacturera en 2013 señalan que en la industria europea se ha producido un cambio de rumbo. Para seguir este camino industrializador las empresas europeas necesitarían hacer un esfuerzo mayor por reducir costes (laborales, fiscales, financieros, sociales, energéticos, etc.) a la vez que parece necesario aumentar los gastos en I+D que permita alcanzar un nuevo modelo industrial de gran complejidad y con una mano de obra altamente cualificada; es decir, aprovechar la Tercera Revolución Industrial basada en valiosos recursos humanos, excelencia en la educación y aumento en las patentes para producir bienes manufacturados. La industria del futuro se va a basar en el conocimiento, y los países líderes serán aquellos que entiendan como se genera ese conocimiento. Por eso, la UE debe aspirar a convertirse en la primera potencia industrial del mundo.
Fuente: Rafael Pampillón Olmedo. «Europa se reindustrializa». Expansión. 18 de enero de 2014, página 39.
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