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Ene

En España desde el año 2000, la economía ha incurrido en déficits superiores al 4% del PIB. Hasta dicho año nunca se había alcanzado la cota del 4%, ni en los peores momentos de la primera crisis del petróleo, a mediados de los setenta, ni en la recesión de principios de los noventa, que llevó a tres devaluaciones casi consecutivas de la peseta. Los déficits con el exterior se eliminaban devaluando la peseta.

En 2010, pese al retroceso de la actividad derivado de la recesión que se inició en 2008, el déficit por cuenta corriente volverá a superar el 4%, algo que sólo sucede en muy pocos países de nuestro entorno (Grecia, Portugal, Turquía, Rumania, Chipre y Malta). Si la economía entra en una fase de recuperación o expansión, periodos en los que es frecuente un empeoramiento del desequilibrio exterior, cabe preguntarse si de nuevo el déficit va a ampliarse ¿Cómo se explica esta evolución? ¿Es sostenible? ¿Cómo volver al equilibrio? Para entender mejor la dinámica del desequilibrio exterior español, es útil contemplarlo desde tres perspectivas distintas: los propios saldos de la balanza de pagos, la diferencia entre ahorro e inversión y, por último, la posición deudora de la economía española frente al exterior.

Déficit por cuenta corriente

Desde la óptica de la cuenta corriente de la balanza de pagos, el principal responsable es el déficit comercial, que en la última década no ha podido ser compensado por el superávit de servicios y que se ha visto agravado por el deterioro de los pagos por rentas de inversión y el cambio de signo de las transferencias corrientes. La persistencia histórica de los números rojos en el saldo de importaciones y exportaciones de bienes lleva a sospechar un problema de competitividad exterior, que se refuerza al comparar el nivel y la evolución de la productividad frente a otros competidores y al verificar la tendencia de los costes internos españoles a crecer por encima de los de la mayor parte del resto de socios comerciales.

Sin embargo, cuando se contempla la cuota de las exportaciones españolas de bienes en el mercado mundial, se advierte un ligero retroceso en los últimos años, pero este resultado no es peor que el sufrido por países como Francia, Italia o el Reino Unido. De hecho, el retroceso se debe al comercio intracomunitario, presumiblemente a causa de la competencia de las economías de la Europa central y oriental tras su integración a la Unión Europea. En cambio, la cuota en países terceros, si bien es muy baja, se mantiene estable. Por tanto, una parte importante del desequilibrio frente al exterior hay que atribuirlo directamente al fuerte tirón de la demanda interna, que en el último ciclo expansivo experimentó una subida extraordinaria. También ha influido notablemente la creciente cuota de los productos importados sobre la demanda final de consumo e inversión que cabe atribuir, además de a problemas de competitividad de la industria española, a la composición del crecimiento. Así, por ejemplo, el creciente peso de la construcción, bastante importador y nada exportador, es uno de los elementos que han influido en este sentido.

La inversión nacional es mayor que el ahorro nacional

La fortaleza del último ciclo expansivo nos lleva a la segunda perspectiva desde la que se puede contemplar el desequilibrio corriente: la diferencia entre ahorro e inversión. La diferencia entre el ahorro nacional (lo que queda de la renta después del consumo) y la inversión es igual a la necesidad (o capacidad) de financiación frente al exterior (saldo de la cuenta financiera. El saldo de la cuenta financiera es igual y de signo contrario al saldo de la balanza corriente más el saldo de las transferencias de capital.

Viéndolo así, como se comprueba en el gráfico siguiente, la responsabilidad de la desviación corresponde casi exclusivamente a la inversión. En los últimos años, hasta el inicio de la crisis, el ahorro nacional se ha mantenido cerca de la media histórica, un 22% del PIB, mientras que la inversión ha sobrepasado todos los años la media histórica del 25% del PIB, llegando a superar el 30% del PIB en dos años.

Normalmente el gasto en formación de capital se valora más positivamente que el de consumo, pero en el último ciclo expansivo parece claro que se incurrió en un exceso de inversión o en una inversión dirigida a actividades poco productivas, vista la discreta evolución de la productividad total de los factores. En esta evolución, el protagonismo correspondió al sector privado (el ahorro neto del sector público fue positivo hasta el inicio de la recesión). El exceso de inversión privada con relación a su ahorro requirió unos recursos financieros muy elevados que han llevado su endeudamiento hasta cotas máximas históricas. Así, la deuda de las familias respecto a su renta disponible ha pasado del 70% a principios de los años 2000 al 130% a principios de 2008, al inicio de la crisis. En el caso de las empresas, su deuda ha pasado del 400% al 800% de su excedente bruto de explotación en el mismo periodo.

El boom del endeudamiento del sector privado no hubiera sido posible sin la incorporación al euro en 1999, que abrió las puertas a una financiación exterior abundante y barata hasta el estallido de la crisis global en 2007.

Aumento de la posición deudora

Durante ese periodo, la restricción financiera para familias y empresas fue extraordinariamente laxa y de ahí el creciente endeudamiento que se vehiculó desde el exterior, la tercera dimensión en la que se refleja el déficit corriente. La acumulación año tras año de déficits por cuenta corriente ha dado como resultado un notable incremento de la posición deudora neta de la economía española frente al resto del mundo, casi un billón de euros (967,5 mil millones para ser exactos), pasando del 30% del PIB en 1995 a más del 95% en 2010. Se trata de uno de los valores más elevados de los países de nuestro entorno y de un punto muy sensible en las condiciones actuales, puesto que una parte del mismo debe refinanciarse cada año, fondos que se suman a los recursos necesarios para cubrir el nuevo déficit generado en cada periodo. La crisis global alteró la placidez del panorama financiero internacional e hizo aflorar en toda su crudeza el problema del déficit exterior. Las tensiones de la crisis de la deuda soberana desencadenada este año han afectado a los mercados bursátiles y a la financiación mayorista, creando serios problemas de liquidez. En estas condiciones, un déficit exterior elevado, como el que todavía ostenta la economía española, es difícilmente sostenible.

¿Es posible que España pueda seguir creciendo sin incurrir en más déficit corriente frente al exterior? ¿Puede el sector privado desapalancarse (desendeudarse) sin deprimir la demanda interna? ¿Es posible generar la confianza necesaria para seguir atrayendo capitales extranjeros en un entorno financiero restrictivo como el actual? La respuesta es afirmativa siempre y cuando se realice un serio esfuerzo dirigido a la mejora de la productividad y la competitividad, al control de los costes productivos, a orientar la economía productiva hacia el sector exterior, al aumento del ahorro público y a las reformas estructurales que deben facilitar todas las anteriores. El desafío es uno de los más importantes a los que se ha enfrentado la economía española en las últimas décadas.

Fuente: Joan Elias «La corrección del déficit exterior de la economía española». INFORME MENSUAL de «La Caixa»; DICIEMBRE de 2010 (páginas 63 a 65)

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