La información económica que hemos venido conociendo en las últimas semanas refleja que lo peor de la crisis podría haber quedado atrás. Lo que empezó siendo una recuperación de la producción industrial y de los intercambios comerciales en el sudeste asiático, poco a poco se ha reflejado en la actividad de países OCDE con una fuerte vocación exportadora (Alemania, Japón, etc). Por tanto, la excepcionalidad del soporte público (fiscal y monetario) valorado por el FMI en casi 5 billones de dólares y la recuperación de las existencias desde los bajísimos niveles del invierno han permitido que la economía global se esté estabilizando. A esta evolución también ha contribuido el buen comportamiento de los mercados financieros que reflejan un descenso de la aversión al riesgo, tras el fuerte proceso de huida hacia la calidad de 2008 y primeros meses de este año. Sólo un dato, desde el mínimo de marzo de este año, el IBEX ha subido un 64%. Lo importante es que además de esta recuperación de los mercados de valores, también los bonos han tenido un buen comportamiento en paralelo, algo que no ocurre muchas veces, teniendo en cuenta que normalmente los inversores los utilizan como activos alternativos. Pero la buena evolución de la inflación y la escasa predisposición de los bancos centrales a subir tipos en los próximos meses han ayudado a que las rentabilidades de la deuda pública hayan tenido una evolución positiva en los meses veraniegos.
Llegados a este punto, los economistas nos encontramos ante una duda cuasi-hamletina: ¿To V or not to V? Es decir, vamos a ver una recuperación siguiendo el patrón histórico en forma de V de las últimas décadas. O, más bien, la reactivación tendrá forma de U o de W. Mi opinión es muy parecida a del economista jefe del FMI (Olivier Blanchard) que advertía la semana pasada que en las recesiones normales, independientemente de su virulencia, suele ser fácil anticipar cómo será la recuperación una vez que se supera el punto de inflexión en el ciclo de actividad. El problema es que esta recesión es completamente diferente a las de las últimas décadas, teniendo en cuenta los elevados niveles de endeudamiento (público y privado) que se deberán digerir en los próximos años o los problemas del sistema financiero. Es decir, antes de cantar victoria hay que analizar lo que pasará cuando desaparezcan los estímulos artificiales, sobre todo, porque no parece que el consumo en países como España o EEUU tenga visos de recuperarse a medio plazo.
Por tanto, creo que el próximo ciclo expansivo no se va a parecer mucho a los más recientes y que sólo si se realizan reformas en el lado de la oferta, los crecimientos potenciales serán suficientes para reducir con rapidez los elevados niveles de desempleo. En este sentido, la complacencia de las autoridades económicas, pensando que lo peor ya se ha dejado atrás o, que las cosas volverán a ser lo mismo que antes de la crisis, es el mayor riesgo que se percibe en el horizonte.
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