Durante el fin de semana, algunas de las más importantes publicaciones económicas del mundo se han centrado en determinar si la mejora en algunos indicadores económicos estaría anticipando un cambio de tendencia en el ciclo de actividad en los próximos meses. Es decir, si los incipientes «brotes verdes» que se perciben en algunos datos, pueden dar paso a una mejora consistente del crecimiento. Para centrar el debate, lo primero que debemos recordar es lo que pasó en los últimos meses de 2008 y primeras semanas de 2009. Ante una fuerte caída de la demanda mundial, los productores de todo el mundo procedieron a realizar un drástico recorte de la oferta, lo que conllevó el mayor ajuste de las últimas décadas en los datos de actividad, producción industrial o exportaciones. Como recordó hace una semana el FMI, el crecimiento mundial se ha reducido a ritmos anualizados próximos al 7,5% en los últimos seis meses. Al hilo de esos datos negativos de actividad, los mercados de valores experimentaron fuertes retrocesos desde la segunda semana de enero hasta mediados de marzo. La sobrerreacción de la producción y de las bolsas conllevó unos niveles de existencias muy reducidos en buena parte del planeta, así como unas valoraciones muy baratas de grandes compañías internacionales. Por tanto, era lógico que se produjera una corrección en el comportamiento de los mercados de valores, así como una recomposición de los «stocks», favorecida además por los efectos positivos sobre el consumo potencial que pueden conllevar la bajada de la inflación y de los tipos de interés.
Pero como advierte «The Economist» en su último número, un excesivo optimismo podría llevarnos en estos momentos a cometer dos tipos de errores: confundir una recuperación con una moderación del ritmo de caída de los indicadores (lo que los economistas llamamos segunda derivada) y, sobre todo, que los políticos caigan en una ruinosa complacencia ante esas mejoras incipientes de la confianza y de algunas noticias económicas. En ese sentido, para hablar de algo más que de tocar fondo a mediados o finales de este año, será fundamental una definitiva normalización de los mercados mayoristas de financiación y, sobre todo, que se vuelva a crear empleo. Para ello, será necesaria una reestructuración del sistema financiero en la mayoría de países y, en muchos otros, una mejora del funcionamiento del mercado de trabajo. Esas son tareas urgentes que deberán abordar a nivel nacional los diferentes gobiernos.
Sobre todo, porque como también nos recordaba la prestigiosa revista británica, no cabe esperar un retorno a la situación de antes de la crisis, los próximos años se van a caracterizar por los efectos de una pesada digestión tras los excesos de principios de esta década o, lo que es lo mismo, por unos crecimientos potenciales mucho más bajos de lo que estábamos acostumbrados en los días de vino y rosas. En este sentido, es muy interesante el informe sobre la economía española publicado por el FMI la semana pasada. Según sus autores, en ausencia de reformas de calado, el crecimiento potencial de nuestro país podría estancarse en la zona del 1,5%-2%. Esto es muy preocupante si pensamos en el número de parados con el que entraremos en el próximo ciclo de actividad y los ritmos de crecimiento que tradicionalmente necesita la economía para crear empleo. Por tanto, sin abandonar el corto plazo, urge empezar a dedicar la mayoría de esfuerzos a mejorar la competitividad de nuestro país para cuando el ciclo cambie. Propuestas como la presentada la semana pasada por FEDEA para mejorar el comportamiento de nuestro mercado de trabajo y, apoyada por un buen número de prestigiosos economistas españoles, no deberían caer en saco roto.
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