28
Oct

La grave y tremenda crisis financiera a la que desgraciadamente estamos asistiendo ha dejado claro, entre otras cosas, que la total liberalización de los mercados de capitales puede acarrear perjuicios. De ahí que muchos economistas estén abogando por ciertas restricciones a la total libertad de movimientos de capitales. En este sentido, la reunión del G-20 para construir un nuevo orden económico mundial (una especie de Bretton Woods 2) que tendrá lugar el 15 de noviembre ha resucitado la llamada tasa Tobin. Antes de pasar a explicar el significado de este impuesto (ya que es un impuesto y no una tasa) que con tanta fuerza está resurgiendo en los últimos días, conviene echar la vista atrás y conocer el contexto en el que fue presentado en 1978 por James Tobin (premio Nobel de Economía en 1981). La historia comienza en 1971, año en que se rompe con el sistema monetario internacional definido en Bretton Woods (1944) según el cual las monedas de los principales países del mundo estaban vinculadas al dólar con un tipo de cambio fijo.


A partir de los años setenta y con la primera crisis del petróleo comenzó la discusión de si convenía más tipos de cambios fijos o tipos de cambio flexibles (flotantes), en un mundo con una creciente movilidad de capitales y dónde la desregulación, las telecomunicaciones y los sistemas informáticos hacían y hacen en cuestión de milésimas de segundo lo que antes podía llevar varios días. En este contexto, las naciones debían optar por uno de los dos modelos cambiarios básicos con sus consiguientes ventajas y desventajas. Por poner un ejemplo de las desventajas de tipo de cambio flotante baste recordar los graves problemas que experimentó la industria norteamericana en los años 80 (lo mismo que le está ocurriendo ahora), cuando el dólar americano se apreció frente al yen. Ahora es frente al euro. Entonces puso en peligro el apoyo de Estados Unidos a la liberalización multilateral del comercio y ahora también. Otro ejemplo es la apreciación del euro que se ha producido en los últimos años, y la consiguiente pérdida de competitividad de la industria europea. Pero los tipos de cambios fijos también han generado problemas. Algunos ejemplos ilustrativos lo constituyen las crisis del Sistema Monetario Europeo (1992 y 1993), la crisis de México en 1994, la de Asia en 1997, Brasil 1998 y Argentina 2001.

Entonces, ¿no es lógico pensar que un sistema intermedio, un tipo de cambio flexible con ciertas restricciones, puede ser una buena idea? Por esta razón, el economista norteamericano James Tobin, apoyado en las tesis de Keynes, sugirió la idea, de introducir un impuesto (tasa Tobin) en torno al 0,5% sobre los flujos internacionales de capital a corto plazo, para de esta manera frenar los flujos de capitales con carácter especulativo y dotar a la política macroeconómica interna de mayor eficacia, frenando los movimientos especulativos de capital que tanto daño hacen a los tipos de cambio. Con esta tasa se reduciría la volatilidad de los tipos de cambio y se frenaría la especulación en los mercados financieros.

¿Qué piensan los economistas sobre la tasa Tobin? Ya sabes que si pides opinión a dos economistas tendrás dos opiniones distintas, a menos que uno de ellos sea Keynes y entonces tendrás tres. Es evidente que dentro de la profesión existen diferentes aproximaciones a esta cuestión, sobre todo desde el punto de vista teórico. No obstante, a pesar del éxito del concepto, la mayoría de los economistas nos decantamos por lo siguiente:

Primero. No siempre está clara la distinción entre movimientos de capitales “especulativos” y “productivos”. En la práctica, es muy fácil transformar los unos en los otros, por lo que a todos los especuladores les resultará sencillo evadir la tasa Tobin y eso la haría ineficaz. Esto puede llevar a gravar todo movimiento y no están muy claros los efectos positivos finales como el propio Tobin señaló en 1992.

Segundo. Para ser viable la tasa Tobin debe ser adoptada por todos los países del mundo sin excepción. En caso contrario, todos los intermediarios financieros realizarían sus operaciones desde un lugar exento y se imposibilitaría alcanzar los objetivos propuestos.

De ponerse en práctica ¿Quién gestionaría la tasa Tobin? ¿Debe ser el BIS (El Banco Internacional de Pagos de Basilea) o el FMI o el Banco Mundial? ¿Qué se debe hacer con el fondo (dinero) generado por la Tasa?

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