La situación de los mercados financieros casi un año después del inicio de la crisis continúa siendo extremadamente delicada. Las primas de riesgo continúan muy tensionadas, el euribor 12 meses en los niveles más elevados desde el nacimiento del euro (cerca del 5,5%), las bolsas acumulan caídas cercanas al 25% desde máximos y están rompiendo los mínimos de enero-marzo y, por si fuera poco, también estamos asistiendo a una corrección de los precios de la deuda pública (subida de rentabilidades) en las últimas semanas. Todo ello configura un escenario muy delicado para la actividad, pues al encarecimiento de las condiciones de financiación se une el efecto riqueza negativo que provocará el mal comportamiento generalizado de los activos financieros y, en algunos países como España, Irlanda, EEUU o Gran Bretaña, también de los activos reales.
En definitiva, sólo tres meses después de que algunos certificaran el principio del fin de las turbulencias financieras, ahora ni siquiera estamos seguros de encontrarnos ante el fin del principio. La primera explicación a este rebrote de la desconfianza entre los inversores internacionales podemos buscarla en las nuevas pérdidas que están aflorando las entidades financieras internacionales (el acumulado ya se aproxima a los 400.000 millones de dólares) y en las subsiguientes ampliaciones de capital que vuelven a lastrar el comportamiento del sector en bolsa y no permiten que se recupere la normalidad en los propios mercados interbancarios.
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