Tal como hemos señalado repetidamente en este blog de economía, la subida de los precios de la comida está trastocando la economía mundial. El Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional vienen criticando desde hace tiempo la política de los subsidios al etanol y, en general a los biocombustibles por el efecto perverso que generan sobre la escasez de alimentos. Ante esta situación de escasez de alimentos sobre todo en los países más pobres, la lucha contra el hambre se ha centrado en «regalar alimentos» y distribuirlos por todos los medios posibles. Pero esta no es la solución, excepto en emergencias excepcionales y muy localizadas. Los problemas del hambre pasan por desarrollar la agricultura, pues es más importante estimular la producción local que suplir su déficit con ayuda alimentaria exterior.
Es bien sabido que en África Subsahariana la situación alimentaria es muy grave y, aunque tiene abundantes recursos naturales, su explotación encuentra obstáculos hasta ahora insuperables: clima, fragilidad de los suelos, enfermedades, mal reparto de los recursos hídricos, etc. La solución está en aumentar la productividad agrícola: La agricultura africana utiliza hoy 10 kilos de abono por hectárea contra 200 kilos en los países industrializados. Es necesario que la tierra, en África, produzca más introduciendo los progresos tecnológicos logrados en materia de maquinaria, fertilizantes, formación agraria, híbridos y semillas seleccionadas.
La ayuda alimentaria que proviene del exterior ha permitido salvar muchas vidas, pero tiene también una influencia perniciosa sobre el desarrollo agrícola. La ayuda alimentaria mata las producciones y los mercados locales, pues a menudo equivale a un «dumping» de productos agrícolas externos que suplantan directa o indirectamente a las producciones locales. Por otra parte, cambia los hábitos de consumo, habituando a la gente, por ejemplo, a comer pan de trigo, en sitios donde no se puede producir trigo. De ahí que la ayuda que África necesita se debe materializar en abonos, pesticidas, herramientas, tractores y medios de transporte que le permita producir más y de forma más adecuada a sus características y necesidades.
El hambre requiere soluciones más sofisticadas que mandar sacos de trigo. Los países en desarrollo lo que necesitan no es ayuda alimentaria, sino ayuda tecnológica y sobre todo comercio. Así, para asegurar su desarrollo y financiar sus importaciones, los países pobres deben contar fundamentalmente con sus exportaciones de materias primas, sobre todo las que proporciona la agricultura: café, té, cacao, algodón, aceite de palma, etc. En este sentido, los países desarrollados deben reducir sus barreras a las importaciones de alimentos y materias primas procedentes de los PED. Por ejemplo, las políticas agrarias proteccionistas de la Unión Europea y de EEUU claramente insolidarias y una de las aberraciones mayores de la historia económica ha impedido a muchos países pobres puedan exportar alimentos a Europa y a EEUU y conseguir así las divisas que necesitan para financiar su desarrollo económico.
La solución no está, como podría parecer, en enviar alimentos que sobran a los países en los que faltan. En éstos, por ejemplo, no suele haber infraestructuras que permitan, de una manera eficaz, el recibir y mucho menos el distribuir y aprovechar estos «donativos». La falta, por ejemplo, de red del frío impide la distribución a los consumidores de los alimentos perecederos. Además, y como ya hemos indicado, el envío de esos alimentos frenaría e incluso haría fracasar los intentos de producción y transformación de alimentos en los países deficitarios. La solución tiene que venir por otros caminos: 1) poner fin a la Política Agraria Europea y a la de los EEUU, 2) dejar de subvencionar los biocombustibles y 3) cambiar los programas de ayuda alimentaria por otros programas que permitan a los países que son deficitarios producir por sí mismos una cantidad de alimentos que al menos nutra a sus poblaciones.
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