En los años 80 Japón era considerado como un país donde todo funcionaba bien, un país modelo al que las economías de todo el mundo tenían que imitar. Japón siempre se ha caracterizado por un alto nivel de educación y un potente nivel tecnológico. Sin embargo, desde principios de la década de 1990, Japón sufrió una profunda crisis. Después de 13 años perdidos Japón, finalmente, salió de la crisis. En 2003 la economía creció un 2,7%. En 2007 las señales de recuperación de Japón parecen más evidentes. El crecimiento del PIB subió al 3% (mayor que el de EEUU). El paro está en el 3,8%. No obstante, existen ciertos factores de riesgo que ponen en peligro esta recuperación. En primer lugar, mientras se mantenga la deflación o una inflación muy baja se prolongará la atonía del consumo privado, que depende de la mejora del empleo y de la evolución de los salarios. En segundo lugar, la evolución al alza del precio del petróleo puede afectar negativamente al crecimiento de Japón, ya que junto con el impacto directo que puede tener sobre la economía nipona, puede perjudicar también a buena parte de sus socios comerciales.
En tercer lugar, otro factor clave a tener en cuenta es la evolución de China. Si el gigante asiático no sigue registrando los grandes crecimientos presentados en los últimos años, el sector exterior de Japón se resentirá. Una caída del comercio internacional, debido a la actual dependencia de la economía japonesa de las exportaciones, podría debilitar su incipiente recuperación. Sin embargo, el yen está depreciado lo que favorece sus exportaciones. La debilidad del yen se ve alimentada por las bajas tasas de interés en Japón, que en 0,50 por ciento son las menores del mundo industrializado. Los mercados esperan un alza a 0,75 por ciento en agosto.
Cuarto, a largo plazo, la reducción de la fuerza laboral en Japón supone uno de sus mayores retos. Dicha reducción se generaría como consecuencia del envejecimiento de la población y la baja tasa de natalidad. Entre las posibles soluciones estaría la incorporación de la mujer a la fuerza laborar, así como también, un aumento de la tasa de natalidad. La disyuntiva en este caso viene dada por un aumento de la natalidad que limitaría la incorporación de la mujer en el mercado laboral. Tener ambas alternativas requeriría la intervención del estado a través de subsidios (elevando el gasto) lo cual no parece una salida viable a corto plazo. Puede que la solución a corto plazo sea la integración de inmigrantes a dicha fuerza laboral lo cual también permitiría una reducción de costes laborales. Alrededor del 10% de la población desde 1993 hasta el 2007, ha dejado de ser parte de la “fuerza laboral” y ha pasado a ser parte de “la tercera edad”.
¿Despegará por fin la economía japonesa?
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