El Consejo Supremo Electoral de Nicaragua, ha confirmado hoy la victoria electoral en la primera vuelta de Daniel Ortega, por lo que se convertirá en el próximo presidente del país. El líder sandinista vuelve al poder que abandonó hace 16 años, cuando perdió las elecciones ante Violeta Chamorro. Desde entonces, Ortega ha perdido las elecciones en dos ocasiones más, y ha sufrido una importante evolución personal, (que le ha llevado a acercarse al catolicismo), y política. Respecto a ésta última, el sandinismo y el propio Ortega, han dejado en el camino mucho del fervor revolucionario que les caracterizaba, y hoy parecen estar impregnados de un pragmatismo más acorde con la realidad económica y social de la región.
Muchos nicaragüenses han votado por los sandinistas con la esperanza de que mejore su situación económica. No olvidemos que es el segundo país más pobre de Latinoámerica y que el 80% de su población vive en la pobreza. Pero si el retorno de Daniel Ortega y del Frente Sandinista al poder, suscita esperanzas, también despierta temores. Pese a que en sus primeras declaraciones tras ser confirmada su victoria, se ha apresurado a afirmar que no emprenderá cambios radicales en el campo económico, los recelos permanecen. Sobre todo cuando uno escucha las eufóricas felicitaciones con las que le han obsequiado Castro y Chávez, quienes ya dan por hecho que Managua se sumará al eje La Paz – Caracas – La Habana.
Ante Daniel Ortega se abren dos posibles caminos. El primero es volver a aplicar las políticas intervencionistas y revolucionarias del pasado y sumarse a la cruzada contra el «imperialismo yanqui» que preconizan Chávez y Castro. El otro es intentar reducir la pobreza siguiendo el modelo brasileño o chileno, es decir, manteniendo la estabilidad macroeconómica y jurídica. ¿Cuál de ellos seguirá?
Por cierto, resulta curioso que en los últimos meses otros dos expresidentes latinoamericanos han vuelto al poder (me refiero a Oscar Arias en Costa Rica y Alan García en Perú), tras permanecer años alejados de él, dispuestos a demostrar que es incierto lo de “segundas partes nunca fueron buenas”.
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