Hoy he leído en un periódico una noticia probablemente menor en importancia, dada la situación económica y financiera de España, pero que me ha parecido muy interesante. La noticia en cuestión hacía referencia a un informe del Tribunal de Cuentas Europeo en el que cuestiona la utilidad del programa “Leche para los escolares”, consistente en una subvención a los productos lácteos para su consumo en los centros escolares, y propone su supresión. El argumento proporcionado por el Tribunal es muy sencillo: la subvención no tiene sentido porque de no haber existido ésta, o bien los propios centros escolares o bien los padres habrían proporcionado a los niños dicho producto, por lo que la subvención no está consiguiendo ningún efecto real y, recordémoslo, está consumiendo recursos públicos que podrían utilizarse para otros fines de demostrada utilidad.
Este enfoque me ha hecho recordar un ejemplo de una línea de subvenciones que estuvo vigente en España durante años y que en el ámbito académico fue estudiada y probada su ineficacia, por motivos muy similares. Me estoy refiriendo a los programas “renove” de vehículos, que con distintos nombres y cuantías funcionó en España para estimular la sustitución de vehículos antiguos por otros nuevos.
Las bondades de la renovación de vehículos son bien conocidas: los vehículos nuevos son menos contaminantes, se reduce el riesgo de accidentes, etc. Pero estas bondades nunca deben ser el elemento determinante para aprobar una subvención. La clave está en si el efecto que se quiere conseguir –en este caso, sacar de la circulación unos vehículos antiguos- sólo se puede alcanzar mediante la subvención.
En el caso que comento, recuerdo vivamente una conclusión de un estudio sobre el impacto de la subvención, que ponía de manifiesto que 9 de cada 10 compradores de vehículos que se beneficiaron de la subvención habrían cambiado de coche si la subvención no hubiese existido. Es decir, que el impacto “real” de la subvención fue muy moderado –sólo 1 de cada 10 compradores potenciales que terminó finalmente adquiriendo el vehículo se decidió gracias a la existencia de la subvención- y, por tanto, la subvención era muy cara: era necesario pagar, en promedio, 10 subvenciones, para conseguir un caso de éxito. Quizá, en el fondo, el objetivo encubierto era estimular el consumo de automóviles mediante una transferencia de recursos a muchos compradores.
Algo parecido puede haber sucedido con el programa de la leche en las escuelas. Quizá se trata de una manera más, quizá más encubierta que otras, de subvencionar un sector ganadero en Europa, algo en lo que tenemos mucha tradición en la UE. ¿Comparten los lectores esta opinión? ¿Conocen otros casos similares de subvenciones ineficientes?
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