Entradas Etiquetadas con ‘cambio climático’

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    [post_content] => Economy WeblogAnte los actuales retos globales del desarrollo sostenible y la mitigación del cambio climático, existe un creciente consenso político, empresarial y académico sobre la necesidad de una transición desde la economía lineal actualmente dominante hacia una economía circular (EC), que logre el equilibrio entre las actividades humanas y los recursos de nuestro planeta teniendo en cuenta el bienestar de las generaciones futuras. Aunque no existe una definición universalmente aceptada de EC, una de las más frecuentemente citadas es la proporcionada por la Ellen MacArthur Foundation (EMF, 2013): “A circular economy is an industrial system that is restorative or regenerative by intention and design. It replaces the ‘end-of-life’ concept with restoration, shifts towards the use of renewable energy, eliminates the use of toxic chemicals, which impair reuse, and aims for the elimination of waste through the superior design of materials, products, systems, and, within this, business models." Entre las iniciativas legislativas internacionales que están favoreciendo la implementación de la EC destaca el Plan de Acción de la Unión Europea (UE) para la Economía Circular de 2015 (EC, 2015), que define un mandato para implantar una EC en Europa que incluya la colaboración y el compromiso gubernamental a escala nacional, regional y local, con la contribución de todas las partes interesadas.

Aunque el concepto ha ganado una enorme atención por parte de las autoridades y de la sociedad en los últimos años, y podría parecer novedoso, en realidad sus bases se establecieron hace tiempo. Cabría remontarse a los años 1980, cuando R. Frosch[1] y otros formularon los principios de la “Ecología Industrial”, desarrollados posteriormente en los años 1990 por autores como T.E. Gradel y B.R. Allenby[2]. También en los ochenta, W.R. Stahel y G. Reday establecen las bases de la llamada “Economía del Rendimiento”[3]. Aquella concepción de Stahel sobre “Cradle to Cradle” (C2C) o “de la Cuna a la Cuna” fue posteriormente retomada por el arquitecto W. McDonough y el químico M. Braungart en los años 1990[4]. También cabría alinear la construcción del concepto de EC con otros como el “diseño regenerativo” de J. T. Lyle[5], o el “biomimetismo” introducido por J. M. Benyus[6].

Partiendo de estas y otras bases conceptuales, y como entonces se recogió en este blog, desde nuestro equipo (www.innogreen.net) planteamos hace ya casi una década[7] en el libro “Eco-innovation: When Sustainability and Competitiveness Shake Hands” la necesidad de (y las vías para) alcanzar la “eco-eficacia”. Entonces argumentamos que una solución eco-eficaz maximiza a la vez la biocompatibilidad y la utilidad de un bien o servicio. En la eco-eficacia, el principio fundamental del diseño se centra en que "un residuo es un alimento" (waste equals food). Dentro de esta concepción, dividimos el enfoque sistémico del diseño medioambiental en dos vías alternativas: 1) la de “ciclos cerrados”, que busca diseñar la manera de volver a introducir los productos que han terminado su vida útil en nuevos procesos productivos para obtener otros productos nuevos con el mismo o mayor valor, y 2) la de “ciclos abiertos”, enfocada a diseñar productos que sean biodegradables y se transformen en nutrientes para otros ciclos del ecosistema. La eco-eficacia implica una nueva perspectiva que consiste en diseñar productos que puedan volver a la industria y cuyos materiales puedan utilizarse para fabricar nuevos productos, tan valiosos o más que los primeros.

Construir una visión compartida entre los agentes sociales para abordar la eco-eficacia y las futuras necesidades de la sociedad es un punto de partida ambicioso pero muy importante para la economía circular. Sin embargo, como exponíamos en nuestro libro (ver figura adjunta), para alcanzar la eco-eficacia (y la circularidad de la economía) necesitamos eco-innovaciones que se desarrollen y se difundan a distintas escalas temporales. Algunas medidas más accesibles e incrementales, como las soluciones “end-of-pipe” o la ecoeficiencia, se pueden adoptar de modo más inmediato, mientras que los cambios más sistémicos exigen muchos esfuerzos conjuntos y tiempo para alcanzar el éxito. Por eso, argumentábamos en aquel libro, vale la pena explorar enfoques duales tanto en política como en gestión para garantizar una mejora incremental y resultados positivos a corto plazo, además de cambios sistémicos más radicales, que son a largo plazo. Esto exige un equilibrio razonable entre la estandarización, que permite una reducción de costes mediante economías de escala, y el mantenimiento de un cierto grado de diversidad, que puede resultar caro a corto plazo, pero más barato si se contempla desde esa perspectiva a largo plazo. Esto es lo que sucede cuando el apoyo a las eco-innovaciones permite explotar su potencial de reducción de costes y hacer mejoras cualitativas, subiendo un peldaño en la curva de aprendizaje. Los ejemplos analizados en nuestro libro mostraron que la diversidad caracteriza la eco-innovación, y que esa diversidad puede desempeñar un papel importante en la transición hacia una economía más sostenible y competitiva.

En conclusión, la economía circular no es un concepto nuevo, sino que viene construyéndose desde hace décadas sobre diferentes contribuciones, que convendría tener presentes a la hora de administrar del modo más conveniente el apoyo público y privado a su implantación, no exenta de dificultades.

 

[1] Frosch, R.A. y Gallopoulos, N.E., 1989. Strategies for manufacturing. Scientific American, 261(3), pp. 144-152.

[2] Graedel, T.E. y Allenby, B.R., 1995. Industrial Ecology. Prentice Hall, New Jersey.

[3] Stahel, W.R. y Reday-Mulvey, G., 1981. Jobs for tomorrow: the potential for substituting manpower for energy. Vantage Press.

[4] McDonough, W. y Braungart, M., 2003. Cradle to Cradle. Ed. McGraw-Hill, New York.

[5] Lyle, J.T., 1996. Regenerative design for sustainable development. John Wiley & Sons.

[6] Benyus, J.M., 1997. Biomimicry, Innovation Inspired by Nature. William Morrow & Co., New York.

[7] Nuestros trabajos más actuales en la materia pueden ser encontrados en https://www.researchgate.net/project/Competitiveness-and-Sustainability-through-Eco-innovation-Characterization-Barriers-Policies-and-Business-Strategies
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Economy WeblogAnte los actuales retos globales del desarrollo sostenible y la mitigación del cambio climático, existe un creciente consenso político, empresarial y académico sobre la necesidad de una transición desde la economía lineal actualmente dominante hacia una economía circular (EC), que logre el equilibrio entre las actividades humanas y los recursos de nuestro planeta teniendo en cuenta el bienestar de las generaciones futuras. Aunque no existe una definición universalmente aceptada de EC, una de las más frecuentemente citadas es la proporcionada por la Ellen MacArthur Foundation (EMF, 2013): “A circular economy is an industrial system that is restorative or regenerative by intention and design. It replaces the ‘end-of-life’ concept with restoration, shifts towards the use of renewable energy, eliminates the use of toxic chemicals, which impair reuse, and aims for the elimination of waste through the superior design of materials, products, systems, and, within this, business models.» Entre las iniciativas legislativas internacionales que están favoreciendo la implementación de la EC destaca el Plan de Acción de la Unión Europea (UE) para la Economía Circular de 2015 (EC, 2015), que define un mandato para implantar una EC en Europa que incluya la colaboración y el compromiso gubernamental a escala nacional, regional y local, con la contribución de todas las partes interesadas.

Aunque el concepto ha ganado una enorme atención por parte de las autoridades y de la sociedad en los últimos años, y podría parecer novedoso, en realidad sus bases se establecieron hace tiempo. Cabría remontarse a los años 1980, cuando R. Frosch[1] y otros formularon los principios de la “Ecología Industrial”, desarrollados posteriormente en los años 1990 por autores como T.E. Gradel y B.R. Allenby[2]. También en los ochenta, W.R. Stahel y G. Reday establecen las bases de la llamada “Economía del Rendimiento”[3]. Aquella concepción de Stahel sobre “Cradle to Cradle” (C2C) o “de la Cuna a la Cuna” fue posteriormente retomada por el arquitecto W. McDonough y el químico M. Braungart en los años 1990[4]. También cabría alinear la construcción del concepto de EC con otros como el “diseño regenerativo” de J. T. Lyle[5], o el “biomimetismo” introducido por J. M. Benyus[6].

Partiendo de estas y otras bases conceptuales, y como entonces se recogió en este blog, desde nuestro equipo (www.innogreen.net) planteamos hace ya casi una década[7] en el libro “Eco-innovation: When Sustainability and Competitiveness Shake Hands” la necesidad de (y las vías para) alcanzar la “eco-eficacia”. Entonces argumentamos que una solución eco-eficaz maximiza a la vez la biocompatibilidad y la utilidad de un bien o servicio. En la eco-eficacia, el principio fundamental del diseño se centra en que «un residuo es un alimento» (waste equals food). Dentro de esta concepción, dividimos el enfoque sistémico del diseño medioambiental en dos vías alternativas: 1) la de “ciclos cerrados”, que busca diseñar la manera de volver a introducir los productos que han terminado su vida útil en nuevos procesos productivos para obtener otros productos nuevos con el mismo o mayor valor, y 2) la de “ciclos abiertos”, enfocada a diseñar productos que sean biodegradables y se transformen en nutrientes para otros ciclos del ecosistema. La eco-eficacia implica una nueva perspectiva que consiste en diseñar productos que puedan volver a la industria y cuyos materiales puedan utilizarse para fabricar nuevos productos, tan valiosos o más que los primeros.

Construir una visión compartida entre los agentes sociales para abordar la eco-eficacia y las futuras necesidades de la sociedad es un punto de partida ambicioso pero muy importante para la economía circular. Sin embargo, como exponíamos en nuestro libro (ver figura adjunta), para alcanzar la eco-eficacia (y la circularidad de la economía) necesitamos eco-innovaciones que se desarrollen y se difundan a distintas escalas temporales. Algunas medidas más accesibles e incrementales, como las soluciones “end-of-pipe” o la ecoeficiencia, se pueden adoptar de modo más inmediato, mientras que los cambios más sistémicos exigen muchos esfuerzos conjuntos y tiempo para alcanzar el éxito. Por eso, argumentábamos en aquel libro, vale la pena explorar enfoques duales tanto en política como en gestión para garantizar una mejora incremental y resultados positivos a corto plazo, además de cambios sistémicos más radicales, que son a largo plazo. Esto exige un equilibrio razonable entre la estandarización, que permite una reducción de costes mediante economías de escala, y el mantenimiento de un cierto grado de diversidad, que puede resultar caro a corto plazo, pero más barato si se contempla desde esa perspectiva a largo plazo. Esto es lo que sucede cuando el apoyo a las eco-innovaciones permite explotar su potencial de reducción de costes y hacer mejoras cualitativas, subiendo un peldaño en la curva de aprendizaje. Los ejemplos analizados en nuestro libro mostraron que la diversidad caracteriza la eco-innovación, y que esa diversidad puede desempeñar un papel importante en la transición hacia una economía más sostenible y competitiva.

En conclusión, la economía circular no es un concepto nuevo, sino que viene construyéndose desde hace décadas sobre diferentes contribuciones, que convendría tener presentes a la hora de administrar del modo más conveniente el apoyo público y privado a su implantación, no exenta de dificultades.

 

[1] Frosch, R.A. y Gallopoulos, N.E., 1989. Strategies for manufacturing. Scientific American, 261(3), pp. 144-152.

[2] Graedel, T.E. y Allenby, B.R., 1995. Industrial Ecology. Prentice Hall, New Jersey.

[3] Stahel, W.R. y Reday-Mulvey, G., 1981. Jobs for tomorrow: the potential for substituting manpower for energy. Vantage Press.

[4] McDonough, W. y Braungart, M., 2003. Cradle to Cradle. Ed. McGraw-Hill, New York.

[5] Lyle, J.T., 1996. Regenerative design for sustainable development. John Wiley & Sons.

[6] Benyus, J.M., 1997. Biomimicry, Innovation Inspired by Nature. William Morrow & Co., New York.

[7] Nuestros trabajos más actuales en la materia pueden ser encontrados en https://www.researchgate.net/project/Competitiveness-and-Sustainability-through-Eco-innovation-Characterization-Barriers-Policies-and-Business-Strategies

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    [post_content] => Las externalidades se definen como decisiones de consumo, producción e inversión que toman los individuos, los hogares y las empresas y que afectan a terceros que no participan directamente en esas transacciones. A veces, esos efectos indirectos son minúsculos. Pero cuando son grandes, pueden resultar problemáticos; eso es lo que los economistas denominan “externalidades”. Las externalidades son una de las principales razones que llevan a los gobiernos a intervenir en la economía.

Economy Weblog



Cuando hay externalidades se producen efectos indirectos que repercuten en las oportunidades de consumo y producción de terceros, pero el precio del producto no refleja esas externalidades. Por ende, las rentabilidades y los costes privados son diferentes de los que asume la sociedad en su conjunto.

 Externalidades negativas y positivas

 El ejemplo típico de externalidad negativa es la contaminación. Cuando un contaminador toma decisiones basadas únicamente en sus costes y beneficios sin tener en cuenta los costes indirectos que recaen en las víctimas de la contaminación se genera una externalidad negativa.

 Los costes sociales —es decir, totales— de la producción son superiores a los costes privados. Esos costes indirectos —que no recaen ni en el productor ni en el usuario— incluyen el deterioro de la calidad de vida (p. ej., para los vecinos de una incineradora), el encarecimiento de la atención de la salud y la pérdida de oportunidades de producción (p. ej., cuando la contaminación desalienta el turismo). En otras palabras, cuando las externalidades son negativas, los costes privados son inferiores a los costes sociales.

 Existen también externalidades positivas; en este caso, se trata de la diferencia entre beneficios privados y sociales. Por ejemplo, las actividades de investigación y desarrollo están ampliamente consideradas como generadoras de efectos positivos que trascienden al productor (por lo general, la empresa que las financia). La razón es que la investigación y el desarrollo enriquecen el conocimiento general, lo cual contribuye a otros descubrimientos y avances. Sin embargo, la rentabilidad percibida por una empresa que vende productos basados en sus propias actividades de investigación y desarrollo no suele reflejar la rentabilidad percibida por sus beneficiarios indirectos. Cuando las externalidades son positivas, la rentabilidad privada es inferior a la rentabilidad social.

 Si hay diferencias entre los costes privados y sociales o entre la rentabilidad privada y la social, el principal problema es que los resultados de mercado quizá no sean eficientes. Para promover el bienestar de todos los miembros de la sociedad, es necesario obtener un máximo de rentabilidad social y reducir los costes sociales al mínimo. A menos que los hogares y las empresas que toman las decisiones de compra y producción internalicen todos los costes y los beneficios, los resultados de mercado pueden conducir a ua situación subóptima desde el punto de vista social.

 Retomemos el ejemplo de la contaminación. Los costes sociales aumentan con el nivel de contaminación, que sube a medida que crece la producción, de modo que habrá una sobreproducción de bienes con externalidades negativas únicamente cuando entran en juego los costes privados, no los costes que recaen en terceros. La reducción de los costes sociales al mínimo conduciría a una disminución de los niveles de producción. Análogamente, desde una perspectiva social, con externalidades positivas, desde el sector privado se obtiene una producción de un bien o servicio inferior a la producción social (la que quiere la sociedad).

 Los impuestos y las externalidades

 Los economistas neoclásicos reconocieron que las ineficiencias asociadas a las externalidades constituyen una forma de “falla de mercado”. Desde una perspectiva de bienestar general, la decisión privada basada en el mercado no produce resultados eficientes. Estos economistas recomendaron la intervención del gobierno para corregir los efectos de las externalidades. En la obra The Economics of Welfare, el economista británico Arthur Pigou sugirió en 1920 que los gobiernos sometieran a los contaminadores a un impuesto que compensara el perjuicio causado a terceros. Ese impuesto produciría el resultado de mercado que habría ocurrido si los contaminadores hubieran internalizado debidamente todos los costes. Siguiendo la misma lógica, los gobiernos deberían subsidiar a quienes generan externalidades positivas, en la misma proporción en que otros se benefician.

 El Teorema de Coase

 Esta idea de que las externalidades técnicas requieren regulación estatal y tributación para evitar resultados de mercado subóptimos fue objeto de vivas polémicas. Algunos economistas argumentaron que los mecanismos de mercado pueden corregir las externalidades y generar resultados eficientes. La gente puede resolver los problemas a través de transacciones mutuamente beneficiosas. Por ejemplo, un municipio y una empresa contaminadora pueden realizar un contrato que obliga al ayuntamiento a pagar a la empresa contaminadora una cantidad determinada a cambio de una reducción del nivel de contaminación. Esa negociación contractual puede ser mutuamente beneficiosa. Una vez que el municipio está menos expuesto a la contaminación puede mejorar el bienestar de los vecinos, recibir más turistas y reducir los gastos de sanidad. Siempre que el aumento de los beneficios sea superior a los pagos al contaminador, el resultado beneficia al ayuntamiento. Análogamente, siempre que el pago realizado supere la pérdida de beneficios causada por el nivel más bajo de contaminación (gracias al nivel más bajo de producción), la empresa contaminadora también se beneficia.

 La posibilidad de superar las ineficiencias causadas por las externalidades a través de la negociación entre las partes afectadas fue mencionada por primera vez en 1960 por Ronald Coase en “El problema del coste social” (una de las obras que lo hicieron merecedor del Premio Nobel de Economía en 1991). Para que la negociación produzca soluciones viables, los derechos de propiedad deben estar bien definidos, los costes de la negociación deben ser bajos y no puede haber incertidumbre ni información asimétrica (es decir, ningún participante en la transacción puede tener más información que otro).Ver el artículo: “Negociación y coste de la descontaminación ambiental. Confrontación del teorema de Coase con un caso real” de Pampillón Olmedo, Rafael y Ruiz Bravo, Gumersindo publicado en Hacienda Pública Española. Nº 92. 1985.

 Con este telón de fondo, la intervención óptima del gobierno podría consistir en el establecimiento de marcos institucionales que hagan posible una negociación adecuada entre las partes involucradas en las externalidades. Los derechos de propiedad —concretamente, los derechos de propiedad intelectual, como las patentes— le permiten a una empresa percibir el grueso o la totalidad de la rentabilidad generada por sus actividades de investigación y desarrollo. Pero es más fácil atribuir derechos de propiedad por innovaciones e invenciones. En el caso de la investigación básica o general, los derechos de propiedad son más difíciles de definir, y por lo general se necesitan subsidios estatales para garantizar un nivel suficiente de investigación básica.

 Bienes públicos

 La dificultad de definir los derechos de propiedad suele ser un obstáculo fundamental a la hora de encontrar soluciones autocorrectivas basadas en el mercado, porque los efectos indirectos de la actividad de producción o consumo pueden afectar a los bienes públicos, que son un tipo especial de externalidad. Estos bienes se ciñen a dos principios: la imposibilidad de exclusión (quien produce o mantiene un bien público, aun a título oneroso, no puede impedir que otros se beneficien de él) y la no rivalidad (el consumo que hace uno no reduce la oportunidad de consumo de otros). Si los beneficios privados son pequeños en relación con el beneficio social, pero los costes privados de suministrar el bien público son grandes, es posible que nadie lo suministre. La importancia del problema del bien público está reconocida desde hace tiempo en el campo de á Hacienda Pública. Los impuestos muchas veces financian el suministro de bienes públicos por parte del Estado, tal como el ejército, la policía y el cuerpo diplomático.

 El problema del bien público es especialmente notable en el campo de la economía ambiental, que trata en gran medida del análisis y la solución de cuestiones vinculadas a externalidades. El aire puro, el agua potable, la biodiversidad y la existencia de poblaciones sostenibles de peces en altamar son bienes que se ciñen mayormente a los principios de imposibilidad de exclusión y no rivalidad. Son bienes gratuitos, producto de la Naturaleza y a disposición de todos. No están sujetos a ningún derecho de propiedad bien definido. Por lo tanto, ni los hogares ni las empresas les atribuyen suficiente valor, y no es factible llegar a un resultado de mercado eficiente a través de la negociación. En otras palabras, las cuestiones ambientales suelen enfrentar un problema de acción colectiva.

 Los costes de transacción elevados y los problemas relacionados con la incertidumbre son otros obstáculos que les impiden a las partes involucradas en externalidad técnicas internalizar los costes y los beneficios a través de la negociación. Los problemas de incertidumbre tienen un amplio alcance. De hecho, el famoso riesgo moral es un tipo de externalidad en el cual una parte toma una decisión que le aporta un beneficio máximo y que al mismo tiempo perjudica a otros pero sin acarrearle ninguna consecuencia, ya que, por ejemplo, hay incertidumbre o información incompleta sobre quién es responsable de los daños, o existen restricciones contractuales. Un ejemplo común ocurre cuando una entidad asegurada puede influir en las obligaciones de su asegurador, pero este no está en condiciones de determinar si el asegurado es responsable del siniestro que dio lugar al pago. Análogamente, si la falta de información impide verificar las medidas preventivas que prometió un contaminador, es poco probable que la negociación sea una solución viable.

 El cambio climático

 Hoy, la externalidad más apremiante y compleja es la emisión de gases de efecto invernadero (GEI). Su acumulación en la atmósfera como consecuencia de la actividad humana ha sido identificada como una causa importante del calentamiento global. A menos que se tomen medidas para limitar estas emisiones, los científicos prevén que el problema empeorará y terminará alterando el clima, con sus consecuentes costes como el daño a la actividad económica producido por la destrucción de capital (por ejemplo, en los litorales) y la disminución de la productividad agrícola. Las externalidades entran en juego porque los costes y los riesgos del cambio climático recaen en el mundo en general, pero existen pocos mecanismos para obligar a los beneficiarios de las emisiones de GEI a internalizarlos.

 La atmósfera es, de hecho, un bien público mundial que beneficia a todos, por lo cual la negociación no es factible como solución privada. Identificar y acordar políticas para la internalización de los costes sociales de estas emisiones a escala internacional es sumamente difícil, en vista del coste para algunos individuos y empresas y de las dificultades de velar por su cumplimiento a nivel mundial.

 Las externalidades plantean problemas fundamentales de política económica cuando los individuos, los hogares y las empresas no internalizan los costes o los beneficios indirectos de sus transacciones económicas.

Fuente: Thomas Helbling "What Are Externalities?".    Finance & Development, December 2010, Vol. 47, No. 4
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