La esencia del denominado “sistema” es el comercio, el mercado, competir. El mercado tiene conocidos fallos que recoge cualquier libro de Economía, pero es el mejor sistema de asignación de recursos, el que hace que nos esforcemos más, el que incorpora con más acierto los avances tecnológicos, el sistema que mejor permite a los países crecer y alcanzar mayores cotas de bienestar. Es cierto que el Estado tiene que velar por la competencia en los mercados. También es cierto que, en la mayoría de los países occidentales, por la voluntad de sus ciudadanos, se le pide al Estado que dote de más recursos a la sanidad, la educación, la protección de los mayores y las personas necesitadas. Pero el comercio es la esencia del sistema y hasta ahora todos los países occidentales habían perseguido integrarse en áreas comerciales mayores, con menos aranceles y menos costes de transacción, que ofrecieran más oportunidades para el progreso de las naciones. Y sin embrago, de repente, el Brexit ha abortado este camino y nos ha mostrado una realidad diferente.
El Reino Unido, o quizás Inglaterra sin Londres, y Gales, han renunciado al mayor mercado del mundo, al espacio económico con la población con mayor poder adquisitivo y a alejarse a la integración de países con sistemas democráticos y de bienestar social más consolidados.
Sin duda, el impacto del Brexit va a depender del proceso de negociación entre el Reino Unido y la Unión Europea, pero es evidente que el sector exterior de la economía británica y de los países que comercian con ella se va a resentir. La economía real tendrá que esperar a esta negociación para saber el impacto de esta medida. El comercio de bienes y servicios se resentirá. El turismo se resentirá. Las rentas y transferencias realizadas entre los residentes de ambos bloques comerciales disminuirán y el movimiento de las personas no va a ser el mismo.
Pero esto ocurrirá a medio plazo, después de la negociación. Mientras las expectativas han cambiado y el Consumo y la Inversión moderarán la Demanda Interna. Y aún a más corto plazo, la economía financiera ha reaccionado buscando activos más rentables, monedas menos inciertas y modificando las expectativas sobre los beneficios futuros de aquellas empresas con fuertes intereses en el espacio británico. Y en el fondo del escenario: el futuro de la city; la plaza financiera con la que Europa competía en los mercados mundiales a la que habrá que buscar una institución financiera sustituta.
Las primeras reacciones ante el proceso de desacoplamiento nos han llevado a todos a buscar el símil del divorcio de una pareja. Simplificando mucho, hay tres tipos de divorcios: el divorcio reflexivo, el divorcio vengativo y el divorcio cínico.
La primera tipología parece que es la deseada por Alemania. Esperar, pensar las cosas y buscar establecer una relación que perjudique a las partes lo menos posible. Francia y las Instituciones Comunitarias parece que afrontan un divorcio vengativo, poniendo las maletas de la pareja en la puerta y pensando que en el fondo es una liberación dejar de convivir con alguien que casi nos ha hecho la vida imposible. Y, según parece, UK va a seguir el comportamiento propio del divorcio cínico: “me voy pero quiero que todo siga igual; retraso mi salida, retraso la negociación y el posible acuerdo y mientras hago lo que quiera”. Tendremos que estar atentos si lo reflexivo de unos permite el cinismo de otros o la venganza y el aviso a navegantes se impone en la negociación.
Sin embargo, deberíamos plantearnos si, quizás, este proceso del Brexit, lejos de ser un fenómeno aislado y anecdótico sea un indicio más de una tendencia que empieza a vislumbrase, ante la proliferación de partidos nacionalistas y xenófobos, de un lado, y los grupos antisistemas de otro. Quizás lo que estamos viviendo es una reacción de los países occidentales al comercio. Una manera de protegerse que pide la parte de la población que piensa que no puede competir en la economía global actual.
Indudablemente la economía global precrisis, ha originado la emergencia de países que han conseguido un nivel de bienestar superior y lo han hecho con esfuerzo y compitiendo, pero ha dejado en evidencia a una buena parte de la industria manufacturera de los países occidentales y originado una tasa de paro elevada en muchos de estos países. La crisis financiera ha acelerado esta tendencia y ha aumentado la desigualdad entre aquellos que se han adaptado a las nuevas reglas de juego, dominadas principalmente por el cambio tecnológico, y muchos otros que no han podido o no han hecho el esfuerzo suficiente. Ahora vemos que la manera de reaccionar a esta situación, por buena parte de la población de estos países afectados, ha sido buscar la protección y negarse a competir, cerrando las fronteras como piden los nacionalistas o buscando el paraguas protector del Estado y cuestionando el comercio como hacen los movimiento antisistemas. En el fondo ambos movimientos afrontan la misma evidencia: un mundo más global, más competitivo y más exigente; y lo hacen de la misma manera, huyendo del reto, buscando una economía más cercana y pequeña que se pueda controlar con más facilidad y esté menos expuesta a la incertidumbre global. Un camino contrario al que nos ha llevado hasta aquí y que cada vez que se ha emprendido en la historia económica nos ha llevado a enfrentamientos y pobreza. Ideológicamente, nacionalismos y antisistemas parecen diferenten y opuestos, pero en el fondo persiguen lo mismo: defenderse, protegerse, rendirse ante los retos del futuro. Y las naciones rendidas ven el futuro con temor.
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