Esta semana se han producido unas amigables conversaciones, en Viena, entre Irán y los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas y Alemania. Se trataba de analizar y compensar la disminución del enorme interés de Irán por desarrollar armas nucleares. Obteniendo como compensación la disminución de las sanciones occidentales, el país gobernado por Hasan Rouhani se ha comprometido a disminuir en un 20% la producción de uranio enriquecido que podía convertirse rápidamente en armamento militar. Se han comprometido a redefinir el uso de la planta nuclear de la ciudad de Arak , que estaba previsto que entrara a operar en el año en curso. Algo similar se ha logrado sobre le producción subterránea de Fordow, en este caso previéndose la cancelación del mismo, que suponía un peligro claro para Israel por su innumerabilidad a un ataque aéreo. Las Naciones Unidas se han mostrado aparentemente contentas con la buena disposición de las autoridades iraníes, incluyendo la suscripción de un tratado adicional sobre No Proliferación. Las lagunas persisten en la falta de acceso a la base militar de Parchin, donde se sospecha que durante largo tiempo se han desarrollado tecnología nuclear de uso militar.
Irán es un país con grandes riquezas de petróleo y gas (el segundo producto de la OPEP y la segunda mayor reserva de gas mundial después de Rusia). Tiene un muy bajo nivel de endeudamiento gubernamental y una enorme herencia cultural. Tras más de tres décadas de gobierno de la república islamista se encuentra, por un lado con la presión exterior de las sanciones europeas y norteamericanas y por otro con tensiones sociales y políticas internas fruto de las demandas de democratización, de las diversas etnias que pueblan el país de más de 80 millones de habitantes. Desde el verano del 2013 parecen soplar aires más aperturistas en Irán, pero es seguro que tras Viena quedan meses de negociación para llegar a resultados tangibles
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