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    [post_content] => clase alumnopsCuando la economía empieza a crecer y parece que el mercado laboral se estabiliza: se reduce el paro, aumenta la ocupación y la tasa de paro comienza a descender, quizás haya llegado el momento de dar prioridad a resolver el problema del paro juvenil.

En España el 55% de los jóvenes que quieren trabajar no encuentra trabajo. Una pena, porque desde hace años rige en España un nuevo modelo productivo basado en las exportaciones de bienes y servicios. Los sectores exportadores y competitivos necesitan mano de obra joven, que por sus propias características, tiene una mayor flexibilidad geográfica y funcional, más capacidad de absorber las nuevas tecnologías y, por tanto, de aumentar la productividad de las empresas, y todo ello con menores exigencias salariales.

Un análisis sencillo del mercado laboral español muestra que existen dos extremos en el nivel de cualificación de la mano de obra. Una parte importante de la mano de obra está muy poco formada, otra en cambio tiene elevados niveles de cualificación. A ello se une que sólo un pequeño porcentaje de la población activa tiene una preparación media (formación profesional, o FP por sus siglas).

Baja cualificación de los parados

Un análisis parecido se puede hacer con el ejército de parados. Según la Encuesta de Población Activa en España hay casi 6 millones de desempleados. Tres millones de parados tienen solo el título de Educación Secundaria Obligatoria (ESO). Otro millón ni siquiera ha terminado la ESO, es decir tiene estudios de Primaria o menos, consecuencia del elevado nivel de fracaso escolar que sufre España. Un millón han estudiado algún tipo de Formación Profesional (FP) y tienen un oficio que les permitiría trabajar en un puesto cualificado. Por último, otro millón tiene estudios universitarios o han terminado sus estudios de bachillerato. Entre los trabajadores más jóvenes se da la misma situación dual que en el conjunto nacional.

Está demostrado que cuanto mayor es el nivel de estudios de las personas más fácil les resulta encontrar un empleo. De ahí que la formación de los trabajadores sea fundamental y que por tanto sea prioritario reducir las tasas de abandono escolar. Durante el boom de la construcción esa tasa era un poco más alta: el 30%. Los elevados salarios que en proporción a su formación percibían los trabajadores de baja cualificación, los desanimaba a continuar en el sistema educativo, pues el coste de oportunidad de hacerlo era elevado. Sin embargo y a pesar de la crisis, la tasa de abandono escolar está siendo casi la misma: cerca de un 30%. En este sentido se hace necesario adoptar medidas que la reduzcan a lo que, entre otras cosas, puede ayudar la dispersión salarial en función de la formación y la productividad.

¿Qué empresario querría pagar el salario mínimo (9.034 euros/año) además de las cuotas a la Seguridad Social a un potencial empleado que solo tiene la ESO, o ni siquiera la ESO porque abandonó el colegio para trabajar en la construcción o en servicios de baja productividad? ¿Qué hacemos con esos cuatro millones de parados, muchos de ellos jóvenes?

Políticas activas de empleo

1) Para reducir el desempleo, también el juvenil, se deben aplicar políticas de formación. Muchos parados deberían volver a la escuela. Hay demasiados parados sin estudios reglados: una situación que no se soluciona con un programa de aprendizaje de corta duración. Se deberían incentivar a la vez, las relaciones entre los centros de formación y las empresas, para adaptar a los trabajadores a las necesidades de las empresas y conseguir así una mayor eficiencia del capital humano. Se trata de facilitar también la vinculación entre empresarios y sus potenciales empleados, favoreciendo todavía más el desarrollo de prácticas profesionales durante el tiempo que realizan sus estudios, de forma que los jóvenes cuenten con una experiencia laboral previa antes de su incorporación definitiva al mercado laboral Por tanto, hay que destinar esfuerzos a formar a los jóvenes españoles que, insistimos, en muchos casos, abandonaron sus estudios para dedicarse al sector inmobiliario, porque les prometía altos salarios y les exigía una baja cualificación.

2) La formación de trabajadores debería ir además orientada hacia la nueva estructura del sistema productivo que, debido al desarrollo de la Tercera Revolución Industrial, requerirá de mano de obra con mayor cualificación técnica en la industria y de un mayor volumen de profesionales altamente formados en el sector servicios. En este sentido hay que seguir impulsando el cambio tecnológico que permita que la actividad productiva evolucione lo que a la larga puede aumentar a) la colocación de los trabajadores de alta cualificación, b) la productividad de la mano de obra y c) la competitividad de la economía y el crecimiento económico. En estos momentos las empresas están aumentando su intensidad tecnológica por lo que los profesionales deberían ser capaces de adaptarse rápidamente a las nuevas tecnologías y, en un mercado globalizado, contar con un nivel de idiomas adecuado.

3) Hay que seguir desarrollando mecanismos financieros que apoyen proyectos que combinen innovación y emprendimiento. Si se quiere realmente que los jóvenes y los que no lo son creen sus propias empresas es ahí donde se debe incidir. Buscar fórmulas (“business angels”, semilleros de empresas, “incubadoras”, fondos de coinversión, etc.) que permitan seleccionar proyectos en fases tempranas para que puedan convertirse en empresas competitivas.

Menos salario mínimo y más salario variable

4) Hay que seguir insistiendo en la necesidad de simplificar la legislación laboral creando un contrato unificado y bajando las indemnizaciones por despido, lo que flexibilizaría el mercado laboral y daría muchas más facilidades a las empresas para aumentar sus plantillas. Por ejemplo, se podría establecer un menor salario mínimo para los jóvenes. Sueldos más bajos darían la oportunidad a los jóvenes de adquirir experiencia, que es lo que realmente necesitan para iniciar una carrera y para más adelante, poder mejorar sus condiciones laborales o encontrar un empleo mejor.

5) También habría que intensificar la necesidad de remunerar según la productividad. Pasar de la cultura del salario fijo a otra donde haya una parte variable. Sin embargo, esa parte variable se debería vincular a la productividad a través de fórmulas claras y controlables que permitan medir el comportamiento laboral del trabajador. De ahí que la parte variable no se debería vincular a otros factores, como pueden ser los beneficios empresariales, que pueden aumentar o disminuir dependiendo de factores diferentes al esfuerzo del trabajador.

La cultura de tener un sueldo fijo, aunque es positiva para la tranquilidad personal, no lo es tanto para la economía. Cuando un trabajador es consciente de que, con independencia de lo que se esfuerce, tendrá garantizada una subida (o bajada o congelación) salarial equivalente a los del resto de sus compañeros de trabajo, tenderá a reducir su esfuerzo personal. En este sentido, la cultura de lo variable, aunque introduce cierta inseguridad en el trabajador, garantiza un mayor esfuerzo y en consecuencia una mayor productividad, lo que siempre es positivo para el tejido empresarial y para la economía.

Además, y aunque en un principio los trabajadores puedan ver que la cultura de lo variable les perjudica, en el medio-largo plazo puede resultar favorable a sus intereses personales, pues se les remunerará en función de su esfuerzo y no de lo que hagan los demás. En este sentido, la cultura de lo variable no revierte negativamente sobre los derechos de los trabajadores sino positivamente. Ahora bien, todo dependerá de que se aplique con el rigor y la transparencia que una medida de este tipo requiere.

En resumen, el 75% de los jóvenes desempleados proceden de sectores de baja cualificación. El otro 25% han terminado una carrera universitaria o el bachillerato. Es bien sabido que muchos graduados, recién salidos de la universidad, tienen dificultades para encontrar un empleo. Por lo general, los empresarios prefieren contratar a personas con experiencia y desgraciadamente las regulaciones laborales no facilitan que los jóvenes adquieran esa experiencia. Por estos motivos, entre otros, el paro juvenil en España supera el 55%. Se une a ello la dificultad derivada de la falta de crédito que impide a los jóvenes poner en marcha nuevas aventuras empresariales.

Este post es una versión ampliada del artículo de Rafael Pampillón Olmedo. "Soluciones al paro juvenil". Expansión. Sábado 29 de marzo de 2014, página 38.
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30
Mar

Soluciones al paro juvenil

Escrito el 30 marzo 2014 por en Economía española

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En España el 55% de los jóvenes que quieren trabajar no encuentra trabajo. Una pena, porque desde hace años rige en España un nuevo modelo productivo basado en las exportaciones de bienes y servicios. Los sectores exportadores y competitivos necesitan mano de obra joven, que por sus propias características, tiene una mayor flexibilidad geográfica y funcional, más capacidad de absorber las nuevas tecnologías y, por tanto, de aumentar la productividad de las empresas, y todo ello con menores exigencias salariales.

Un análisis sencillo del mercado laboral español muestra que existen dos extremos en el nivel de cualificación de la mano de obra. Una parte importante de la mano de obra está muy poco formada, otra en cambio tiene elevados niveles de cualificación. A ello se une que sólo un pequeño porcentaje de la población activa tiene una preparación media (formación profesional, o FP por sus siglas).

Baja cualificación de los parados

Un análisis parecido se puede hacer con el ejército de parados. Según la Encuesta de Población Activa en España hay casi 6 millones de desempleados. Tres millones de parados tienen solo el título de Educación Secundaria Obligatoria (ESO). Otro millón ni siquiera ha terminado la ESO, es decir tiene estudios de Primaria o menos, consecuencia del elevado nivel de fracaso escolar que sufre España. Un millón han estudiado algún tipo de Formación Profesional (FP) y tienen un oficio que les permitiría trabajar en un puesto cualificado. Por último, otro millón tiene estudios universitarios o han terminado sus estudios de bachillerato. Entre los trabajadores más jóvenes se da la misma situación dual que en el conjunto nacional.

Está demostrado que cuanto mayor es el nivel de estudios de las personas más fácil les resulta encontrar un empleo. De ahí que la formación de los trabajadores sea fundamental y que por tanto sea prioritario reducir las tasas de abandono escolar. Durante el boom de la construcción esa tasa era un poco más alta: el 30%. Los elevados salarios que en proporción a su formación percibían los trabajadores de baja cualificación, los desanimaba a continuar en el sistema educativo, pues el coste de oportunidad de hacerlo era elevado. Sin embargo y a pesar de la crisis, la tasa de abandono escolar está siendo casi la misma: cerca de un 30%. En este sentido se hace necesario adoptar medidas que la reduzcan a lo que, entre otras cosas, puede ayudar la dispersión salarial en función de la formación y la productividad.

¿Qué empresario querría pagar el salario mínimo (9.034 euros/año) además de las cuotas a la Seguridad Social a un potencial empleado que solo tiene la ESO, o ni siquiera la ESO porque abandonó el colegio para trabajar en la construcción o en servicios de baja productividad? ¿Qué hacemos con esos cuatro millones de parados, muchos de ellos jóvenes?

Políticas activas de empleo

1) Para reducir el desempleo, también el juvenil, se deben aplicar políticas de formación. Muchos parados deberían volver a la escuela. Hay demasiados parados sin estudios reglados: una situación que no se soluciona con un programa de aprendizaje de corta duración. Se deberían incentivar a la vez, las relaciones entre los centros de formación y las empresas, para adaptar a los trabajadores a las necesidades de las empresas y conseguir así una mayor eficiencia del capital humano. Se trata de facilitar también la vinculación entre empresarios y sus potenciales empleados, favoreciendo todavía más el desarrollo de prácticas profesionales durante el tiempo que realizan sus estudios, de forma que los jóvenes cuenten con una experiencia laboral previa antes de su incorporación definitiva al mercado laboral Por tanto, hay que destinar esfuerzos a formar a los jóvenes españoles que, insistimos, en muchos casos, abandonaron sus estudios para dedicarse al sector inmobiliario, porque les prometía altos salarios y les exigía una baja cualificación.

2) La formación de trabajadores debería ir además orientada hacia la nueva estructura del sistema productivo que, debido al desarrollo de la Tercera Revolución Industrial, requerirá de mano de obra con mayor cualificación técnica en la industria y de un mayor volumen de profesionales altamente formados en el sector servicios. En este sentido hay que seguir impulsando el cambio tecnológico que permita que la actividad productiva evolucione lo que a la larga puede aumentar a) la colocación de los trabajadores de alta cualificación, b) la productividad de la mano de obra y c) la competitividad de la economía y el crecimiento económico. En estos momentos las empresas están aumentando su intensidad tecnológica por lo que los profesionales deberían ser capaces de adaptarse rápidamente a las nuevas tecnologías y, en un mercado globalizado, contar con un nivel de idiomas adecuado.

3) Hay que seguir desarrollando mecanismos financieros que apoyen proyectos que combinen innovación y emprendimiento. Si se quiere realmente que los jóvenes y los que no lo son creen sus propias empresas es ahí donde se debe incidir. Buscar fórmulas (“business angels”, semilleros de empresas, “incubadoras”, fondos de coinversión, etc.) que permitan seleccionar proyectos en fases tempranas para que puedan convertirse en empresas competitivas.

Menos salario mínimo y más salario variable

4) Hay que seguir insistiendo en la necesidad de simplificar la legislación laboral creando un contrato unificado y bajando las indemnizaciones por despido, lo que flexibilizaría el mercado laboral y daría muchas más facilidades a las empresas para aumentar sus plantillas. Por ejemplo, se podría establecer un menor salario mínimo para los jóvenes. Sueldos más bajos darían la oportunidad a los jóvenes de adquirir experiencia, que es lo que realmente necesitan para iniciar una carrera y para más adelante, poder mejorar sus condiciones laborales o encontrar un empleo mejor.

5) También habría que intensificar la necesidad de remunerar según la productividad. Pasar de la cultura del salario fijo a otra donde haya una parte variable. Sin embargo, esa parte variable se debería vincular a la productividad a través de fórmulas claras y controlables que permitan medir el comportamiento laboral del trabajador. De ahí que la parte variable no se debería vincular a otros factores, como pueden ser los beneficios empresariales, que pueden aumentar o disminuir dependiendo de factores diferentes al esfuerzo del trabajador.

La cultura de tener un sueldo fijo, aunque es positiva para la tranquilidad personal, no lo es tanto para la economía. Cuando un trabajador es consciente de que, con independencia de lo que se esfuerce, tendrá garantizada una subida (o bajada o congelación) salarial equivalente a los del resto de sus compañeros de trabajo, tenderá a reducir su esfuerzo personal. En este sentido, la cultura de lo variable, aunque introduce cierta inseguridad en el trabajador, garantiza un mayor esfuerzo y en consecuencia una mayor productividad, lo que siempre es positivo para el tejido empresarial y para la economía.

Además, y aunque en un principio los trabajadores puedan ver que la cultura de lo variable les perjudica, en el medio-largo plazo puede resultar favorable a sus intereses personales, pues se les remunerará en función de su esfuerzo y no de lo que hagan los demás. En este sentido, la cultura de lo variable no revierte negativamente sobre los derechos de los trabajadores sino positivamente. Ahora bien, todo dependerá de que se aplique con el rigor y la transparencia que una medida de este tipo requiere.

En resumen, el 75% de los jóvenes desempleados proceden de sectores de baja cualificación. El otro 25% han terminado una carrera universitaria o el bachillerato. Es bien sabido que muchos graduados, recién salidos de la universidad, tienen dificultades para encontrar un empleo. Por lo general, los empresarios prefieren contratar a personas con experiencia y desgraciadamente las regulaciones laborales no facilitan que los jóvenes adquieran esa experiencia. Por estos motivos, entre otros, el paro juvenil en España supera el 55%. Se une a ello la dificultad derivada de la falta de crédito que impide a los jóvenes poner en marcha nuevas aventuras empresariales.

Este post es una versión ampliada del artículo de Rafael Pampillón Olmedo. "Soluciones al paro juvenil". Expansión. Sábado 29 de marzo de 2014, página 38.
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Un análisis sencillo del mercado laboral español muestra que existen dos extremos en el nivel de cualificación de la mano de obra. Una parte importante de la mano de obra está muy poco formada, otra en cambio tiene elevados niveles de cualificación. A ello se une que sólo un pequeño porcentaje de la población activa tiene una preparación media (formación profesional, o FP por sus siglas).

Baja cualificación de los parados

Un análisis parecido se puede hacer con el ejército de parados. Según la Encuesta de Población Activa en España hay casi 6 millones de desempleados. Tres millones de parados tienen solo el título de Educación Secundaria Obligatoria (ESO). Otro millón ni siquiera ha terminado la ESO, es decir tiene estudios de Primaria o menos, consecuencia del elevado nivel de fracaso escolar que sufre España. Un millón han estudiado algún tipo de Formación Profesional (FP) y tienen un oficio que les permitiría trabajar en un puesto cualificado. Por último, otro millón tiene estudios universitarios o han terminado sus estudios de bachillerato. Entre los trabajadores más jóvenes se da la misma situación dual que en el conjunto nacional.

Está demostrado que cuanto mayor es el nivel de estudios de las personas más fácil les resulta encontrar un empleo. De ahí que la formación de los trabajadores sea fundamental y que por tanto sea prioritario reducir las tasas de abandono escolar. Durante el boom de la construcción esa tasa era un poco más alta: el 30%. Los elevados salarios que en proporción a su formación percibían los trabajadores de baja cualificación, los desanimaba a continuar en el sistema educativo, pues el coste de oportunidad de hacerlo era elevado. Sin embargo y a pesar de la crisis, la tasa de abandono escolar está siendo casi la misma: cerca de un 30%. En este sentido se hace necesario adoptar medidas que la reduzcan a lo que, entre otras cosas, puede ayudar la dispersión salarial en función de la formación y la productividad.

¿Qué empresario querría pagar el salario mínimo (9.034 euros/año) además de las cuotas a la Seguridad Social a un potencial empleado que solo tiene la ESO, o ni siquiera la ESO porque abandonó el colegio para trabajar en la construcción o en servicios de baja productividad? ¿Qué hacemos con esos cuatro millones de parados, muchos de ellos jóvenes?

Políticas activas de empleo

1) Para reducir el desempleo, también el juvenil, se deben aplicar políticas de formación. Muchos parados deberían volver a la escuela. Hay demasiados parados sin estudios reglados: una situación que no se soluciona con un programa de aprendizaje de corta duración. Se deberían incentivar a la vez, las relaciones entre los centros de formación y las empresas, para adaptar a los trabajadores a las necesidades de las empresas y conseguir así una mayor eficiencia del capital humano. Se trata de facilitar también la vinculación entre empresarios y sus potenciales empleados, favoreciendo todavía más el desarrollo de prácticas profesionales durante el tiempo que realizan sus estudios, de forma que los jóvenes cuenten con una experiencia laboral previa antes de su incorporación definitiva al mercado laboral Por tanto, hay que destinar esfuerzos a formar a los jóvenes españoles que, insistimos, en muchos casos, abandonaron sus estudios para dedicarse al sector inmobiliario, porque les prometía altos salarios y les exigía una baja cualificación.

2) La formación de trabajadores debería ir además orientada hacia la nueva estructura del sistema productivo que, debido al desarrollo de la Tercera Revolución Industrial, requerirá de mano de obra con mayor cualificación técnica en la industria y de un mayor volumen de profesionales altamente formados en el sector servicios. En este sentido hay que seguir impulsando el cambio tecnológico que permita que la actividad productiva evolucione lo que a la larga puede aumentar a) la colocación de los trabajadores de alta cualificación, b) la productividad de la mano de obra y c) la competitividad de la economía y el crecimiento económico. En estos momentos las empresas están aumentando su intensidad tecnológica por lo que los profesionales deberían ser capaces de adaptarse rápidamente a las nuevas tecnologías y, en un mercado globalizado, contar con un nivel de idiomas adecuado.

3) Hay que seguir desarrollando mecanismos financieros que apoyen proyectos que combinen innovación y emprendimiento. Si se quiere realmente que los jóvenes y los que no lo son creen sus propias empresas es ahí donde se debe incidir. Buscar fórmulas (“business angels”, semilleros de empresas, “incubadoras”, fondos de coinversión, etc.) que permitan seleccionar proyectos en fases tempranas para que puedan convertirse en empresas competitivas.

Menos salario mínimo y más salario variable

4) Hay que seguir insistiendo en la necesidad de simplificar la legislación laboral creando un contrato unificado y bajando las indemnizaciones por despido, lo que flexibilizaría el mercado laboral y daría muchas más facilidades a las empresas para aumentar sus plantillas. Por ejemplo, se podría establecer un menor salario mínimo para los jóvenes. Sueldos más bajos darían la oportunidad a los jóvenes de adquirir experiencia, que es lo que realmente necesitan para iniciar una carrera y para más adelante, poder mejorar sus condiciones laborales o encontrar un empleo mejor.

5) También habría que intensificar la necesidad de remunerar según la productividad. Pasar de la cultura del salario fijo a otra donde haya una parte variable. Sin embargo, esa parte variable se debería vincular a la productividad a través de fórmulas claras y controlables que permitan medir el comportamiento laboral del trabajador. De ahí que la parte variable no se debería vincular a otros factores, como pueden ser los beneficios empresariales, que pueden aumentar o disminuir dependiendo de factores diferentes al esfuerzo del trabajador.

La cultura de tener un sueldo fijo, aunque es positiva para la tranquilidad personal, no lo es tanto para la economía. Cuando un trabajador es consciente de que, con independencia de lo que se esfuerce, tendrá garantizada una subida (o bajada o congelación) salarial equivalente a los del resto de sus compañeros de trabajo, tenderá a reducir su esfuerzo personal. En este sentido, la cultura de lo variable, aunque introduce cierta inseguridad en el trabajador, garantiza un mayor esfuerzo y en consecuencia una mayor productividad, lo que siempre es positivo para el tejido empresarial y para la economía.

Además, y aunque en un principio los trabajadores puedan ver que la cultura de lo variable les perjudica, en el medio-largo plazo puede resultar favorable a sus intereses personales, pues se les remunerará en función de su esfuerzo y no de lo que hagan los demás. En este sentido, la cultura de lo variable no revierte negativamente sobre los derechos de los trabajadores sino positivamente. Ahora bien, todo dependerá de que se aplique con el rigor y la transparencia que una medida de este tipo requiere.

En resumen, el 75% de los jóvenes desempleados proceden de sectores de baja cualificación. El otro 25% han terminado una carrera universitaria o el bachillerato. Es bien sabido que muchos graduados, recién salidos de la universidad, tienen dificultades para encontrar un empleo. Por lo general, los empresarios prefieren contratar a personas con experiencia y desgraciadamente las regulaciones laborales no facilitan que los jóvenes adquieran esa experiencia. Por estos motivos, entre otros, el paro juvenil en España supera el 55%. Se une a ello la dificultad derivada de la falta de crédito que impide a los jóvenes poner en marcha nuevas aventuras empresariales.

Este post es una versión ampliada del artículo de Rafael Pampillón Olmedo. «Soluciones al paro juvenil». Expansión. Sábado 29 de marzo de 2014, página 38.

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