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Ayuda al desarrollo y crecimiento económico

Escrito el 6 marzo 2012 por Daniel Fernandez Kranz en Economía Mundial

Ayer arrancó en Bilbao el juicio contra el ex presidente y otros dos altos directivos de Anesvad por presunta apropiación indebida de fondos entre 2002 y 2007. Desde que estallara el escándalo, el mayor de España en el sector de la cooperación, Anesvad ha perdido un cuarenta por ciento de sus socios y ha pasado de manejar un presupuesto de 35 millones de euros a otro de sólo 14 millones de euros.

Anesvad ha sido castigada por los donantes. Sin embargo, el caso de Anesvad supone una excepción a la triste realidad de que las organizaciones que gestionan la ayuda al desarrollo  en general no rinden cuentas de una forma clara al resto de la sociedad. Si los millones de euros captados por Anesvad o por otras organizaciones son gestionados de forma ineficiente, aunque dentro de la legalidad, se dirigen a proyectos con escaso impacto o simplemente no se destinan a las actividades de mayor valor, esto normalmente no tiene consecuencias para las personas responsables de las organizaciones que gestionaron esos fondos. Los donantes que apoyan a las ONG esperan que su ayuda sea utilizada de la mejor manera posible, pero no tienen medios a su alcance para evaluar si realmente esto es así. ¿Saben los donantes si sus donaciones han servido realmente para lo que fueron pensadas? ¿Saben los donantes si los proyectos que han utilizado su dinero han conseguido los resultados en términos de salud, reducción de la pobreza, educación, que se esperaba de ellos? En general la respuesta a estas preguntas es NO.

Aquellos que critican la ayuda al desarrollo argumentan que al no estar sujeta a los controles de otras actividades económicas, su eficacia se ve resentida y que a pesar del aumento considerable de la cantidad de ayuda al desarrollo durante las últimas décadas, regiones como el África Sub-Sahariana persisten en situación de extrema pobreza. La investigación económica ha encontrado en general una escasa relación entre ayuda al desarrollo y crecimiento económico (ver gráfico 1), e incluso algunos estudios encuentran evidencia de que la ayuda al desarrollo impide el crecimiento económico al promover la corrupción y el desvío de talento hacia actividades burocráticas y poco productivas.

Los que defienden la ayuda al desarrollo argumentan que ésta no debe evaluarse con los mismos criterios de eficiencia y productividad que las actividades económicas con ánimo de lucro, que los resultados a menudo son a muy largo plazo y que la escasa correlación entre ayuda al desarrollo y crecimiento económico se debe a que los donantes centrar sus esfuerzos en aquellas áreas más necesitadas y con peores resultados económicos.

Y en medio de esta discusión, el África Sub-Sahariana lanza al mundo un mensaje de optimismo. Desde mediados de los años noventa África ha venido sorprendiendo al mundo con un aumento sostenido de su tasa de crecimiento del PIB y de la renta per cápita (ver gráfico 2). Es cierto que detrás de este crecimiento se encuentran el auge en la demanda y precio de muchas de las materias primas que posee África y necesita China y el resto del mundo.

 

El peligro es que este crecimiento sea temporal y no siente las bases para una industrialización y desarrollo real de la zona. Pero también es cierto que unido a este boom de las materias primas, China está invirtiendo en África el equivalente a toda la ayuda al desarrollo. Mucha de esta inversión se traduce en mejores infraestructuras para la extracción, procesado y transporte de las materias primas, infraestructura que queda en África y que si África sabe aprovechar puede utilizar para relanzar otros sectores de la economía. También, la mano de obra China empieza a ser cara y en consecuencia el gigante asiático ha empezado a deslocalizar parte de su producción, y entre otras regiones del mundo, África es uno de los destinos escogidos para producir las primeras fases de algunas de las manufacturas que acaban ensamblándose en China y exportándose desde allí al resto del mundo. La esperanza es que África sepa aprovechar esta coyuntura favorable para escapar de la trampa de la pobreza y falta de desarrollo.

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