La publicación, hoy, de los datos de balanza de pagos de la economía española (mes de julio) por parte del Banco de España, es una buena oportunidad para repasar la situación de nuestra relaciones económicas y financieras con el resto del mundo. La balanza de pagos es un documento contable en el que se registran todas las transacciones entre los residentes de un país y el resto del mundo, independientemente de su carácter: comercial, financiero, etc.
Dentro de la balanza de pagos, es especialmente importante seguir la balanza por cuenta corriente, pues refleja la diferencia entre la inversión y el ahorro interno de un país. Es decir, cuando una economía presenta un saldo negativo en la balanza por cuenta corriente se debe a que vive por encima de sus posibilidades, es decir, el ahorro de sus agentes no cubre el esfuerzo inversor. Y, por tanto, en ese caso necesita la financiación de los inversores del resto del mundo.
En el caso de España, en los años del auge económico, nuestro saldo negativo externo llegó a los 100.000 millones de euros anuales (10% del PIB), que reflejaba un esfuerzo inversor (excesivamente centrado en el ladrillo) más propio de una economía emergente (cercano al 30% del PIB) y una capacidad de ahorro propia de un país de la OCDE (20% del PIB). Eran años de crecimientos elevados y creación de empleo, lo que junto a nuestra pertenencia a la UEM propiciaban que ese déficit se cubriera por los no residente sin problemas: a través de inversión directa y, sobre todo en cartera (compras de emisiones de los bancos). Pero la crisis que se inició en el verano de 2007 y, especialmente, las dudas sobre el futuro proyecto europeo terminaron erosionando y encareciendo la afluencia de ahorro externo a nuestro país, al disminuir la confianza en nuestra capacidad de pago.
Esa restricción financiera externa explicaría buena parte del ajuste experimentado por nuestra economía y los problemas para volver a crecer. De hecho, el déficit de la balanza por cuenta corriente ha disminuido del 10% al 4,3% del PIB en poco más de 3 años y, probablemente, se tendrá que seguir reduciendo en el futuro, lo que limitará nuestro potencial de crecimiento (menos inversión y más ahorro). Sobre todo, porque la deuda externa acumulada tras años de excesos se sitúa en términos netos en niveles superiores al 90%. Y según va venciendo esa deuda, hay que refinanciarla.
Por tanto, una economía muy endeudada con el exterior en un contexto de elevada aversión al riesgo de los inversores internacionales, debe reducir la dependencia del ahorro externo y desapalancarse a corto plazo, lo que limitará su capacidad de crecimiento. A medio plazo se debe recuperar la competitividad y aumentar la base exportadora ya que nuestras ventas al exterior sólo representan el 27% del PIB, frente al 40% de media en la UEM, además de no caer en la tentación de una vuelta al ladrillo. Es decir, será necesario un cambio en el modelo de crecimiento.
Respecto a los datos publicados esta mañana, aunque modera levemente su ritmo de corrección, el déficit por cuenta corriente de la economía española continúa reduciéndose, un 9,9% interanual en enero-julio (hasta 28.919 millones de euros). En términos acumulados doce meses el déficit se situó en 45.241 millones de euros (4,2% del PIB), la cifra más baja en siete años y un 57% inferior a los máximos alcanzados en 2007. Esta mejoría es fruto, fundamentalmente, del mayor superávit de servicios, aprovechando el empuje del turismo, y, sobre todo, del menor déficit comercial, derivado del elevado dinamismo de las exportaciones y un menor deterioro del déficit energético.
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