Los acontecimientos de las últimas semanas, con el rescate de Irlanda como momento álgido, han devuelto a los titulares de la prensa –y no sólo de la especializada- a los indicadores con que se mide el riesgo que entraña la inversión en títulos de deuda pública. En general, el que ocupaba portadas ha sido el que mayores tensiones reflejaba en cada momento para los títulos de nuestro Tesoro. Ahora que parecen haberse calmado algo los mercados y antes de que nuevas oscilaciones nos recuerden la incertidumbre en que siguen sumidos, creo que puede resultar interesante un breve repaso de qué son los diversos indicadores de riesgo, para así contar con mejores elementos de juicio.
Toda inversión financiera supone la adquisición de algún producto o activo en función de sus principales características o atributos: rentabilidad esperada, tratamiento fiscal, liquidez, vencimiento y riesgo. Como nuestros lectores sabrán, dichos atributos se presentan en forma de disyuntivas o trade-offs. Así, si deseo una mayor rentabilidad esperada, tendré que soportar mayor riesgo o menor liquidez. Esta regularidad nos lleva al primero de los indicadores de riesgo, el diferencial de tipos de interés.
La idea es muy sencilla. Si dos activos comparten características de vencimiento, liquidez y tratamiento fiscal, los diferenciales de rentabilidad (de tipos de interés) compensarán por los diferenciales de riesgo. El activo de mayor riesgo sólo podrá colocarse si ofrece una rentabilidad superior al activo más seguro. Esto es lo que ha venido ocurriendo con el diferencial de tipos de interés de la deuda pública a 10 años entre España y Alemania (Alemania se toma como referencia porque su credibilidad internacional lo sitúa como un deudor altamente fiable. En los demás aspectos, como el de liquidez, los bonos a 10 años de ambos países son esencialmente equiparables). En efecto, dicho diferencial ha mostrado una tendencia creciente desfavorable a nuestro país conforme aumentaban las dudas acerca de nuestra capacidad de crecimiento.
El segundo de los indicadores lo encontramos en los Credit Default Swaps. Se trata de un derivado financiero que funciona como un seguro sobre otro activo financiero (la deuda pública, por ejemplo) subyacente. Se cotizan en puntos básicos. Por ejemplo, si los CDS de España a 10 años cotizan a 200 p.b., para cubrirse frente a un posible impago habría que pagar 2 euros anuales por cada 100 euros que el inversor tuviera invertidos en bonos emitidos por España. Cuanto más sea el riesgo percibido, mayor será esa prima. Pero este indicador no es perfecto. Por ejemplo, el volumen de negociación del mercado de CDS es reducido, lo que genera sesgos por las operaciones de unos pocos agentes.
La tercera alternativa nos lleva a la evaluación que del riesgo realizan agencias especializadas en calificar el riesgo crediticio de los emisores de títulos. Son las conocidas Fitch Ratings, Standard & Poor’s y Moody’s. Como la crisis financiera ha puesto de manifiesto, las evaluaciones de estas agencias también distan mucho de ser perfectas. Además, cuentan con la desventaja de que las evaluaciones no se realizan de forma diaria, sino que se modifican con una frecuencia menor, por lo que no permiten un seguimiento continuado como el que sí es posible mediante diferenciales de tipos y primas CDS
Podríamos añadir a las anteriores algunas otras variables o indicadores, como las mediciones del llamado riesgo país que, en realidad, tratan de medir la calidad de las instituciones, procesos y condiciones en que opera una economía a partir tanto de indicadores objetivos como de opiniones recogidas en encuestas.
Probablemente, la mejor opción para hacerse una idea cabal del riesgo de la inversión en deuda soberana es fijarse en todos estos indicadores y no dejarse llevar por algunas espectaculares afirmaciones que aparecen en la prensa, del tipo “España tiene más probabilidades de quebrar que (ponga aquí algún país exótico no demasiado desarrollado”). El problema es que, en un clima tan agitado como el que hoy se padece en el sistema financiero mundial, cualquier noticia desata reacciones excesivas que impiden un análisis calmado y racional. ¿Estáis de acuerdo?
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