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Ago

Argumentos sesgados, debate pobre para la política económica

Escrito el 30 agosto 2010 por María Jesús Valdemoros en Economía española, Miscelánea

Los seres humanos estamos programados para comprender el mundo que nos rodea en términos de causas y efectos. Esa capacidad, según explican los psicólogos expertos  en la materia, está presente en nosotros prácticamente desde el momento del nacimiento. Y con ella no sólo logramos entender aquello que sucede y que nosotros observamos, sino que conseguimos ir mucho más allá. Gracias a nuestro conocimiento causal de la realidad somos capaces de imaginar realidades alternativas. Así, podemos hacernos una idea de qué hubiese sucedido en el caso de haber actuado de manera distinta a como lo hicimos. O, lo que es incluso mejor, podemos predecir qué ocurrirá si actuamos de determinada forma, cuáles serán los efectos de las causas que pongamos en acción. Es decir, la comprensión causal del mundo nos permite actuar para cambiarlo; nos hace posible plantear alternativas ante un problema, cada una de ellas con sus propias consecuencias.

Por supuesto, el avance científico también se construye sobre los pilares de las relaciones de causalidad, cuyo conocimiento nos permite modificar nuestra realidad. En el caso de las ciencias duras, con el paradigma de la Física, esas relaciones se establecen con un mayor grado de certeza, pues hablamos básicamente de causas cuya acción y naturaleza pueden comprobarse mediante los oportunos experimentos. En el caso de las ciencias sociales, el problema es más complejo, ya que en muchas ocasiones las causas tienden a ser difusas y es muy difícil, cuando no imposible, generar la evidencia necesaria para descubrirlas. Es lo que sucede en la Economía, campo en el que la cuestión incluso se complica más por el impacto que las acciones de política económica tienen sobre el bienestar de millones de personas, amén de por los diferentes planteamientos ideológicos que caben al interpretar y valorar un determinado resultado o cierta política. 

El problema de las cuatro celdas

En efecto, el debate sobre política económica está claramente condicionado por las posiciones ideológicas de quienes participen. En ocasiones, la ideología se plasma en convicciones y propuestas completamente dogmáticas, carentes de toda base empírica relativa a las relaciones causales. En otras, diría que en la mayoría de oportunidades, la ideología simplemente refuerza sesgos que todos tenemos incorporados por defecto en nuestras capacidades cognitivas. Refuerza, por ejemplo, sesgos como el de la intensa búsqueda de información confirmatoria de nuestras creencias o el peso excesivo que damos a dicha información frente al poco que otorgamos a la información que resulta contradictoria con lo que nosotros creemos.

Una representación de esta problemática la encontramos en esta matriz 2 x 2 (cuatro celdas) muy conocida entre quienes se dedican a las ciencias sociales.

  Se obtiene el resultado deseado No se obtiene el resultado desesado
Se aplica la política A B
No se aplica la política C D

 Imaginemos que existe consenso en la existencia de un problema. Algunos proponen una determinada política para solucionarlo y se apoyan para ello únicamente en la evidencia que respalda su posición (los casos A en que esa política ha ido acompañada del resultado buscado). Quienes prefieren no actuar centran sus argumentos en los casos en que la reforma no condujo al resultado deseado, es decir, B y/o en los casos en que el resultado se obtuvo sin aplicar la medida (C).

Sin embargo, para determinar correctamente la potencial eficacia y conveniencia de la política hay que tener en cuenta todos los casos. De hecho, hay que comparar la probabilidad de obtener el resultado una vez aplicada la política A/(A+B) con la probabilidad de obtenerlo sin aplicar la política C/(C+D). Eso nos permitiría actuar con un mejor conocimiento de la evidencia disponible.

No sé si estaréis de acuerdo conmigo, pero tengo la impresión de que, por cultura o por otros factores que desconozco, el debate de política económica en España muestra a diario estos sesgos en mayor medida que en otros países desarrollados, de modo que termina siendo más pobre. Y creo que a ello contribuye la escasa cultura que existe para hacer evaluaciones de la eficacia de las políticas, tanto antes como después de su aplicación.

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