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    [post_content] => La reforma del mercado laboral es uno de esos puntos de la agenda política para cuya suspensión sine die los partidos en el gobierno siempre tienen alguna razón. A lo más que se atreven es a pequeños retoques, que no reformas, como el que el actual gobierno contempla al proponer la extensión del contrato indefinido con 33 días de indemnización por despido a nuevos colectivos, fundamentalmente los jóvenes.

Uno de los motivos por los que ahora se plantea una fuerte oposición a una reforma laboral en profundidad es el argumento de que la actual crisis es de origen financiero, de modo que no puede corregirse modificando las condiciones de funcionamiento de nuestro mercado de trabajo. Me parece que este es un argumento erróneo, aunque también creo que una reforma laboral no será la panacea para la actual situación ni terminará con el problema del desempleo de un plumazo.

Vayamos por partes. Aclararé en primer lugar por qué ese argumento me resulta engañoso. Los problemas que padece nuestra economía son el resultado de un modelo de crecimiento falto de equilibrio, generador de desajustes preocupantes como el endeudamiento privado, el excesivo peso del sector construcción, el desaprovechamiento de nuestro capital humano o el fuerte déficit por cuenta corriente, que en algún momento debían corregirse. Es cierto que la crisis financiera internacional ha precipitado el proceso de ajuste de algunos de esos desequilibrios, manifestándose también en forma de problemas financieros. Pero la causa última de todo ello no es financiera. Lo que ha sostenido a nuestro modelo de crecimiento, llevándolo a su estado presente, ha sido la coexistencia de determinados elementos estructurales, acontecimientos coyunturales y políticas económicas (como los bajos tipos de interés del Banco Central Europeo o la insuficiente contención del gasto público). Entre los elementos estructurales, hemos de incluir necesariamente a nuestro mercado de trabajo, cuyo diseño institucional –junto con el resto de elementos estructurales y coyunturales- permitió en la fase de expansión una fuerte creación de empleo, pero alimentando en su seno la semilla de la actual debacle laboral –no olvidemos que ya estamos cerca de un 20% de desempleo, con alrededor de 2 nuevos millones de desempleados-.

En efecto, cuando la economía española crecía de la mano del tirón del consumo y la inversión en vivienda, el mercado laboral no sólo absorbía mucha mano de obra poco cualificada, sino que la atraía, ya fuera en forma de inmigración, ya en forma de jóvenes que abandonaban tempranamente sus estudios. ¿En qué condiciones accedían esos trabajadores poco cualificados a sus empleos? A través de contratos temporales, fácilmente extinguibles, con el consiguiente agravamiento de la dualidad del mercado de trabajo. En el momento en que el ciclo económico ha cambiado (lo cual ha sucedido bruscamente –ahora sí- por la crisis financiera internacional), dicha dualidad ha provocado una enorme hemorragia de puestos de trabajo sobre todo entre los trabajadores temporales.

En otras palabras, con un mercado laboral más eficiente y moderno, la caída del PIB no hubiese tenido semejante impacto en el mercado de trabajo y el ajuste de este último no se hubiese producido vía cantidades en la medida en que lo ha hecho.

¿Significa lo anterior que una auténtica reforma laboral solucionaría los problemas presentes? Evidentemente no, porque hay otros ámbitos que requieren reformas profundas, como la educación, y políticas decididas, como la corrección del déficit público, para reactivar la economía y ponerla en una trayectoria de crecimiento sostenible en el tiempo. Pero estoy segura de que un mercado laboral más eficiente –por ejemplo, más cercano al modelo de flexiguridad- no sólo habrá de contribuir a relanzar nuestra economía, sino que podrá significar la creación de más puestos de trabajo con mayores niveles de productividad una vez comience la recuperación.
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15
Feb

Reformas y no retoques

Escrito el 15 febrero 2010 por María Jesús Valdemoros en Economía española

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Uno de los motivos por los que ahora se plantea una fuerte oposición a una reforma laboral en profundidad es el argumento de que la actual crisis es de origen financiero, de modo que no puede corregirse modificando las condiciones de funcionamiento de nuestro mercado de trabajo. Me parece que este es un argumento erróneo, aunque también creo que una reforma laboral no será la panacea para la actual situación ni terminará con el problema del desempleo de un plumazo.

Vayamos por partes. Aclararé en primer lugar por qué ese argumento me resulta engañoso. Los problemas que padece nuestra economía son el resultado de un modelo de crecimiento falto de equilibrio, generador de desajustes preocupantes como el endeudamiento privado, el excesivo peso del sector construcción, el desaprovechamiento de nuestro capital humano o el fuerte déficit por cuenta corriente, que en algún momento debían corregirse. Es cierto que la crisis financiera internacional ha precipitado el proceso de ajuste de algunos de esos desequilibrios, manifestándose también en forma de problemas financieros. Pero la causa última de todo ello no es financiera. Lo que ha sostenido a nuestro modelo de crecimiento, llevándolo a su estado presente, ha sido la coexistencia de determinados elementos estructurales, acontecimientos coyunturales y políticas económicas (como los bajos tipos de interés del Banco Central Europeo o la insuficiente contención del gasto público). Entre los elementos estructurales, hemos de incluir necesariamente a nuestro mercado de trabajo, cuyo diseño institucional –junto con el resto de elementos estructurales y coyunturales- permitió en la fase de expansión una fuerte creación de empleo, pero alimentando en su seno la semilla de la actual debacle laboral –no olvidemos que ya estamos cerca de un 20% de desempleo, con alrededor de 2 nuevos millones de desempleados-.

En efecto, cuando la economía española crecía de la mano del tirón del consumo y la inversión en vivienda, el mercado laboral no sólo absorbía mucha mano de obra poco cualificada, sino que la atraía, ya fuera en forma de inmigración, ya en forma de jóvenes que abandonaban tempranamente sus estudios. ¿En qué condiciones accedían esos trabajadores poco cualificados a sus empleos? A través de contratos temporales, fácilmente extinguibles, con el consiguiente agravamiento de la dualidad del mercado de trabajo. En el momento en que el ciclo económico ha cambiado (lo cual ha sucedido bruscamente –ahora sí- por la crisis financiera internacional), dicha dualidad ha provocado una enorme hemorragia de puestos de trabajo sobre todo entre los trabajadores temporales.

En otras palabras, con un mercado laboral más eficiente y moderno, la caída del PIB no hubiese tenido semejante impacto en el mercado de trabajo y el ajuste de este último no se hubiese producido vía cantidades en la medida en que lo ha hecho.

¿Significa lo anterior que una auténtica reforma laboral solucionaría los problemas presentes? Evidentemente no, porque hay otros ámbitos que requieren reformas profundas, como la educación, y políticas decididas, como la corrección del déficit público, para reactivar la economía y ponerla en una trayectoria de crecimiento sostenible en el tiempo. Pero estoy segura de que un mercado laboral más eficiente –por ejemplo, más cercano al modelo de flexiguridad- no sólo habrá de contribuir a relanzar nuestra economía, sino que podrá significar la creación de más puestos de trabajo con mayores niveles de productividad una vez comience la recuperación.
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Uno de los motivos por los que ahora se plantea una fuerte oposición a una reforma laboral en profundidad es el argumento de que la actual crisis es de origen financiero, de modo que no puede corregirse modificando las condiciones de funcionamiento de nuestro mercado de trabajo. Me parece que este es un argumento erróneo, aunque también creo que una reforma laboral no será la panacea para la actual situación ni terminará con el problema del desempleo de un plumazo.

Vayamos por partes. Aclararé en primer lugar por qué ese argumento me resulta engañoso. Los problemas que padece nuestra economía son el resultado de un modelo de crecimiento falto de equilibrio, generador de desajustes preocupantes como el endeudamiento privado, el excesivo peso del sector construcción, el desaprovechamiento de nuestro capital humano o el fuerte déficit por cuenta corriente, que en algún momento debían corregirse. Es cierto que la crisis financiera internacional ha precipitado el proceso de ajuste de algunos de esos desequilibrios, manifestándose también en forma de problemas financieros. Pero la causa última de todo ello no es financiera. Lo que ha sostenido a nuestro modelo de crecimiento, llevándolo a su estado presente, ha sido la coexistencia de determinados elementos estructurales, acontecimientos coyunturales y políticas económicas (como los bajos tipos de interés del Banco Central Europeo o la insuficiente contención del gasto público). Entre los elementos estructurales, hemos de incluir necesariamente a nuestro mercado de trabajo, cuyo diseño institucional –junto con el resto de elementos estructurales y coyunturales- permitió en la fase de expansión una fuerte creación de empleo, pero alimentando en su seno la semilla de la actual debacle laboral –no olvidemos que ya estamos cerca de un 20% de desempleo, con alrededor de 2 nuevos millones de desempleados-.

En efecto, cuando la economía española crecía de la mano del tirón del consumo y la inversión en vivienda, el mercado laboral no sólo absorbía mucha mano de obra poco cualificada, sino que la atraía, ya fuera en forma de inmigración, ya en forma de jóvenes que abandonaban tempranamente sus estudios. ¿En qué condiciones accedían esos trabajadores poco cualificados a sus empleos? A través de contratos temporales, fácilmente extinguibles, con el consiguiente agravamiento de la dualidad del mercado de trabajo. En el momento en que el ciclo económico ha cambiado (lo cual ha sucedido bruscamente –ahora sí- por la crisis financiera internacional), dicha dualidad ha provocado una enorme hemorragia de puestos de trabajo sobre todo entre los trabajadores temporales.

En otras palabras, con un mercado laboral más eficiente y moderno, la caída del PIB no hubiese tenido semejante impacto en el mercado de trabajo y el ajuste de este último no se hubiese producido vía cantidades en la medida en que lo ha hecho.

¿Significa lo anterior que una auténtica reforma laboral solucionaría los problemas presentes? Evidentemente no, porque hay otros ámbitos que requieren reformas profundas, como la educación, y políticas decididas, como la corrección del déficit público, para reactivar la economía y ponerla en una trayectoria de crecimiento sostenible en el tiempo. Pero estoy segura de que un mercado laboral más eficiente –por ejemplo, más cercano al modelo de flexiguridad- no sólo habrá de contribuir a relanzar nuestra economía, sino que podrá significar la creación de más puestos de trabajo con mayores niveles de productividad una vez comience la recuperación.

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