Las primeras semanas del año han sido duras para los países que están tardando más en salir de la crisis. Ese grupo del que hablaba Olivier Blanchard –economista jefe del FMI- hace dos semanas, constituido por economías con fuertes ajustes del sector de la vivienda, elevado endeudamiento de los agentes y claro empeoramiento de las finanzas públicas en el medio plazo. Es decir, naciones candidatas a una rebaja en las calificaciones de “rating”, a lo que se están adelantando los mercados financieros exigiendo mayores spreads a la hora de comprar sus títulos de renta fija. Entre este grupo de países se encuentra España, con una subida de la prima de riesgo este año de 40 puntos básicos, hasta casi los 100 puntos básicos que debemos pagar por encima de los alemanes (rentabilidad del 4,15% del bono español a 10 años).
Es bien conocido, que mientras los bancos centrales tienen influencia sobre la parte corta de la curva de tipos de interés, los tipos en los plazos más largos vienen determinados por un conjunto de factores macroeconómicos que podemos resumir en expectativas de inflación, crecimiento potencial y credibilidad de la política económica en el medio plazo. Día tras día, miles de inversores de todo el mundo con sus decisiones de compra y venta de bonos, emiten su veredicto sobre la probabilidad de pago de ese país y eso se refleja en la prima de riesgo o diferencial que se debe pagar respecto al emisor de la máxima calidad en cada divisa (EEUU en dólares o Alemania en euros). Y, entre esos agentes, hay fondos con un carácter más especulativo (“hedge-funds”), pero asimismo fondos de pensiones, etc. Es decir, es demasiado simple achacar el ajuste de los mercados europeos a un mero movimiento especulativo, aunque es cierto que los mercados financieros pueden apostar en un determinado momento contra una divisa o una región económica. En el caso de nuestro país (y del resto de periféricos de la UEM), las dudas se están centrando en la consolidación de las finanzas públicas en el medio plazo y, en la capacidad de cambiar el modelo productivo y aumentar nuestra competitividad, es decir, en el comportamiento futuro del crecimiento potencial.
Convencer a los mercados
Cuando aumenta el riesgo país, se encarece el coste de financiación del Estado (lo que a su vez aumenta el déficit público), pero además, este incremento se traslada automáticamente a los tipos de interés que pagan las empresas en sus emisiones. Por tanto, lleven o no razón los mercados en sus a veces dudosas opiniones (“herd behaviour” y demás), así como sus economistas y medios de comunicación de cabecera, lo cierto es que resulta fundamental convencerles de la viabilidad y bondad de los escenarios macroeconómicos futuros. Es decir, entre las cuestiones de las que se tienen que ocupar la política económica también está el comportamiento y las expectativas de los mercados. No en vano, Bill Clinton, después de que a los dos meses de su primera presidencia, una crisis en los mercados de bonos le obligará a cambiar el rumbo de su política fiscal, afirmó que le gustaría reencarnarse en “trader” de los mercados de renta fija, teniendo en cuenta el poder que acumulan.
¿Qué debe hacer España?
Todo esto está obligando a cambiar el paso a las autoridades económicas de los países más castigados por la crisis. En teoría, estos países deberían retirar más tarde los estímulos públicos, pero las presiones de los inversores internacionales están obligando a adelantar las señales y, sobre todo, a intentar que esas señales sean más contundentes que las de los demás. El anuncio del gobierno español del viernes pasado de un recorte del gasto de 50.000 millones de euros hasta 2013 y de un posible retraso en la edad de jubilación hasta los 67 años, va en la dirección correcta, pero no se han presentado de manera adecuada, más bien de manera desordenada y de forma dubitativa por miedo a herir algunas sensibilidades. El resultado ha sido que cinco días después de que se anunciaran, prácticamente estas decisiones han sido amortizadas por el mercado y tenemos la prima de riesgo otra vez en 100 puntos básicos, además de importantes retrocesos en los mercados bursátiles. La idea de que la política económica española da bandazos y busca acciones de “marketing” con resultados inmediatos, pero sin realizar un diagnóstico adecuado y, por tanto, sin formular una estrategia de medio plazo creíble, se está imponiendo entre inversores y economistas internacionales. Y hay que cambiar esa idea lo más rápidamente posible. Después de dos años y medio desde el inicio de la crisis, ahora sí que estamos en tiempo de prórroga. Sin reformas, por ejemplo, será muy difícil cumplir las previsiones de crecimiento del Programa de Estabilidad (2,9% en 2012 y 3,1% en 2013).
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