Las principales economías avanzadas, de manera destacada la de EEUU, han abandonado la recesión en el tercer trimestre del año y el horizonte, con la ayuda de unas vigorosas economías emergentes, parecería despejado para una nueva y duradera etapa de crecimiento. Sin embargo, el propio consenso de economistas, se encargan de recordarnos que la recuperación en marcha no va a ser como las demás.
Si en el promedio de las diez anteriores recesiones registradas en EEUU tras la Segunda Guerra Mundial el ritmo anualizado de crecimiento en los seis trimestres iniciales de crecimiento fue del 5,5%, el actual consenso, a pesar de ser más optimista que instituciones como el FMI, reduce ese porcentaje hasta el 2,5%. La razón principal es que las economías avanzadas han atravesado una dura crisis financiera, y en muchos casos, como el de EEUU y España, también inmobiliaria. Crisis así dejan especial huella, en buena medida porque exigen laboriosas recomposiciones de los balances de bancos, empresas y consumidores y dañan el crédito a largo plazo. Todo esto es bastante conocido, pero quizás no lo sea tanto la especial virulencia que estas dificultades están teniendo en EEUU para los bancos y empresas de menor tamaño, cuya situación es una de las principales amenazas para la continuidad de la recuperación económica. Una de las claves se encuentra en la crisis del sector inmobiliario comercial.
Y es que los inmuebles comerciales, cuyos precios han caído ya en EEUU un 40% desde octubre de 2007 sin haber encontrado aún un suelo, constituyen una parte muy relevante de la exposición crediticia de los bancos pequeños (capital de menos de 10.000 millones de dólares): más del 40% de sus carteras crediticias están expuestas al sector inmobiliario comercial, en muchos casos con un valor de la garantía de apenas un tercio del total del crédito, lo que sin duda resulta disuasor a la hora de plantearse la concesión de nuevos préstamos. De estas entidades, aquellas con la mayor exposición al sector inmobiliario comercial acaparan el 40% de todos los créditos de menos de un millón de dólares, que son el grueso de los créditos solicitados por las pequeñas empresas. La conclusión es simple: los bancos y las empresas de menor tamaño se encuentran atrapados en un peligroso círculo vicioso de crisis inmobiliaria, balances bancarios dañados y falta de crédito. Las principales actuaciones del Gobierno se han dirigido hasta ahora a los grandes bancos y las grandes corporaciones, pero la situación de los agentes de menor tamaño es también delicada.
Hay razones para creer que el impacto económico de esta situación es importante. Quizás una de las más claras la encontramos en los datos de empleo. En los últimos meses ha llamado la atención que, a la vez que la destrucción neta de empleo tendía a reducirse con claridad en los últimos meses, la tasa de paro aumentaba con más fuerza de la que parecería razonable hasta el actual 10,2%. La explicación es sencilla: las cifras de destrucción de empleo más seguidas se obtienen a partir de una encuesta en la que predominan las empresas de gran tamaño, mientras que la tasa de paro proviene de una encuesta familiar que representa mejor a la pequeña empresa. De hecho, mientras que la encuesta empresarial ha reflejado en los últimos tres meses una destrucción promedio de 187.000 empleos, el indicador familiar señala una pérdida de 702.000 puestos de trabajo. Divergencias semejantes pueden observarse también en las encuestas de confianza realizadas a las grandes y a las pequeñas empresas. Parece, en consecuencia, que uno de los principales peligros inmediatos para la economía de EEUU reside en su tejido productivo menos visible, que, dicho sea de paso, tampoco se beneficia especialmente de la depreciación del dólar.
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