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¿Perjudica la inmigración a los trabajadores autóctonos?

Escrito el 6 enero 2009 por María Jesús Valdemoros en Economía española

Una de las razones por las que la inmigración se convierte en una preocupación para las sociedades receptoras es la posibilidad de que la competencia de los trabajadores foráneos empeore las condiciones laborales de los trabajadores autóctonos. Por ejemplo, en el caso español, la llegada en los últimos años de cinco millones de inmigrantes podría haber provocado bien una caída de los salarios –mecanismo a través del que un mercado laboral flexible absorbe un shock positivo de oferta-, bien una reducción en las probabilidades de estar empleado para los trabajadores españoles –hipótesis plausible si los mercados laborales son rígidos y no se ajustan vía salarios- o bien una combinación de ambos efectos.

En la medida en que la población inmigrante tiene menores niveles de cualificación que la población española en cada segmento de edad, los trabajadores españoles que podrían haberse visto perjudicados son los de menor cualificación.

La evidencia española dice que no

Los análisis publicados sobre esta materia indican que la inmigración no ha tenido esos efectos negativos para los trabajadores españoles. Ni sus tasas de empleo ni sus salarios parecen haberse resentido, fundamentalmente porque se ha producido una concentración del trabajo inmigrante en industrias y trabajos en que las necesidades de la demanda no podían ser cubiertas por la disponibilidad de trabajo autóctono (sí, exacto, los inmigrantes han aceptado ocupaciones que los españoles no querían).

Esta evidencia es coherente con otra que indica que trabajadores españoles e inmigrantes, dentro de un nivel de formación teóricamente similar, no son sustitutivos perfectos porque los inmigrantes se enfrentan a diversas dificultades (diferencias idiomáticas, carencia de ciertos referentes culturales, falta de reconocimientos oficiales de sus titulaciones) que les impiden hacer valer todo su capital humano. Eso provoca que los inmigrantes tengan ocupaciones y salarios distintos de los de los españoles. Es decir, no compiten por los mismos trabajos.
No sólo no compiten, sino que parece existir cierto grado de complementariedad entre el capital humano de los trabajadores extranjeros y el de los españoles, lo que ha revertido en ganancias agregadas importantes, sobre todo en regiones donde hay mucha presencia de población inmigrante cuya capacitación más difiere de la de los autóctonos.

Al parecer, según otro estudio , los mercados laborales españoles han absorbido el shock de la inmigración de una forma que ha sido altamente positiva: una industria en una región con mucha inmigración ha pasado a utilizar una proporción de trabajo poco cualificado mayor que la que emplea esa misma industria en otra zona con menos inmigrantes. De esa manera, todos, inmigrantes y autóctonos, han ganado con la inmigración.

Y ahora, ¿qué pasará?

La pregunta que resulta normal hacerse en este momento es ¿cambiarán las tornas a raíz de la crisis que padecemos? Independientemente de la respuesta a esa cuestión, creo que deberíamos plantearnos una aún más importante: ¿cómo podemos hacer de la inmigración un factor que contribuya al cambio de modelo económico que necesitamos para crecer de manera sostenida?

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