WP_Post Object ( [ID] => 4316 [post_author] => 13673 [post_date] => 2007-11-08 07:50:06 [post_date_gmt] => 2007-11-08 06:50:06 [post_content] => Hoy no existen economías nacionales capitalistas. Son todas economías mixtas, en las que el Estado interviene, mejor o peor, para corregir los fallos que siempre tiene el mercado. El mercado es el mejor sistema de asignación de recursos, el más eficiente, el que proporciona más bienestar, pero tiene fallos y deben ser corregidos. Así hemos vivido en el mundo occidental, desde la Segunda Guerra Mundial, con más o menos éxito. Y este modelo, de estados democráticos preocupados por el bienestar social parecía, que era el “fin de la historia”, en frase de Fukuyama. La economía global ha supuesto un revolcón a toda esta agradable carpa de circo. La economía global es capitalista. El mercado juega asignando recursos financieros y humanos, distribuyendo bienes y servicios, según las reglas del interés individual. Y necesitamos una institución, un Estado Global, que corrija los fallos del mercado global como las externalidades globales negativas de las emisiones de CO2 o el peligro nuclear, las situaciones de poder de mercado de algunas empresas, los bienes públicos necesarios como la seguridad y la defensa internacional ante el terrorismo global, las situaciones evidentes de desigualdad y pobreza de buena parte esa sociedad global que está construyéndose. Pero ¿cómo hacerlo? Nuestro sistema de decisión se basa en la democracia. Un ser humano un voto. ¿Construiremos un Estado en el que 200 millones de votos norteamericanos tengan el mismo peso en la decisión que la sexta parte de la población china o la quinta parte de los ciudadanos indios? Un Parlamento, ¿en el que 80 millones de votos alemanes pesen igual que 80 millones de turcos? ¿Alguien del mundo occidental está interesado en hacer algo así? Esta es nuestra contradicción para avanzar en la correcta dirección. Y parece insalvable, inabordable, peligrosa. Y sin este requisito institucional será imposible un entorno estable. Viviremos pues un escenario de países intentando plantear su influencia hegemónica, con actuaciones en las que prevalezcan sus intereses nacionales a los de la sociedad global. Un mundo barroco, alámbicado, de ciudades sobre naciones, de cambios rápidos, de ajustes permanentes en el que no se atisba un equilibrio final, un punto de llegada. Al menos por ahora. [post_title] => Construyendo la Sociedad Global: la contradicción democrática [post_excerpt] => [post_status] => publish [comment_status] => open [ping_status] => closed [post_password] => [post_name] => construyendo_la [to_ping] => [pinged] => [post_modified] => 2023-12-13 13:55:23 [post_modified_gmt] => 2023-12-13 12:55:23 [post_content_filtered] => [post_parent] => 0 [guid] => https://economy.blogs.ie.edu/archives/2007/11/construyendo_la.php [menu_order] => 0 [post_type] => post [post_mime_type] => [comment_count] => 1 [filter] => raw )
Hoy no existen economías nacionales capitalistas. Son todas economías mixtas, en las que el Estado interviene, mejor o peor, para corregir los fallos que siempre tiene el mercado. El mercado es el mejor sistema de asignación de recursos, el más eficiente, el que proporciona más bienestar, pero tiene fallos y deben ser corregidos. Así hemos vivido en el mundo occidental, desde la Segunda Guerra Mundial, con más o menos éxito. Y este modelo, de estados democráticos preocupados por el bienestar social parecía, que era el “fin de la historia”, en frase de Fukuyama.
La economía global ha supuesto un revolcón a toda esta agradable carpa de circo. La economía global es capitalista. El mercado juega asignando recursos financieros y humanos, distribuyendo bienes y servicios, según las reglas del interés individual. Y necesitamos una institución, un Estado Global, que corrija los fallos del mercado global como las externalidades globales negativas de las emisiones de CO2 o el peligro nuclear, las situaciones de poder de mercado de algunas empresas, los bienes públicos necesarios como la seguridad y la defensa internacional ante el terrorismo global, las situaciones evidentes de desigualdad y pobreza de buena parte esa sociedad global que está construyéndose.
Pero ¿cómo hacerlo? Nuestro sistema de decisión se basa en la democracia. Un ser humano un voto. ¿Construiremos un Estado en el que 200 millones de votos norteamericanos tengan el mismo peso en la decisión que la sexta parte de la población china o la quinta parte de los ciudadanos indios? Un Parlamento, ¿en el que 80 millones de votos alemanes pesen igual que 80 millones de turcos? ¿Alguien del mundo occidental está interesado en hacer algo así? Esta es nuestra contradicción para avanzar en la correcta dirección. Y parece insalvable, inabordable, peligrosa. Y sin este requisito institucional será imposible un entorno estable. Viviremos pues un escenario de países intentando plantear su influencia hegemónica, con actuaciones en las que prevalezcan sus intereses nacionales a los de la sociedad global. Un mundo barroco, alámbicado, de ciudades sobre naciones, de cambios rápidos, de ajustes permanentes en el que no se atisba un equilibrio final, un punto de llegada. Al menos por ahora.
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