Treinta años atrás, la explosión demográfica se consideraba como una de las potenciales amenazas de la humanidad. Sin embargo, hoy en día tales preocupaciones han cambiado e incluso se han invertido: la posibilidad de una “implosión” de la población es algo que parece que compromete nuestro futuro.
Según las proyecciones de las Naciones Unidas, la población de los países desarrollados es susceptible de adoptar una tendencia decreciente de forma constante a partir del año 2025. Si excluimos a los EEUU, el declive poblacional ya ha comenzado en gran parte del mundo desarrollado. Japón, Europa y Rusia podrían perder entre la mitad y dos tercios de su población a comienzos del próximo siglo. Este fenómeno también afectará a las grandes potencias demográficas como China y Méjico. Es por ello que para los líderes políticos de las principales economías, la reducción de las pensiones, los incentivos a la natalidad y la expansión de la inmigración es uno de los principales temas de debate. Algunos expertos dicen que no nos preocupemos. Dicen que menos gente puede ser una bendición: el crecimiento del nivel de vida continuará mientras la contaminación y la presión sobre el medio ambiente será menor. Por el contrario, otros opinan que el decrecimiento de la población traerá retos fiscales, económicos y geopolíticos que los líderes apenas han empezado a entrever.
El desafío fiscal parece ser el más preocupante para las economías basadas en un estado de bienestar. El decrecimiento de la población, provocado por una caída de la tasa de natalidad, junto a una esperanza de vida en aumento hará que se incremente la proporción de población anciana. En el año 2050, Japón y muchos países del viejo continente tendrán una población con una edad media que superará los 50 años. Ello supone que dos tercios de la población adulta reunirá los requisitos para beneficiarse de las pensiones públicas según la legislación actual. Tampoco podemos olvidar el impacto del envejecimiento demográfico en el gasto sanitario ya que el aumento del gasto público podría exceder fácilmente del 10% del PIB en muchos países. Los gobiernos tendrán que elegir entre subidas de impuestos que actuarían como un lastre para el dinamismo económico, o reducciones de las prestaciones sociales -pocos gobiernos se atreverían a llevar a cabo una medida tan impopular-. Además, para ello habría que recortar la dotación a otras partidas presupuestarias (como educación, infraestructuras y defensa) o gobernar con grandes déficit fiscales (y minar los ahorros nacionales). ¿Qué medidas pueden corregir el desafío fiscal que supone el decrecimiento poblacional que van ha experimentar nuestras economías?
El 16 de noviembre la Asociación de Antiguos Alumnos del IE celebra su Conferencia Anual. Este año el lema elegido es DESAFIOS DE UN PLANETA EN CAMBIO. Los recursos naturales, la globalización demográfica y los nuevos mercados / nuevas culturas son los grandes retos del siglo XXI son los temas que vamos a tratar. En esta página a la izquierda tienes un banner que lo explica ¿Te animas?
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