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    [post_content] => Hoy quiero retomar un tema que ha sido abordado durante el mes de julio por Juan Carlos Martínez y Rafael Pampillón en este blog de economía. El día 3 Juan Carlos planteaba una cuestión de gran interés, ¿cómo podemos ayudar a África?, y el 31 Rafael destacaba la importancia de la innovación en los países pobres.

Durante décadas muchos economistas (y varias instituciones) han chocado una y otra vez contra el mismo muro. La historia de África en la segunda mitad del siglo XX es la historia del fracaso de la ayuda destinada a la inversión productiva. África ha recibido gran cantidad de recursos destinados a poner en marcha inversiones productivas pero los resultados son bastante decepcionantes. No me estoy refiriendo a los casos en que los recursos han sido canalizados de manera impropia hacia consumos en vez de invertirse. Incluso cuando se ha puesto en marcha el proyecto previsto, ha sido frecuente el fracaso, por razones diversas.

Pensar que la clave para abandonar la pobreza en el tercer mundo es incrementar la ayuda y la inversión es naïve. La inversión per se no es la solución, ya que con frecuencia el fallo está provocado por un gobierno que entorpece la actividad económica. Un solo ejemplo. El Banco Mundial ayudó a financiar la fábrica de zapatos Morogoro en Tanzania durante los años 70. La fábrica contaba con trabajadores, maquinaria adecuada y la última tecnología disponible en la confección de calzado. El objetivo era que la fábrica proveyese todo el calzado que se precisaba en Tanzania y que las tres cuartas partes de su producción se exportase a Europa. Sin embargo, nunca llegó a utilizar más de un 4% de su capacidad instalada. Y, por supuesto, nunca exportó un solo zapato. La fábrica cerró en 1990. ¿No es chocante? ¿Qué pasó? Pues algo muy sencillo (y muy lamentable): entre otros factores, los rígidos controles del gobierno de Tanzania sobre sus reservas de dólares hacía muy difícil a los productores hacerse con esta divisa, lo cual era primordial para poder comprar en los mercados internacionales las materias primas que necesitaban para fabricar zapatos.


Por seguir con Tanzania, gracias a la ayuda internacional materializada en recursos para invertir, el capital por trabajador en la rama de las manufacturas creció a un ritmo del 8% al año entre 1976 y 1990. Pero la producción por trabajador no solo no aumentó, sino que disminuyó a un ritmo del 3,4% al año en el mismo período.

La acumulación de capital fruto de un proceso sostenido de inversión en los países en desarrollo ha generado efectos muy distintos: tanto Nigeria como Hong Kong incrementaron un 250% su stock de capital por trabajador entre 1960 y 1985. Los resultados, ya lo imaginan, fueron diametralmente opuestos: el producto por trabajador creció un 12% en Nigeria y un 328% en Hong Kong en dicho período de tiempo. La acumulación de capital en Gambia fue todavía más intensa en esas dos décadas y media. Gracias a la ayuda internacional Gambia incrementó su stock de capital por trabajador en un 500%, la misma cifra que en Japón. Pero la producción por trabajador creció un 2% en Gambia en esos 25 años, mientras que en Japón lo hizo en un 260%.

Un recorrido por muchos de los países menos desarrollados nos permite generar un catálogo de problemas causados por gobiernos ineptos (o corruptos) que impiden que un proceso de inversión acabe generando resultados positivos. Esos gobiernos son causantes de altos niveles de inflación, de ambientes de inseguridad jurídica, de la creación de mercados negros con altas primas sobre los precios oficiales, de notables déficit presupuestarios, de acabar con la iniciativa privada, tanto en el sector financiero como en el no financiero o de cerrar las economías a la competencia internacional, por mencionar algunos de esos problemas. Hasta que no sean capaces de solucionar esos problemas (en algunos países se están haciendo avances) es poco probable que los recursos invertidos allí generen los mismos efectos que en Asia, por ejemplo.

Pero este es el primer paso. No piensen que la panacea es la inversión. De hecho, los principales expertos en desarrollo destacan los rápidos rendimientos decrecientes de la misma, y apuntan hacia actuaciones que incrementen la productividad de estas economías como las vías para asegurar un crecimiento sostenido en el futuro. Esto es lo que destacaba Rafael en su post del 31 de julio y de lo que escribiré el próximo lunes.

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20
Ago

Inversión, buenos gobiernos y desarrollo

Escrito el 20 agosto 2007 por Valentín Bote en Economía Mundial

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Durante décadas muchos economistas (y varias instituciones) han chocado una y otra vez contra el mismo muro. La historia de África en la segunda mitad del siglo XX es la historia del fracaso de la ayuda destinada a la inversión productiva. África ha recibido gran cantidad de recursos destinados a poner en marcha inversiones productivas pero los resultados son bastante decepcionantes. No me estoy refiriendo a los casos en que los recursos han sido canalizados de manera impropia hacia consumos en vez de invertirse. Incluso cuando se ha puesto en marcha el proyecto previsto, ha sido frecuente el fracaso, por razones diversas.

Pensar que la clave para abandonar la pobreza en el tercer mundo es incrementar la ayuda y la inversión es naïve. La inversión per se no es la solución, ya que con frecuencia el fallo está provocado por un gobierno que entorpece la actividad económica. Un solo ejemplo. El Banco Mundial ayudó a financiar la fábrica de zapatos Morogoro en Tanzania durante los años 70. La fábrica contaba con trabajadores, maquinaria adecuada y la última tecnología disponible en la confección de calzado. El objetivo era que la fábrica proveyese todo el calzado que se precisaba en Tanzania y que las tres cuartas partes de su producción se exportase a Europa. Sin embargo, nunca llegó a utilizar más de un 4% de su capacidad instalada. Y, por supuesto, nunca exportó un solo zapato. La fábrica cerró en 1990. ¿No es chocante? ¿Qué pasó? Pues algo muy sencillo (y muy lamentable): entre otros factores, los rígidos controles del gobierno de Tanzania sobre sus reservas de dólares hacía muy difícil a los productores hacerse con esta divisa, lo cual era primordial para poder comprar en los mercados internacionales las materias primas que necesitaban para fabricar zapatos.


Por seguir con Tanzania, gracias a la ayuda internacional materializada en recursos para invertir, el capital por trabajador en la rama de las manufacturas creció a un ritmo del 8% al año entre 1976 y 1990. Pero la producción por trabajador no solo no aumentó, sino que disminuyó a un ritmo del 3,4% al año en el mismo período.

La acumulación de capital fruto de un proceso sostenido de inversión en los países en desarrollo ha generado efectos muy distintos: tanto Nigeria como Hong Kong incrementaron un 250% su stock de capital por trabajador entre 1960 y 1985. Los resultados, ya lo imaginan, fueron diametralmente opuestos: el producto por trabajador creció un 12% en Nigeria y un 328% en Hong Kong en dicho período de tiempo. La acumulación de capital en Gambia fue todavía más intensa en esas dos décadas y media. Gracias a la ayuda internacional Gambia incrementó su stock de capital por trabajador en un 500%, la misma cifra que en Japón. Pero la producción por trabajador creció un 2% en Gambia en esos 25 años, mientras que en Japón lo hizo en un 260%.

Un recorrido por muchos de los países menos desarrollados nos permite generar un catálogo de problemas causados por gobiernos ineptos (o corruptos) que impiden que un proceso de inversión acabe generando resultados positivos. Esos gobiernos son causantes de altos niveles de inflación, de ambientes de inseguridad jurídica, de la creación de mercados negros con altas primas sobre los precios oficiales, de notables déficit presupuestarios, de acabar con la iniciativa privada, tanto en el sector financiero como en el no financiero o de cerrar las economías a la competencia internacional, por mencionar algunos de esos problemas. Hasta que no sean capaces de solucionar esos problemas (en algunos países se están haciendo avances) es poco probable que los recursos invertidos allí generen los mismos efectos que en Asia, por ejemplo.

Pero este es el primer paso. No piensen que la panacea es la inversión. De hecho, los principales expertos en desarrollo destacan los rápidos rendimientos decrecientes de la misma, y apuntan hacia actuaciones que incrementen la productividad de estas economías como las vías para asegurar un crecimiento sostenido en el futuro. Esto es lo que destacaba Rafael en su post del 31 de julio y de lo que escribiré el próximo lunes.

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Durante décadas muchos economistas (y varias instituciones) han chocado una y otra vez contra el mismo muro. La historia de África en la segunda mitad del siglo XX es la historia del fracaso de la ayuda destinada a la inversión productiva. África ha recibido gran cantidad de recursos destinados a poner en marcha inversiones productivas pero los resultados son bastante decepcionantes. No me estoy refiriendo a los casos en que los recursos han sido canalizados de manera impropia hacia consumos en vez de invertirse. Incluso cuando se ha puesto en marcha el proyecto previsto, ha sido frecuente el fracaso, por razones diversas.

Pensar que la clave para abandonar la pobreza en el tercer mundo es incrementar la ayuda y la inversión es naïve. La inversión per se no es la solución, ya que con frecuencia el fallo está provocado por un gobierno que entorpece la actividad económica. Un solo ejemplo. El Banco Mundial ayudó a financiar la fábrica de zapatos Morogoro en Tanzania durante los años 70. La fábrica contaba con trabajadores, maquinaria adecuada y la última tecnología disponible en la confección de calzado. El objetivo era que la fábrica proveyese todo el calzado que se precisaba en Tanzania y que las tres cuartas partes de su producción se exportase a Europa. Sin embargo, nunca llegó a utilizar más de un 4% de su capacidad instalada. Y, por supuesto, nunca exportó un solo zapato. La fábrica cerró en 1990. ¿No es chocante? ¿Qué pasó? Pues algo muy sencillo (y muy lamentable): entre otros factores, los rígidos controles del gobierno de Tanzania sobre sus reservas de dólares hacía muy difícil a los productores hacerse con esta divisa, lo cual era primordial para poder comprar en los mercados internacionales las materias primas que necesitaban para fabricar zapatos.


Por seguir con Tanzania, gracias a la ayuda internacional materializada en recursos para invertir, el capital por trabajador en la rama de las manufacturas creció a un ritmo del 8% al año entre 1976 y 1990. Pero la producción por trabajador no solo no aumentó, sino que disminuyó a un ritmo del 3,4% al año en el mismo período.

La acumulación de capital fruto de un proceso sostenido de inversión en los países en desarrollo ha generado efectos muy distintos: tanto Nigeria como Hong Kong incrementaron un 250% su stock de capital por trabajador entre 1960 y 1985. Los resultados, ya lo imaginan, fueron diametralmente opuestos: el producto por trabajador creció un 12% en Nigeria y un 328% en Hong Kong en dicho período de tiempo. La acumulación de capital en Gambia fue todavía más intensa en esas dos décadas y media. Gracias a la ayuda internacional Gambia incrementó su stock de capital por trabajador en un 500%, la misma cifra que en Japón. Pero la producción por trabajador creció un 2% en Gambia en esos 25 años, mientras que en Japón lo hizo en un 260%.

Un recorrido por muchos de los países menos desarrollados nos permite generar un catálogo de problemas causados por gobiernos ineptos (o corruptos) que impiden que un proceso de inversión acabe generando resultados positivos. Esos gobiernos son causantes de altos niveles de inflación, de ambientes de inseguridad jurídica, de la creación de mercados negros con altas primas sobre los precios oficiales, de notables déficit presupuestarios, de acabar con la iniciativa privada, tanto en el sector financiero como en el no financiero o de cerrar las economías a la competencia internacional, por mencionar algunos de esos problemas. Hasta que no sean capaces de solucionar esos problemas (en algunos países se están haciendo avances) es poco probable que los recursos invertidos allí generen los mismos efectos que en Asia, por ejemplo.

Pero este es el primer paso. No piensen que la panacea es la inversión. De hecho, los principales expertos en desarrollo destacan los rápidos rendimientos decrecientes de la misma, y apuntan hacia actuaciones que incrementen la productividad de estas economías como las vías para asegurar un crecimiento sostenido en el futuro. Esto es lo que destacaba Rafael en su post del 31 de julio y de lo que escribiré el próximo lunes.

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