La fuga de cerebros, es decir, la emigración de trabajadores cualificados, perjudica a la mayoría de los países del mundo y beneficia casi exclusivamente a Estados Unidos. Europa, por ejemplo, exporta más cerebros de los que importa. Más de 400.000 científicos nacidos en Europa residen en EEUU, lo que supone el 40% del stock de investigadores que trabajan en dicho país. De los miles de europeos que realizan cada año su doctorado en Estados Unidos, el 70% opta por quedarse en territorio estadounidense. En el Tercer Mundo el problema es mucho más grave ya que la fuga de cerebros supone un grave obstáculo a la utilización de la tecnología para la expansión de la economía de esos países y la mejora de su nivel de vida.
Si analizamos los 50 países más pobres del planeta, comprobamos que alrededor de 1 millón de personas capacitadas viven y trabajan en los países desarrollados, lo que representa un éxodo intelectual del 15%, teniendo en cuenta que en esos países más pobres unos 6,6 millones de personas tienen formación superior. La situación es mucho más extrema en Haití, Cabo Verde, Samoa, Gambia y Somalia ya que, en los últimos años, han perdido a más del 50% de sus profesionales con formación universitaria. Se han ido a países industrializados en busca de mejores condiciones de trabajo y de vida. También Ghana presenta una elevada tasa; 26%.
Los países asiáticos están situados en un arco que comprende desde el 5% de India o China, al 15% de Corea del Sur, con Filipinas en el centro (10%). Irán tiene un 25% de sus graduados en el extranjero. Corea del Sur, que en los años 80 consiguió traer de vuelta a casa a dos tercios de los científicos doctorados en Estados Unidos, tiene ahora miles de graduados en el paro, que lógicamente están tramitando la visa para poder irse nuevamente a los Estados Unidos. Lo mismo está ocurriendo con los informáticos de la India. Por miles se cuentan también los venezolanos altamente cualificados que huyen de su país por la situación política, y encuentran ubicación en Italia y España. El 70% de los peruanos que terminan su doctorado en EEUU intentan quedarse a trabajar allí. Son ejemplos de la fuga de cerebros que, al no regresar, desangran a sus países de origen.
Los gobiernos de los países pobres deben procurar retener a sus profesionales cualificados ofreciéndoles mejores posibilidades de empleo y de carrera y deben también incentivar la vuelta de los emigrantes a fin de que contribuyan al crecimiento económico y a la mejora de los conocimientos en estos países. En este sentido los gobiernos deben aprovechar el fenómeno de la globalización que hace que los científicos y expertos más capacitados adquieran una mayor movilidad virtual y necesiten, por tanto, menor movilidad física. Efectivamente, ya no es imprescindible que el cerebro se marche a otro país para conseguir un trabajo mejor remunerado. Con el teletrabajo, se puede trabajar para EEUU o para un país de la UE desde casa. Gracias a Internet, miles de informáticos rusos trabajan a distancia para multinacionales. Ocho millones de personas están creando y manteniendo software en la India, lo que supone 8.000 millones de dólares anuales en exportaciones indias con clientes en todas las partes del Mundo. Pero para poder trabajar a distancia se impone que los gobiernos generen infraestructura de telecomunicaciones.
A la vez, el fenómeno de la “deslocalización” hace que muchas multinacionales se instalen en los países en desarrollo, lo que crea más oportunidades para los “cerebros locales”. Los gobiernos de esos países deben saber que favorecer la inversión extranjera es otra forma de atraer a los cerebros que se han ido y retener a los cerebros que todavía están. Las migraciones de los científicos del Tercer Mundo hacia países desarrollados pueden tener graves consecuencias. El trabajo de esos profesionales cualificados es un requisito previo para la modernización de las estructuras de producción y mejora de la salud y educación en esos países.
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