Hoy se presenta en la conferencia anual del U.S. Monetary Policy Forum un informe titulado “Understanding the Evolving Inflation Process”, elaborado por un granado grupo de macroeconomistas procedentes de la academia y de Wall Street. El estudio aborda la “Gran Inflación” de los 1970s, con origen en una política monetaria excesivamente laxa, y su posterior y tardío control a mediados de los 1980s, e intenta obtener algunas enseñanzas de esa evolución con respecto a la aparente calma en los precios que disfrutamos desde entonces en las economías avanzadas. Los autores llegan a la inquietante conclusión de que los actuales responsables de los bancos centrales no deberían acomodarse demasiado en la calma de la última década, dado que no ha habido ningún cambio estructural en nuestras economías que permita pensar en el fin de la volatilidad de los precios.
Como recoge un artículo de ayer en The Economist, a menudo los bancos centrales aluden a las expectativas de una inflación moderada como una evidencia de que la política monetaria llevada a cabo es la apropiada. Esto, que podría ser cierto en un contexto de inflación elevada, parece cuestionable cuando los precios se mantienen estables.
La aparente calma de la que disfrutamos, en definitiva, no está en absoluto garantizada. Resulta aconsejable una política monetaria vigilante y rigurosa, a pesar de que las señales sean positivas. Por oposición a quienes advierten de que las subidas de tipos podrían ahogar la incipiente recuperación en Europa, cabría preguntarse ¿estará siendo el BCE suficientemente riguroso?
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