WP_Post Object ( [ID] => 4418 [post_author] => 28818 [post_date] => 2007-01-26 16:55:00 [post_date_gmt] => 2007-01-26 15:55:00 [post_content] => Como recogía Juan Carlos en su post de ayer, China ha registrado en el año 2006 su mayor tasa de crecimiento desde 1995. En los últimos cincuenta años ningún país del mundo ha experimentado un crecimiento tan rápido y sostenido como el de China. Sin embargo, gran parte de la población de este país vive una realidad bien distinta en aspectos fundamentales para la estabilidad social y la futura sostenibilidad de ese crecimiento, como la equidad en la distribución de la renta, la propiedad de la tierra, la migración interna, la búsqueda de empleo, y, evidentemente, la libertad de expresión. Cuando China se adhirió a la OMC en el año 2001, no hubo demasiada oposición pública a los efectos que podría traer la globalización a la nación. Pero con el transcurrir del tiempo se ha podido asistir a una división entre los intelectuales chinos, incluyendo a los dirigentes del Partido, con respecto a los méritos del modelo capitalista adquirido. Este cambio se debe en buena medida al crecimiento de la desigualdad entre la población rural y la urbana, principalmente en el acceso a la salud y a los servicios públicos. En 1970 China presentaba la mayor equidad en la distribución de la riqueza en el mundo, pero en poco más de veinte años se había situado entre las peores del planeta, superando incluso la inequidad existente en países como Rusia. En 2006, las familias de más bajos ingresos (10% inferior) poseían menos de 2% de los activos del país, mientras que las familias de mayores ingresos (10% superior) poseían más del 40% de los activos totales. Con frecuencia, la expansión y el crecimiento urbano han llevado a la adhesión de las pequeñas aldeas adyacentes a las ciudades. Los campesinos asisten impotentes a la expropiación de “sus” tierras por los gobiernos locales y a su posterior venta a desarrolladores urbanísticos y constructoras, quienes obtienen importantes plusvalías. Alrededor de cien millones de personas han perdido sus tierras, total o parcialmente, en los últimos quince años, muchas veces sin ninguna compensación o recompensados tan sólo por su valor agrícola, equivalente a la décima parte de su valor en el mercado inmobiliario. Al tiempo, de entre las cincuenta personas más ricas del país más de la mitad ha hecho su fortuna en negocios de bienes raíces. Hasta hace poco tiempo, las limitaciones en el sistema migratorio habían mantenido a la China rural y la urbana radicalmente separadas. En los últimos años, la incorporación de la mano de obra rural a los empleos urbanos ha reducido esa división. Pero los inmigrantes de los pueblos suelen recibir los trabajos peor pagados, y generalmente les es negada la entrada al sistema subsidiado de salud y a las superpobladas escuelas públicas. A pesar del enorme número de desplazados, estimado en unos 300 millones de personas en las próximas dos décadas, todavía resulta difícil para los trabajadores y sus familias el emigrar desde las zonas rurales. Más aún si se tiene en cuenta que si se mudan de modo permanente a la ciudad dan permiso implícito al gobierno local para que sus tierras sean tomadas sin ninguna compensación. Sin duda, el acelerado crecimiento ha traído progreso económico a buena parte de China, pero también ha planteado grandes desafíos sociales al país, poniendo a prueba el liderazgo del Partido Comunista. Aún así, las reformas políticas que necesita y espera la población menos favorecida no parecen encontrarse en la agenda inmediata del Gobierno. De hecho, es poco probable que éste sea un tema relevante hasta después de las Olimpiadas del año 2008 o incluso del cambio de líderes políticos en 2012. A pesar de las crecientes manifestaciones y del desencanto de la población, el Gobierno central se mantiene firme en el poder y lo seguiría estando mientras continúe obteniendo cifras de dos dígitos en el crecimiento. Sin embargo, el “milagro chino” no durará indefinidamente, y esta forma de legitimación con base en un crecimiento que no ha llegado a toda la población es tan sólo una solución a corto plazo. Consciente de esto, el Partido parece empezar a apoyar más sus discursos en el nacionalismo que en los resultados económicos. Por suerte para las autoridades nacionales, los frustrados campesinos dirigen buena parte de sus críticas a las autoridades locales y regionales, en lugar de hacerlo hacia el Gobierno central. A pesar de haber registrado un desarrollo considerable en los últimos años, con más de 700 millones de ciudadanos viviendo en la pobreza China sigue siendo una economía en desarrollo. Resulta difícil encontrar otro país con un futuro más incierto. La continuidad de ese desarrollo no depende tan sólo de variables económicas, sino también de potenciales crisis sociales y políticas que podrían quebrar la larga trayectoria de crecimiento económico de esta nación. El sistema político y las instituciones chinas muestran una resistencia al cambio que no acompaña a la rapidez del crecimiento económico. La paciencia de los campesinos debería ser motivo de preocupación, sobre todo si se tiene presente que la historia moderna de China es el producto de una rebelión del campesinado, la que llevó al Partido Comunista al poder. [post_title] => China, ¿un gigante con pies de barro? 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Como recogía Juan Carlos en su post de ayer, China ha registrado en el año 2006 su mayor tasa de crecimiento desde 1995. En los últimos cincuenta años ningún país del mundo ha experimentado un crecimiento tan rápido y sostenido como el de China. Sin embargo, gran parte de la población de este país vive una realidad bien distinta en aspectos fundamentales para la estabilidad social y la futura sostenibilidad de ese crecimiento, como la equidad en la distribución de la renta, la propiedad de la tierra, la migración interna, la búsqueda de empleo, y, evidentemente, la libertad de expresión.
Cuando China se adhirió a la OMC en el año 2001, no hubo demasiada oposición pública a los efectos que podría traer la globalización a la nación. Pero con el transcurrir del tiempo se ha podido asistir a una división entre los intelectuales chinos, incluyendo a los dirigentes del Partido, con respecto a los méritos del modelo capitalista adquirido. Este cambio se debe en buena medida al crecimiento de la desigualdad entre la población rural y la urbana, principalmente en el acceso a la salud y a los servicios públicos. En 1970 China presentaba la mayor equidad en la distribución de la riqueza en el mundo, pero en poco más de veinte años se había situado entre las peores del planeta, superando incluso la inequidad existente en países como Rusia. En 2006, las familias de más bajos ingresos (10% inferior) poseían menos de 2% de los activos del país, mientras que las familias de mayores ingresos (10% superior) poseían más del 40% de los activos totales.
Con frecuencia, la expansión y el crecimiento urbano han llevado a la adhesión de las pequeñas aldeas adyacentes a las ciudades. Los campesinos asisten impotentes a la expropiación de “sus” tierras por los gobiernos locales y a su posterior venta a desarrolladores urbanísticos y constructoras, quienes obtienen importantes plusvalías. Alrededor de cien millones de personas han perdido sus tierras, total o parcialmente, en los últimos quince años, muchas veces sin ninguna compensación o recompensados tan sólo por su valor agrícola, equivalente a la décima parte de su valor en el mercado inmobiliario. Al tiempo, de entre las cincuenta personas más ricas del país más de la mitad ha hecho su fortuna en negocios de bienes raíces.
Hasta hace poco tiempo, las limitaciones en el sistema migratorio habían mantenido a la China rural y la urbana radicalmente separadas. En los últimos años, la incorporación de la mano de obra rural a los empleos urbanos ha reducido esa división. Pero los inmigrantes de los pueblos suelen recibir los trabajos peor pagados, y generalmente les es negada la entrada al sistema subsidiado de salud y a las superpobladas escuelas públicas. A pesar del enorme número de desplazados, estimado en unos 300 millones de personas en las próximas dos décadas, todavía resulta difícil para los trabajadores y sus familias el emigrar desde las zonas rurales. Más aún si se tiene en cuenta que si se mudan de modo permanente a la ciudad dan permiso implícito al gobierno local para que sus tierras sean tomadas sin ninguna compensación.
Sin duda, el acelerado crecimiento ha traído progreso económico a buena parte de China, pero también ha planteado grandes desafíos sociales al país, poniendo a prueba el liderazgo del Partido Comunista. Aún así, las reformas políticas que necesita y espera la población menos favorecida no parecen encontrarse en la agenda inmediata del Gobierno. De hecho, es poco probable que éste sea un tema relevante hasta después de las Olimpiadas del año 2008 o incluso del cambio de líderes políticos en 2012. A pesar de las crecientes manifestaciones y del desencanto de la población, el Gobierno central se mantiene firme en el poder y lo seguiría estando mientras continúe obteniendo cifras de dos dígitos en el crecimiento. Sin embargo, el “milagro chino” no durará indefinidamente, y esta forma de legitimación con base en un crecimiento que no ha llegado a toda la población es tan sólo una solución a corto plazo. Consciente de esto, el Partido parece empezar a apoyar más sus discursos en el nacionalismo que en los resultados económicos. Por suerte para las autoridades nacionales, los frustrados campesinos dirigen buena parte de sus críticas a las autoridades locales y regionales, en lugar de hacerlo hacia el Gobierno central.
A pesar de haber registrado un desarrollo considerable en los últimos años, con más de 700 millones de ciudadanos viviendo en la pobreza China sigue siendo una economía en desarrollo. Resulta difícil encontrar otro país con un futuro más incierto. La continuidad de ese desarrollo no depende tan sólo de variables económicas, sino también de potenciales crisis sociales y políticas que podrían quebrar la larga trayectoria de crecimiento económico de esta nación. El sistema político y las instituciones chinas muestran una resistencia al cambio que no acompaña a la rapidez del crecimiento económico. La paciencia de los campesinos debería ser motivo de preocupación, sobre todo si se tiene presente que la historia moderna de China es el producto de una rebelión del campesinado, la que llevó al Partido Comunista al poder.
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