El miércoles dio una conferencia en el Instituto el economista brasileño, Luciano Coutinho, en el marco de la presentación en España de la Cátedra “Celso Furtado” de Economía Brasileña. La Cátedra “Celso Furtado” está promovida por la Fundación Ortega y Gasset y por la Fundación Cultural Hispano-Brasileña, y tiene por objeto incentivar los estudios sobre la economía brasileña en las universidades y escuelas de negocios españolas
( http://www.fundacionhispanobrasilena.es/ ).
El profesor Coutinho, que es asesor personal del presidente Lula, hizo una magnífica radiografía sobre la buena marcha de la economía brasileña. La balanza por cuenta corriente presenta superávit por el incremento de las exportaciones, no hay tensiones cambiarias (de hecho el real se mantiene bastante apreciado con respecto al dólar), las reservas superan los 80.000 millones de dólares, la inflación podría acabar este año ligeramente por encima del 3%, y el superávit primario (saldo de las cuentas públicas sin imputar los intereses de la deuda) alcanzará el 4,5% del PIB. Es decir, casi todo funciona bien. Y digo “casi”, porque lo que de verdad lastra a Brasil es su deuda. Y no porque sea mucha, (apenas supera el 50% de su PIB, una cifra que ya le gustaría tener a muchos países de la zona euro), sino por su “mala calidad”, es decir porque está emitida a tipos muy altos y a muy corto plazo. Esto implica unos gastos financieros muy elevados, lo que lastra las cuentas públicas, y además obliga a mantener los tipos de interés en niveles nominales y reales muy altos (los reales podrían acabar este años por debajo del 10%).
En su primer mandato, Lula ha conseguido estabilizar la economía y alejar la desconfianza de los mercados hacia su administración, a pesar de los escándalos de financiación en los que se han visto envueltos su Gobierno y su partido. Ahora toca empezar a crecer de verdad, ya que en los últimos años, Brasil sólo ha aumentado su PIB a tasas del 3%- 4%, lo que es claramente insuficiente para reducir la pobreza de manera sustancial. Para ello será necesario abordar una reforma en la estructura del gasto público (en algunos aspectos la seguridad social brasileña se parece más a la de un país escandinavo que a la de un país en vías de desarrollo), al objeto de destinar fondos que incrementen el gasto productivo, sin olvidar que los tipos de interés deberían disminuir sensiblemente, para que la inversión privada tome mayor protagonismo. Un complicado reto, pues este tipo de reformas no suelen ser fáciles de llevar a la práctica.
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