Según las estimaciones publicadas hoy por el Banco de España, la economía española incrementó su crecimiento en el tercer trimestre hasta el 3,8%. Un ligero repunte de la demanda interna, junto al menor deterioro del sector exterior por el incremento de las exportaciones, parecen ser los responsables de esta aceleración. Por su parte, la Comisión Europea también detecta esa mejoría en las tasas de crecimiento, y apunta a que 2006 finalizará con un crecimiento del 3,8%, tres décimas por encima de sus últimas previsiones.
No hay duda, por tanto, que el famoso “España va bien” continua. La semana pasada los datos de la Encuesta de Población Activa (EPA), situaban la tasa paro en el 8,1%, ligeramente por debajo de la media comunitaria. Además la salud fiscal es excelente, puesto que 2006 volverá a terminar con superávit público. Mientras que países como Alemania o Portugal se ven forzados a incrementar el IVA para intentar cuadrar sus cuentas públicas, en España el año que viene nos permitiremos el lujo de bajar el Impuesto sobre la Renta y el de Sociedades. Y todo esto con los precios del petróleo en las nubes y en plena fase de endurecimiento de la política monetaria por parte del Banco Central Europeo.
Pero no hay que olvidar que tras estos magníficos resultados, los desequilibrios permanecen presentes. La inflación, a pesar de haberse moderado por la reciente disminución del precio del petróleo, sigue aumentando a tasas superiores a las de nuestros socios comerciales; el déficit comercial, continúa su crecimiento imparable; y la productividad disminuyendo. También hoy la Comisión Europea, tras la de cal, daba la de arena: volvía a alertar por enésima vez de los riesgos del endeudamiento familiar asociado a los altos precios de la vivienda. La pregunta es obvia: ¿Es sólida la situación de la economía española?, o ¿es el perfecto ejemplo del gigante con pies de barro?
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