Hace ahora 10 años, en el año 2000, el gobierno de Argentina pidió prestado 40 mil millones de dólares a instituciones financieras internacionales y nacionales, comprometiéndose, a cambio, a implantar reformas económicas conducentes a reducir su gasto público. Este préstamo no generó los resultados esperados, por lo que fue necesario realizar renovaciones de la deuda a través de nuevas negociaciones que permitieran extender los plazos de vencimiento y los pagos de sus tipos de interés, al mismo tiempo que recibían la ayuda del Fondo Monetario Internacional (FMI) para poder hacer frente a algunos pagos.
Sin embargo, la crisis seguía hundiendo la economía argentina y el FMI decidió suspender los desembolsos debido al incumplimiento, del gobierno, de las condiciones que había pactado con el FMI. Como respuesta a dichos acontecimientos, el 1 de Diciembre de 2001, el gobierno decidió restringir el acceso de los ciudadanos a sus depósitos bancarios con el fin de evitar la salida de dinero del país; este proceso fue denominado “el corralito”.
La deuda de Argentina, al igual que ocurre ahora con la griega, fue calificada por las agencias de rating a la baja, lo que hacía que el precio de los bonos argentinos cayeran y los tipos de interés aumentaran considerablemente. A principios del 2002, Argentina incumple con el pago de una serie de bonos, ocasionando un gran desconcierto entre los acreedores de todo el mundo y el consecuente desplome del valor de su deuda. Al gobierno no le quedó otra posibilidad que tomar ciertas medidas de emergencia, entre las que destacó la ruptura del tipo de cambio fijo y dejar a la moneda depreciarse drásticamente.
En este escenario gana las elecciones Néstor Kirchner que se da cuenta de que no contaba con los recursos suficientes para pagar la deuda, por lo cual decidió, en 2005, hacer una “quita”, un recorte de la deuda, del 65%. E mpago más alto de la historia reciente. Fue una imposición, no una negociación. Obligó a los acreedores a una reestructuración leonina, en vez de acudir a los cauces tradicionales como el Club de París o el Club de Londres para reprogramar las deudas a menores tipos de interés o con vencimientos superiores. Sin embargo, la decisión unilateral de Kirchner de recortar el 65% del valor nominal de la deuda vulneró estos procesos de negociación y de devolución de la deuda de forma ordenada. No todos los acreedores aceptaron la reestructuración, es decir, la pérdida de valor del 65%, y el gobierno repudió la deuda de los inconformistas que no aceptaron sus condiciones.
Ahora, en 2010, la presidenta Cristina Fernández, está utilizando las reservas de divisas del Banco Central para pagar pareçte de la deuda del país, y convencer a los mercados que tras la severa reestructuración de 2005 (una quita, que como hemos dicho fue del 65%) se desbloquee el regreso de Argentina al mercado de bonos y que acepten nuevos títulos. Para ello el gobierno ha decidido proponer un nuevo canje para “los inconformistas” que no aceptaron en 2005 el canje. El objetivo es eliminar del mercado de títulos impagados para mejorar la calificación de riego país y normalizar la relación de Argentina con los mercados financieros internacionales. Todavía no se sabe ni qué condiciones ofrecerá el gobierno ni cuál será la disposición de negociación de los inconformistas que tienen los bonos repudiados por lo que es imposible anticipar si la operación será exitosa.
¿Conseguirá Argentina hacer las paces con los mercados financieros internacionales? ¿Podrá Cristina Fernández colocar nueva deuda en los mercados? Grecia también soporta elevados niveles de endeudamiento, 115% del PIB, que exigirá un crédito del FMI y una negociación con los acreedores. El gobierno heleno tiene que reducir su deuda para no hundir su economía ¿Lo conseguirá? ¿Cómo? ¿Tendrá que hacer una “quita”?
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