Las recientes declaraciones del gobernador del Banco de España en su comparecencia ante la Comisión no permanente de seguimiento y evaluación de los acuerdos del Pacto de Toledo, han levantado una polémica importante. Sin entrar en el contenido de esas declaraciones, ni en la controversia general acerca de la sostenibilidad del actual sistema de pensiones, sí me gustaría plantear algunas reflexiones sobre lo sucedido, que no es sino repetición de algo muy habitual en nuestra sociedad.
¿Sabemos discutir?
Vivimos en un país donde resulta muy difícil –en ocasiones imposible- iniciar y mantener debates rigurosos, basados en el análisis sosegado de las distintas posturas, argumentos y propuestas. Con enorme facilidad y rapidez caemos en la tentación de descalificar a los demás desde planteamientos meramente partidistas o ideológicos. Es como si en nuestra cultura –a diferencia de lo que ocurre en otras latitudes- tuviéramos una tendencia irrefrenable a identificar ideas con personas. Así, las críticas a las acciones u opiniones de alguien se toman inmediatamente como ataques personales. O al contrario, esto es, atacamos a la persona con la pretensión de que con ello conseguimos demostrar lo erróneo o malintencionado de sus opiniones. Los méritos o deméritos de los argumentos quedan eclipsados por el ruido que acompaña al supuesto debate.
Este mal es palpable en muchos ámbitos. Está al orden del día en el de la política económica, donde se manifiesta de las más diversas formas. Creo que, por ejemplo, lo hace en la habitual falta de estudios y evaluaciones sobre las consecuencias de las medidas de política adoptadas. No hay autocrítica, y así es muy difícil debatir de manera productiva. En política económica, parece que lo que hace el gobierno o lo que plantea la oposición es o bien totalmente malo, o bien totalmente bueno. No hay matices, no hay análisis detallado, no hay auténtica discusión (Discutir viene del latín discutĕre, que significa disipar, resolver y no reñir ni chillar).
Seamos optimistas
Pero hay motivos para la esperanza. La crisis que padecemos parece que puede devolver valor a la cultura del esfuerzo, la sobriedad, etc.
También está dando lugar a que surjan propuestas y nuevas ideas con las que hacer frente a una situación económica tan distinta de aquella a la que nos habíamos acostumbrado. Sin ir más lejos, 100 economistas españoles de prestigio lanzaban el otro día un manifiesto para la reforma del mercado laboral.
Ojalá ejemplos como éste se multipliquen y alienten un debate profundo, serio, sin prejuicios, que nos ayude a mejorar como economía y como sociedad. Un debate abierto a todos, pero en el que no todo valga: valen las ideas y los argumentos.
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