Por Daniel Fernández-Kranz, Profesor de Economía en el IE Business School.
La Fundación de Estudios de Economía Aplicada (FEDEA) acaba de publicar su informe anual sobre el impacto de la inmigración en la economía española. Los mensajes claramente positivos del informe contrastan con los resultados negativos del último barómetro del CIS (Centro de Investigaciones Sociológicas), publicados un día antes. Según la última encuesta del CIS, la inmigración es percibida como un problema creciente para la mayoría de los españoles, hasta el punto de que para un 28% de los encuestados la inmigración es la principal causa de preocupación, por encima del paro o el terrorismo.
Los resultados del CIS no son del todo sorprendentes, dado el contexto actual de crisis económica, pero es en este mismo contexto cuando estudios como el del FEDEA cobran mayor importancia al revelar de forma objetiva y científica que el impacto de la inmigración en la economía española es claramente positivo.
Según este estudio, los inmigrantes, pese a representar un 11% de la población total, y pese a tener unos niveles formativos inferiores y estar ocupados en sectores de baja productividad, han sido responsables de más de la cuarta parte del crecimiento de la renta per cápita en España en los últimos diez años. ¿Cómo es posible que un colectivo que representa sólo el 11% de la población sea responsable de más del 25% del crecimiento de la renta per cápita? La respuesta se debe a la altísima participación laboral de este colectivo comparado con la de los nacionales. Por ejemplo, si la tasa de participación laboral (el porcentaje de individuos en edad de trabajar y dispuestos a hacerlo) es del 56,6% para los nacionales, en el caso de los inmigrantes latinoamericanos asciende hasta el 82,8%.
El estudio además señala la elevada movilidad tanto geográfica como sectorial de este colectivo de trabajadores. Esto significa que en caso de necesidad, como posiblemente ocurra ahora, los inmigrantes están más dispuestos a cambiar de sector o de destino de residencia que un trabajador nacional, lo que sin duda contribuye a dinamizar y flexibilizar nuestro mercado de trabajo.
Es cierto que el aumento del desempleo está recayendo de forma importante sobre los inmigrantes. Su tasa de desempleo ha aumentado en un año más del doble que la de los nacionales: 4,5 puntos porcentuales contra dos puntos porcentuales. Sin embargo, a tenor de los datos sobre movilidad laboral, este aumento del desempleo habría sido todavía mayor si los sectores que han destruido más empleo, construcción y servicios, se hubiesen nutrido mayoritariamente de trabajadores nacionales en lugar de inmigrantes.
Otro resultado interesante del estudio del FEDEA, que viene a confirmar el de trabajos de investigación anteriores, es que la mano de obra inmigrante es complementaria a la mano de obra nacional, es decir, los inmigrantes han ocupado puestos de trabajo que los nacionales no hubiesen aceptado. La mano de obra inmigrante no sólo no ha restado puestos de trabajo para los nacionales, sino que ha contribuido ha generar puestos de trabajo en sectores complementarios que han sido ocupados por españoles de origen.
La inmigración es un fenómeno relativamente nuevo en España y de gran impacto. Hasta 1990 España era un país emigrante, es decir, el flujo migratorio neto era negativo puesto que salían más personas de las que entraban en el país. Desde 1991 la tendencia se ha invertido de forma espectacular y en tan solo diez años hemos recibido más de cuatro millones de inmigrantes, a un ritmo de 600.000 por año desde 2002. Mientras que la economía española ha absorbido relativamente bien este enorme flujo de mano de obra, resultados como los del CIS apuntan a un deterioro de la percepción que la sociedad tiene del fenómeno de la inmigración. Todos los análisis indican que nos espera un año muy duro en cuanto a destrucción de empleo y caída de la actividad económica. Subrayar los efectos positivos que la inmigración ha tenido sobre la economía española estos últimos años es ahora más importante que nunca.
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