Esta semana el Instituto Brasileño de Geografía y Estadística informó que la producción industrial de Brasil se contrajo en diciembre de 2013 un 3,5%, su peor caída en cinco años, con lo cual la actividad del sector industrial, creció el año pasado un magro 1,2%. Para 2014 las perspectivas no son buenas: la actividad económica crecerá muy lentamente, el déficit público seguirá aumentando y se situaría en torno al 3,7% (el mayor desde 2003) y también lo harán los tipos de interés. Para luchar contra la inflación el mes pasado el Banco Central do Brasil subió los tipos de intervención un 0,5% situándolos en el 10,5% y el bono a diez años se sitúa en el 13,5%.
Todo ello en un año en que Brasil, sexta economía del mundo, albergará la celebración del Mundial de Fútbol que será una especie de examen parcial de como se desarrollarán en 2016 los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro. Estos acontecimientos, unidos a la celebración de las Elecciones Presidenciales en el mes de octubre, han hecho que el país se encuentre en el punto de mira internacional.
Entre 2003 y 2010 Brasil disfrutó de un crecimiento económico acelerado: más del 4% de media anual. Las reformas del Presidente Lula da Silva, la subida del precio de las materias primas y la entrada de capital extranjero podrían ser las causas de esta mejora económica. Un crecimiento que estuvo acompañado por un mayor desarrollo social. Las medidas de política centradas en la reducción del hambre, garantizar que la población tuviera unos ingresos mínimos y reformar la seguridad social permitieron la disminución de las desigualdades sociales y la pobreza.
No obstante, y pese a que el país ha continuado creciendo, la crisis económica ha hecho mella en su economía. Desde el año 2011 el ritmo de crecimiento ha sido menor: 2,7% en 2011, 0,9% en 2012, 2,6% en 2013 y una previsión del 2% para este año 2014. Un enfriamiento que se ha visto reflejado en el descontento mostrado por los ciudadanos durante el año pasado. La elevación del precio de los transportes fue la excusa para que cientos de miles de brasileños protestaran contra un sistema que permitía el despilfarro, altos niveles de corrupción y elevados niveles de exclusión social. Durante este año la atención internacional que ocasionará el Mundial de Fútbol será una oportunidad para que las protestas y rebeliones de los descontentos se escuchen en todo el mundo.
Y eso a pesar de que como señalamos más arriba tanto el gobierno de Lula como el actual de la presidenta Dilma Rousseff han sido capaces de realizar avances sustanciales en la lucha contra la pobreza y la desigualdad. Es más el principal activo electoral que presenta el Partido de los Trabajadores, al que pertenece Rousseff, en las elecciones de octubre es precisamente las políticas redistributivas, el aumento del salario mínimo en términos reales y un importante incremento de la clase media que representa casi el 60% de la población total.
Mal estado de las infraestructuras
Sin embargo, todas estas mejoras sociales han venido de la mano de un incremento del gasto público que ha obligado al gobierno a relajar las metas fiscales en los últimos años a la vez que ha descuidado la necesaria inversión en infraestructuras. Como consecuencia la red viaria está muy deteriorada e infradimensionada lo que ha llevado a un estancamiento de la competitividad brasileña frente a otros mercados emergentes. A esto, se le puede sumar, la mala situación de los aeropuertos y puertos. Un ejemplo, a día de hoy, Brasil no puede asegurar el transporte entre las diferentes sedes del Mundial de Fútbol debido a la reducida capacidad de sus aeropuertos y a la inexistencia de alternativas al transporte aéreo. Asimismo, los servicios turísticos únicamente garantizan el alojamiento del 23% de los más de dos millones de turistas que se espera que acudan al Mundial.
La solución de esta complicada situación requiere orientar el gasto público hacia actividades que permitan una mejora de la competitividad de la economía. Un ejemplo, solo la organización del Mundial costará más de 3.000 millones de dólares, más del triple de lo presupuestado. Esta falta de gestión racional del gasto público no parece que vaya a mejorar en este año electoral. Por tanto y aunque hace unas semanas en la reunión de Davos, Rousseff predicó sobre la virtud del equilibrio fiscal y de la estabilidad de precios sin embargo, parece probable que de aquí al mes de octubre, el sector público continúe aumentando su gasto para satisfacer al electorado descontento que se manifiesta con broncas en la calle.
Y mientras el gasto público aumente la inflación también lo hará; como consecuencia a) se erosiona el poder adquisitivo de la población y b) se obliga al Banco Central do Brasil a mantener tipos de interés altos para conseguir la estabilidad de los precios. Y esa política monetaria restrictiva junto con la crisis que sufre Argentina está provocando que se estén revisando a la baja las previsiones de crecimiento de Brasil para este año y que la producción industrial, como vimos más arriba, se debilite a la vez que aumenta la capacidad productiva ociosa (ha pasado del 80,7% en diciembre de 2012 al 79,4% en diciembre de 2013).
En definitiva, Brasil, que tiene un potente tejido industrial, que representa el 26% del PIB, abundantes recursos naturales, elevada cualificación de una parte de su mano de obra y una elevada cantidad de mano de obra barata podría conseguir mayores niveles de crecimiento económico. Desgraciadamente, la política económica populista le está pasando factura. De ahí que el Gobierno debería implementar un conjunto de reformas que redimensionasen el sector público, flexibilizasen el mercado laboral, recortasen los impuestos (tienen los tipos impositivos más altos de América Latina), redujesen el tiempo necesario para la creación de nuevos negocios y agilizasen los contratos entre el sector público y el privado para mejorar las infraestructuras lo que permitiría aumentar la competitividad de las empresas brasileñas.
Fuente: Rafael Pampillón Olmedo. “2014 ¿EL AÑO DE BRASIL?”. Expansión. Sábado 8 de febrero de 2014, página 38.
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