Las mujeres son en la mayoría de los países del mundo, la mitad de la población, sin embargo, casi sin excepción, su aportación económica está muy por debajo de este cincuenta por ciento, representando apenas un tercio de la población trabajadora mundial.
Las mujeres son parte de un círculo vicioso: la falta de oportunidades afecta en mayor medida a las mujeres y esta falta de mujeres en el mercado laboral hace incluso más difícil la recuperación. A pesar de que los niveles educativos femeninos, especialmente en los países desarrollados, ha crecido mucho en los últimos años, superando los masculinos en muchos casos, las mujeres no trabajan en la misma proporción que los hombres, están normalmente a cargo del trabajo doméstico y en ocasiones, dentro de la economía informal. La realidad muestra como hay muchas menos mujeres emprendedoras y muy pocas que llegan a las altas esferas empresariales.
Solamente si la tasa de participación laboral femenina españolas se equiparara a la masculina, el PIB español podría crecer alrededor de un 10% según los datos del Third Billion Index. Incluso considerando que algunas mujeres optaran por el trabajo a tiempo parcial para compatibilizarlo de manera más sencilla con su vida familiar y que inicialmente habría diferencias de productividad por la posible falta de experiencia de las mujeres en algunos sectores, el aumento podría llegar a ser del 6%. A escala mundial el crecimiento podría ser enorme: entre un 9% y un 15% para Japón, o entre un 5% y un 8% para Estados Unidos.
No parece que en los tiempos que corren estemos en condiciones de despreciar tamaño incremento de producción nacional. ¿Dónde están estas mujeres y como se las podría incorporar al mercado laboral? Este proceso funciona en dos fases: primero, encontrar un trabajo, y segundo, no ser penalizada en ese trabajo.
Para las mujeres es más complicado encontrar un trabajo. Los empleadores suponen que las mujeres se quedarán embarazadas y que no solo dispondrán de una baja por maternidad durante varios meses, sino que además, puede que después soliciten una reducción de jornada e incluso después estén menos involucradas en su trabajo. Toda esta cadena de suposiciones hace que las mujeres tiendan a recibir salarios más bajos y que vean reducidas las posibilidades de conseguir un trabajo. Los países del Norte de Europa, pioneros en este tipo de medidas, han creado la baja por paternidad, en genérico, donde tanto el hombre como la mujer se reparten el tiempo de cuidado de los hijos durante sus primeros meses de vida. Esta medida, equipara a los dos colectivos frente al empleador, dejando de penalizar a la mujer.
Y para las mujeres también es más complicado establecerse y promocionar dentro de su trabajo. La llegada de los hijos hace que sea probablemente la mujer la que decida renunciar de manera completa o parcial a su vida laboral. Las barreras sociales, culturales, la incompatibilidad entre los horarios laborales y escolares, la falta de flexibilidad laboral, combinado con la dificultad de acceso a servicios de cuidado de menores, provocan que uno de los dos miembros de la pareja tenga que hacerse cargo de todas estas tareas. Y aquí tampoco hay recetas mágicas, hace falta flexibilidad, racionalidad en los horarios y servicios accesibles para el cuidado de menores. Suecia y Noruega tienen tasas de fertilidad por encima de los 1,8 hijos por mujer, y las mujeres participan del mercado laboral en un 77% y 72% respectivamente, mientras que en el otro extremo podemos ver a Japón, con el 63% de sus mujeres dentro de la población activa y tasas de fertilidad de 1,4 hijos por mujer. Y en muchos casos, esta situación se ve reforzada por los menores salarios y menores perspectivas de éxito profesional, continuando con este círculo vicioso. Según la OECD, las mujeres ganan en promedio un 15% menos que los hombres por trabajos similares. En Japón esta diferencia es llega a ser del 27%. Además a las mujeres les cuesta mucho más llegar a altos puestos de responsabilidad y trabajan en mayoritariamente en el sector servicios, y más en concreto en los sectores con sueldos más bajos como el cuidado de personas. Y la realidad es que aunque cada vez hay más excepciones, las mujeres no están tan presentes en las altas cúpulas del poder empresarial. Noruega estableció en 2008 una cuota del 40% de presencia femenina en los consejos de administración de las empresas y a pesar de las reticencias iniciales, la cuota se ha cumplido, aumentando de manera exponencial la presencia de mujeres en puestos de responsabilidad empresarial.
Incorporar a las mujeres en el crecimiento del país y romper con este círculo vicioso implica convicción por parte de las instituciones que tienen que ser conscientes del valor real de la aportación de las mujeres a la economía. No se trata de incorporar minorías, sino de aprovechar el valor de un activo infrautilizado, que clama por poder aportar a la riqueza familiar y nacional y que solo ve barreras insalvables delante.
Fuente: Patricia Gabaldón. “El ejemplo del Norte de Europa”. El País. Suplemento Economía. 12 de enero de 2014, página 4.
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