Los principales bancos centrales se encuentran embarcados desde 2008 en un proceso de exploración de nuevas posibilidades de política monetaria que antes habría resultado impensable. Tipos de interés nominales prácticamente nulos, inyecciones de liquidez a largo plazo y compras masivas directas de diversos activos financieros forman parte de una nueva cultura monetaria a la que, por desgracia, acompaña también un sentimiento de frustración: la hiperactividad de los bancos centrales contrasta con la relativa ausencia de respuesta de la actividad económica. Y es que las consecuencias de sus actos están demostrando ser más financieras que reales, entre otras razones porque el proceso de desapalancamiento global de empresas, bancos y gobiernos es poco compatible con el crecimiento.
Que los bancos centrales al menos conservan su capacidad de influir sobre los mercados financieros lo demostró el BCE el pasado jueves. Hacía mucho tiempo que se echaba de menos la figura de un prestamista de última instancia de los gobiernos del euro y el banco emisor ha dado finalmente un paso al frente. Si bien sus compras potenciales, disfrazadas de pura ortodoxia monetaria, estarán limitadas al tramo corto de la curva de deuda pública y a aquellos países sometidos a la disciplina de un procedimiento de rescate, el mecanismo resulta creíble y por eso las primas de riesgo soberano de España e Italia, que ya se habían reducido notablemente con las primeras expectativas generadas a finales de julio, se han estrechado con fuerza desde su anuncio, impulsando adicionalmente al alza a la renta variable europea.
El BCE y la economía española
¿Sacará esto del agujero a la economía española? No. Lo que se consigue con el nuevo mecanismo de intervención es alejar el riesgo de quiebra del Estado español y sus bancos, que no es poco, facilitando la financiación del conjunto de la economía. Sin embargo hay al menos dos claras razones por las que esta circunstancia no se traducirá en crecimiento económico a corto y medio plazo: 1) el crédito (su oferta y su demanda) seguirá lastrado por las dificultades de los balances bancarios, empresariales y familiares; y 2) el rescate necesario para activar el mecanismo de intervención reforzará aún más la dirección contractiva de la política fiscal.
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En cuanto al primer banco central mundial, la Fed, pasado mañana llegará su turno estelar. La persistente fragilidad de la recuperación económica iniciada en 2009 ha llevado a una mayoría de analistas a considerar probable el anuncio de un nuevo programa de compras de activos, el tercero desde el inicio de la crisis (conocido en los mercados como QE3). En este caso, sin embargo, las perspectivas de repercusión económica son aún menores. Los tipos de interés de financiación del conjunto de la economía estadounidense son ya muy bajos, de manera que ni siquiera se producirá el “efecto alivio” europeo. Y la reducida voluntad de los agentes de solicitar y conceder créditos seguirá en gran medida vigente, en especial ante el riesgo de que en 2013 la política fiscal de EEUU se “europeíce”.
De este modo, los principales efectos del nuevo programa de la Fed podrían ser también predominantemente financieros. Aunque hay razones para considerar que se trata de un impacto menguante, las anteriores actuaciones de la Fed se han visto asociadas a un aumento de los precios de la renta variable y de las materias primas. El primero resulta deseable para los gestores monetarios: favorece el consumo y la inversión (efecto riqueza). Sin embargo, el segundo presiona al alza a los precios de consumo, afectando negativamente al gasto familiar.
Se aprecairá el euro y se deprecairá el dólar
Finalmente, hay otra consecuencia financiera a la que contribuyen ambas medidas (la del BCE y la probable de la Fed): apreciar al euro frente al dólar. El anuncio europeo, al reducir primas de riesgo del euro y favorecer el repunte de las rentabilidades en Alemania (se deshace el efecto refugio previo) apoya al euro; en cuanto al programa QE3, al generar la expectativa (en buena medida falsa) de que aumentará la oferta monetaria en dólares y al reforzar las expectativas de tipos de interés muy bajos durante mucho tiempo, perjudica al dólar. Y todo ello, desde luego, perjudica a las exportaciones europeas.
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