El fin de la ultima cumbre del planeta, en Rio de Janeiro, se ha quedado en decepción, como últimamente todas las grandes cumbres internacionales. Parece que en estos momentos, prima lo urgente sobre lo importante, y temas tan relevantes como la erradicación de la pobreza, la desigualdad, la conservación de la diversidad, se quedan en grandes promesas sin objetivos claros ni trayectoria.
Las primeras líneas del documento de mínimos al que se ha llegado empiezan con mucha fuerza: «to ensure the promotion of economically, socially and environmentally sustainable future for our planet and for present and future generations.» – para asegurar la promoción economica, social y de medio ambiente sostenible apra el futuro de nuestro planeta y para las generaciones presentes y futuras-. Y a partir de ahí, el texto se llena de recomendaciones, reconocimientos y llamadas a la atención, pero no hay un cambio radical en las aportaciones que ya se hicieron con los Objetivos del Milenio, por citar algunas.
El desarrollo sostenible implica un crecimiento económico lo suficientemente saneado para que permita que se mantenga en el tiempo, que los recursos sean reproducibles, y que los puedan disfrutar nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos. Esto implica la mejora del nivel de vida económico y social sin agotar los recursos naturales.
Algo muy interesante de esta propuesta es el papel esencial que presenta la mujer dentro de la erradicación de la pobreza y mejora del nivel de vida. No se trata de conseguir unicamente de que exista equidad de género, ni de que la pobreza ataque más a las mujeres en todo el mundo, si no de resaltar el papel de la mujer, especialmente en las economías de vías de desarrollo como impulsoras del crecimiento.
Dentro del documento, de 49 páginas, se cita la palabra mujer 57 veces: las mujeres como role model de las próximas generaciones, en el terreno político, económico y social. Más mujeres educadas y siendo parte del mercado de trabajo, aumentan directamente la producción del país; las mujeres como responsables de los entornos más rurales y por tanto, de la tecnificación de estos entornos agrícolas; las mujeres como las impulsoras y catalizadoras de los hábitos de higiene dentro de la familia, que reducen tanto las enfermedades infecciosas; la salud de las mujeres como madres de las siguientes generaciones; como multiplicadoras de la educación de los hijos; en definitiva, como una parte catalizadora esencial del crecimiento de los países.
Y no se trata solo de justicia social, sino de impacto económico. De crecimiento. De desarrollo. De mejora de la calidad de vida de todos.
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