Atendiéndonos a experiencias pasadas, existen varias formas de enfrentarnos a una crisis de deuda soberana, pero todos acaban afectando al tejido empresarial.
El primero es el más conocido y el más radical, ya que supone una suspensión de pagos unilateral como en Rusia en 1998 o en Argentina en el 2001. Esto supone que una parte importante del pasivo u origen de los fondos (prestados por particulares, empresas, entidades financieras u organismos multilaterales) no se paga y se convierte en una pérdida definitiva.
La segunda opción contempla ejemplos como los de Brasil o Turquía. Se basa en la implementación de políticas restrictivas durante un cierto tiempo. Teniendo en cuenta que se encontraron en un periodo de gran crecimiento se pudieron implementar políticas de oferta, con subidas de impuestos e incremento de la recaudación fiscal.
Finalmente la tercera solución sería aplicar una política de “represión financiera” como se hizo en la India o en el Líbano. Consistió en incitar u obligar a través de una regulación formal o de una persuasión informal a los actores financieros locales para que comprasen títulos de deuda soberana. Esto producía un efecto de “crowding out” sobre el sector privado a favor del sector público.
Estas son las tres vías conocidas. En una situación de bajo crecimiento como la que sufre Europa ¿Se debe implementar una cuarta vía?
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