La Reserva Federal anunciará mañana miércoles los detalles de su nuevo programa de expansión cuantitativa (“quantitative easing”) más conocido como QE2. Aún siendo conscientes del poder que los bancos centrales han acaparado en los últimos tiempos, pocas veces la decisión de una autoridad monetaria tendrá tanta importancia, no en vano el devenir de los mercados de renta fija y de valores en los próximos meses y, por tanto, el desempeño de la economía americana, puede estar marcado por las medidas que anuncie el banco central americano.
Y, desde luego, no lo tiene fácil Bernanke y su equipo tras las expectativas creadas en las últimas semanas. Las especulaciones se han desbordado e incluso se han realizado estimaciones de que el banco central americano podría comprar activos financieros por valor superior al billón de dólares, es decir, una cantidad parecida a la producción de bienes y servicios de la economía española durante un año, después de haber comprado casi 1,7 billones desde finales de 2008. Ante esta posibilidad, los tipos de interés a largo plazo han bajado y los mercados de renta variable han tenido un buen comportamiento situándose cerca de máximos anuales. El problema es que se defrauden estas expectativas por la intensidad o el calendario de compras y, que la respuesta de los mercados financieros sea la contraria a la buscada, lo que podría lastrar vía efecto riqueza el crecimiento de la actividad en EEUU.
La razón de que la FED esté ampliando balance estriba en el limitado recorrido que tienen en este momento los tipos de interés de corto plazo, al situarse en niveles muy cercanos a cero. En este sentido, al comprar activos de deuda pública se intenta rebajar los tipos a largo plazo, a los que están referenciados una parte importante de préstamos en EEUU (hipotecarios, corporativos, etc). El riesgo estriba en que el aumento del balance se termine transmitiendo a la inflación. Esa preocupación se reflejó la semana pasada en las rentabilidades negativas en la subasta de bonos indiciados a inflación. Sin embargo, ese riesgo de aumento incontrolado de los precios parece limitado si tenemos en cuenta la amplia capacidad productiva sin utilizar y la elevada tasa de desempleo, aunque, algunos pueden pensar que realmente se busca un aumento de las expectativas de inflación para reducir las rentabilidades reales y licuar la deuda en circulación. Sobre todo, si todo ello puede debilitar algo más el dólar y aumentar la contribución de la demanda externa a la recuperación.
Pero eso es jugar con fuego, incluso para el país que tiene la moneda refugio por excelencia. La FED está incurriendo en excesivos riesgos, al situar a la política monetaria en territorio desconocido (con un balance complicado de gestionar), cuando las ganancias potenciales sobre la actividad son limitadas. Es decir, los riesgos son asimétricos, pues no se puede obligar a empresas y consumidores a pedir créditos, aunque el dinero casi se regale, como se ha demostrado en Japón en las últimas dos décadas. Si esta nueva expansión cuantitativa fracasa, ¿que hará la Fed?, ¿embarcarse en un Q3 o en un Q4? Parece que se ha olvidado muy pronto los riesgos que conlleva la formación de burbujas en los mercados financieros.
Quizás el problema es la dificultad de ser conscientes de que la situación actual es diferente. Las autoridades económicas americanas siguen pensando que la política económica si se emplea con la intensidad adecuada puede hacer que el país vuelva a crecer rápidamente a ritmos superiores al 3%, lo que permitiría reducir el desempleo con mucha rapidez. Pero la realidad es otra, hasta que no se corrijan los desequilibrios y se reduzca la deuda acumulada tras años de vivir por encima de sus posibilidades, es difícil que la economía americana vuelva a recuperar ritmos superiores al 3%.
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