Al calor del verano he terminado de leer un artículo muy original de Greg Mankiw titulado “The Macroeconomist as Scientist and Engineer”. En él se dice que Dios puso a los macroeconomistas en la tierra no solo para elaborar, proponer y contrastar teorías elegantes sino y sobre todo nos puso para resolver problemas prácticos. Es más, los problemas que Él permite, tal como lo estamos comprobando en los últimos años, no son pequeños, son enormes. La Gran Depresión de los años treinta, fue una recesión económica a una escala sin precedentes, incluyendo un desempleo tan prolongado que no es una exageración decir que estaba poniéndose en duda la viabilidad del sistema capitalista. La Crisis del Petróleo puso en evidencia las insuficiencias del modelo keynesiano.
Greg Mankiw
El macroeconomista como científico y como ingeniero.
Hay dos tipos de macroeconomistas, aquellos que entienden su trabajo como un tipo de ingeniería, es decir que intentan resolver problemas reales y aquellos otros que buscan hacer progresar a la economía como ciencia. Los macroeconomistas pragmáticos (ingenieros o fontaneros), son los que resuelven problemas. Por el contrario, los científicos buscan entender a través de modelos teóricos cómo funciona la economía. A lo largo de la historia las aportaciones de los macroeconomistas ha variado entre estas dos funciones: la teoría y la praxis.
Los primeros macroeconomistas eran más bien pragmáticos e intentaban, por tanto, resolver problemas prácticos. En cambio los macroeconomistas de las últimas décadas han estado más interesados en desarrollar herramientas analíticas y establecer principios teóricos sofisticados de difícil aplicación práctica al menos en el corto plazo. Ello se debe a que, como ha señalado Juan Ramón Cuadrado, en muchos casos los modelos econométricos y otras herramientas sofisticadas suelen ser muy lentas y en muchas ocasiones inútiles para encontrar aplicaciones prácticas. Evidentemente, la macroeconomía ha evolucionado para que interactúen científicos (teóricos) y prácticos (ingenieros). Esta interrelación a veces ha sido muy productiva y otras veces no. Desgraciadamente a lo largo de la historia económica se han producido en bastantes ocasiones desconexiones importantes entre la macroeconomía como ciencia y como praxis.
Juan Ramón Cuadrado
Los pragmáticos han ido por delante de los teóricos
En casi todas las situaciones críticas la praxis (lo que hacen los policy makers) ha ido por delante de la teoría. Si observamos las dos grandes crisis económicas anteriores, la de los años 30 (Gran Depresión) y la de los años 70 (Crisis del Petróleo), observamos que en el primer caso hicieron falta casi cinco años, desde 1929 hasta 1934 para que políticos como Roosevelt (en EEUU) o Hitler (en Alemania) pusieran en marcha políticas de gasto público capaces de responder a la situación de insuficiencia de demanda agregada. John Maynard Keynes fue el macroeconomista que posteriormente, en 1936 (dos años después), teorizó la política económica que siguieron los gobiernos para salir de la Gran Depresión en su obra la Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero. Lo mismo pasó en el segundo caso. La crisis petrolífera empezó en diciembre de 1973 y las políticas económicas aplicadas por Margaret Thatcher y Ronald Reagan, que dieron respuesta a la crisis por el lado de la oferta, se pusieron en marcha a principios de los años 80: siete años después. Los teóricos, esta vez los de la economía de la oferta y la nueva macroeconomía clásica, tardaron bastantes años en explicar lo que pasaba y lo que había que hacer.
¿Hay un modelo económico que nos diga que debemos hacer?
Ahora en esta crisis (denominada la Gran Recesión), iniciada en 2007, parece que estamos todavía huérfanos de un modelo económico y de las políticas que nos puedan guiar para salir de de la crisis. No sabemos si hay que bajar impuestos o subirlos, si se debe aumentar el gasto público productivo o reducirlo, si se deben nacionalizar los bancos en crisis o se deben cerrar, si se debe inyectar capital público a las Cajas de Ahorro y nacionalizarlas o se deben privatizar con capital privado. Sabemos muy poco.
Conclusión
Para evitar cualquier confusión, debo terminar advirtiendo que esta no es una historia de buenos (fontaneros, ingenieros, pragmáticos y policy makers) por un lado y de malos (teóricos alejados de los problemas reales) por otro. Ni los científicos son más honrados que los pragmáticos ni los pragmáticos son mejores personas que los científicos. La diferencia tampoco está entre profundos pensadores por un lado y fontaneros incompetentes por otro. Tampoco la diferencia se encuentra entre, por un lado, fontaneros eficientes y, por otro, teóricos inútiles encerrados en su torre de marfil. Entre los que nos dedicamos a la macroeconomía algunos (los hacedores de la política económica) son mejores para resolver problemas prácticos y otros, en cambio, tienen mejores capacidades para resolver problemas científicos. Pero hay muchos profesionales que saben hacer muy bien las dos cosas. Y un apunte más: en ambos campos, los problemas son difíciles pero de gran satisfacción intelectual.
Así como el mundo necesita de científicos e ingenieros, la macroeconomía necesita de ambas mentalidades: la teórica y la práctica. Por eso creo que nuestra disciplina avanzaría más fácilmente, más rápidamente y daría soluciones a los problemas actuales si los macroeconomistas tuvieramos siempre presente que nuestro campo de trabajo tiene esas dos vertientes: una teórica y otra práctica.
¿Sabemos los economistas lo que tenemos que hacer para salir de esta crisis económica? ¿Hay explicación teórica a lo que nos está pasando? ¿Es esta una crisis por insuficiencia de demanda o por problemas por el lado de la oferta? ¿Qué política económica se debería aplicar?
Nota: Un análisis mucho más amplio y quizá distinto lo puedes encontrar en Juan Ramón Cuadrado: “Tres preguntas sobre la economía como ciencia y como práctica”. Universidad de Alcalá de Henares. 2010. Y N. Gregory Mankiw “The Macroeconomist as Scientist and Engineer” (conferencia en Harvard University). Mayo 2006
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