Hace casi tres años, el 22 de enero de 2007, cuando la economía española estaba en la parte más alta del ciclo económico, escribí un artículo en el diario “El Mundo” (página 33) titulado “¿Hay razones para preocuparse?”.
En ese artículo comentaba que los políticos españoles se estaban complaciendo de la benigna situación expansiva sin dar importancia a los grandes desequilibrios que el fuerte crecimiento económico estaba generando. Se decía: “Mucho me temo que en el año 2008 la economía española sufrirá un fuerte ajuste. Se observa, por ejemplo, que el mercado de la vivienda va perdiendo fuerza como resultado de la menor demanda….. parece probable que el auge termine en 2008, produciendo una contracción del consumo y un freno al crecimiento y al empleo.”
También se señalaba en el artículo que “el fuerte incremento del empleo (sobre todo inmigrante) está siendo el motor de nuestra economía, ya genera más renta y, por tanto, mayor demanda de consumo y de viviendas, lo que significaba más producción de bienes de consumo y más construcción, es decir, más crecimiento económico y empleo, lo que, a su vez aumentaba la renta… Un círculo virtuoso que se basa en buena medida en el crecimiento del empleo en dos sectores de baja productividad: la construcción y los servicios. ¿Pero qué pasaría si se frenase la construcción y, por tanto, el empleo? ¿Hay razones para preocuparse?”
La respuesta que di entonces se centraba en los malos resultados que España obtenía en competitividad, innovación, educación, libertad económica, creación de empresas, etc. Factores que señalaba entonces, y reitero ahora, son imprescindibles para que la prosperidad fuese sostenible.
Es necesario, decía que España 1) continúe con el proceso de liberalización y desregulación de mercados, 2) disminuya el tiempo necesario para poner en marcha una empresa, 47 días (el triple que la media de la OCDE), 3) elimine el exceso de intervencionismo que se está generando en los entes territoriales: regulaciones complejas, creación de empresas públicas o aumento de tasas y de trámites burocráticos que generan lentitud e incrementos en los costes empresariales, 4) realice una reforma laboral que permita la negociación salarial en el ámbito de las empresas y ajuste las subidas salariales a los aumentos de productividad, de lo contrario, la subsiguiente espiral precios-salarios atenazará la competitividad de la economía española, 5) aumente la capacidad de innovación para competir con tecnología propia y mejorar la dotación de capital humano 6) genere un marco en el que las empresas sean capaces de innovar, 7) mejore el nivel educativo, adecuándolo a las necesidades de un cambiante sistema productivo. Una sociedad mejor educada generará mejoras de productividad que favorecerán tanto al individuo como a la economía en su conjunto.
Y terminaba el artículo concluyendo: “Si hacemos estas reformas mejorará nuestra competitividad, subiremos puestos en los ranking internacionales, convergeremos con Europa y equilibraremos nuestras relaciones comerciales con el exterior. Si no lo hacemos puede que algún día lo lamentemos”.
Hoy es el día en que lo estamos lamentando. Acerté, algunas veces los economistas acertamos, pero, a veces, da mucha pena haber acertado.
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