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    [post_content] => Ayer la Ministra de Economía y Vicepresidenta Segunda del Gobierno, la Sra. Salgado, defendió la subida prevista del IVA, con la que el Gobierno prevé recaudar 15.000 millones más de euros para seguir alimentando la bomba del gasto público. La idea de que subir los impuestos a los trabajadores es bueno para ellos se basó en que el dinero que se les quita a los trabajadores repercute de nuevo en ellos, en términos de mayor gasto social, nuevas prestaciones, etc. De manera literal, la Ministra dijo lo siguiente: “Los ajustes fiscales que plantea el Gobierno sí van a afectar a los trabajadores, pero para su beneficio, porque el incremento de la recaudación va a resultar esencial para poder pagar las prestaciones de desempleo, para garantizar el gasto social y la ayuda a los más desfavorecidos por esta crisis. El esfuerzo que solicitemos va a revertir a los ciudadanos, particularmente a aquellos que lo están pasando peor”.

Al descubrir esta nueva perla de un miembro del Gobierno recordé de manera inmediata a Frédéric Bastiat, el economista francés de la primera mitad del siglo XIX, que en 1839 publicó una obrita muy interesante (la recomiendo encarecidamente), titulada “Lo que se ve y lo que no se ve“. No me resisto a reflejar en este blog, hoy, dos pasajes de dicha obra, porque creo que encajan perfectamente con lo que la Ministra nos ha dicho:

Aquí va el primero de los fragmentos. Es el inicio de la obra: “En la esfera económica, un acto, una costumbre, una institución, una ley no engendran un solo efecto, sino una serie de ellos. De estos efectos, el primero es sólo el más inmediato; se manifiesta simultáneamente con la causa, se ve. Los otros aparecen sucesivamente, no se ven; bastante es si los prevemos. Toda la diferencia entre un mal y un buen economista es ésta: uno se limita al efecto visible; el otro tiene en cuenta el efecto que se ve y los que hay que prever. Pero esta diferencia es enorme, ya que casi siempre sucede que, cuando la consecuencia inmediata es favorable, las consecuencias ulteriores son funestas, y vice versa.

Y aquí va la segunda, una pequeña historia sobre un cristal roto (probablemente muchos lectores ya la conozcan):  ”¿Ha sido usted alguna vez testigo de la cólera de un buen burgués Juan Buenhombre, cuando su terrible hijo acaba de romper un cristal de una ventana? Si alguna vez ha asistido a este espectáculo, seguramente habrá podido constatar que todos los asistentes, así fueran éstos treinta, parecen haberse puesto de acuerdo para ofrecer al propietario siempre el mismo consuelo: “La desdicha sirve para algo. Tales accidentes hacen funcionar la industria. Todo el mundo tiene que vivir. ¿Qué sería de los cristaleros, si nunca se rompieran cristales?” Mas, hay en esta fórmula de condolencia toda una teoría, que es bueno sorprender en flagrante delito, en este caso muy simple, dado que es exactamente la misma que, por desgracia, dirige la mayor parte de nuestras instituciones económicas. Suponiendo que haya que gastar seis francos para reparar el destrozo, si se quiere decir que el accidente hace llegar a la industria cristalera, que ayuda a dicha industria en seis francos, estoy de acuerdo, de ninguna manera lo contesto, razonamos justamente. El cristalero vendrá, hará la reparación, cobrará seis francos, se frotará las manos y bendecirá de todo corazón al terrible niño. Esto es lo que se ve.

Pero si, por deducción, se llega a la conclusión, como a menudo ocurre, que es bueno romper cristales, que esto hace circular el dinero, que ayuda a la industria en general, estoy obligado a gritar: ¡Alto ahí! Vuestra teoría se detiene en lo que se ve, no tiene en cuenta lo que no se ve. No se ve que, puesto que nuestro burgués a gastado seis francos en una cosa, no podrá gastarlos en otra. No se ve que si él no hubiera tenido que reemplazar el cristal, habría reemplazado, por ejemplo, sus gastados zapatos o habría añadido un nuevo libro a su biblioteca. O sea, hubiera hecho de esos seis francos un uso que no efectuará.”

¿Cuál es la enseñanza? Pues que la Ministra de economía encaja perfectamente en lo que Bastiat llama un mal economista, porque sólo se fija en lo que se ve, es decir, en que con los mayores impuestos recaudados se podrá gastar más, incluso en prestaciones sociales. Pero lo que no se ve es que ese dinero que sale forzosamente de los bolsillos de los trabajadores (en un caso para pagar un cristal; en el nuestro, para pagar más impuestos) repercutirá en que esos trabajadores tendrán menos recursos para consumir, lo que perjudicará a otros trabajadores (los que producen los bienes y servicios que consumimos) y, en el colmo de las paradojas, pueden tener que terminar necesitando esas prestaciones por desempleo que la Ministra quiere financiar con la subida de impuestos, porque se verán abocados al paro.
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24
Sep

¿Subir los impuestos beneficia a los trabajadores?

Escrito el 24 septiembre 2009 por Valentín Bote en Economía española

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Al descubrir esta nueva perla de un miembro del Gobierno recordé de manera inmediata a Frédéric Bastiat, el economista francés de la primera mitad del siglo XIX, que en 1839 publicó una obrita muy interesante (la recomiendo encarecidamente), titulada “Lo que se ve y lo que no se ve“. No me resisto a reflejar en este blog, hoy, dos pasajes de dicha obra, porque creo que encajan perfectamente con lo que la Ministra nos ha dicho:

Aquí va el primero de los fragmentos. Es el inicio de la obra: “En la esfera económica, un acto, una costumbre, una institución, una ley no engendran un solo efecto, sino una serie de ellos. De estos efectos, el primero es sólo el más inmediato; se manifiesta simultáneamente con la causa, se ve. Los otros aparecen sucesivamente, no se ven; bastante es si los prevemos. Toda la diferencia entre un mal y un buen economista es ésta: uno se limita al efecto visible; el otro tiene en cuenta el efecto que se ve y los que hay que prever. Pero esta diferencia es enorme, ya que casi siempre sucede que, cuando la consecuencia inmediata es favorable, las consecuencias ulteriores son funestas, y vice versa.

Y aquí va la segunda, una pequeña historia sobre un cristal roto (probablemente muchos lectores ya la conozcan):  ”¿Ha sido usted alguna vez testigo de la cólera de un buen burgués Juan Buenhombre, cuando su terrible hijo acaba de romper un cristal de una ventana? Si alguna vez ha asistido a este espectáculo, seguramente habrá podido constatar que todos los asistentes, así fueran éstos treinta, parecen haberse puesto de acuerdo para ofrecer al propietario siempre el mismo consuelo: “La desdicha sirve para algo. Tales accidentes hacen funcionar la industria. Todo el mundo tiene que vivir. ¿Qué sería de los cristaleros, si nunca se rompieran cristales?” Mas, hay en esta fórmula de condolencia toda una teoría, que es bueno sorprender en flagrante delito, en este caso muy simple, dado que es exactamente la misma que, por desgracia, dirige la mayor parte de nuestras instituciones económicas. Suponiendo que haya que gastar seis francos para reparar el destrozo, si se quiere decir que el accidente hace llegar a la industria cristalera, que ayuda a dicha industria en seis francos, estoy de acuerdo, de ninguna manera lo contesto, razonamos justamente. El cristalero vendrá, hará la reparación, cobrará seis francos, se frotará las manos y bendecirá de todo corazón al terrible niño. Esto es lo que se ve.

Pero si, por deducción, se llega a la conclusión, como a menudo ocurre, que es bueno romper cristales, que esto hace circular el dinero, que ayuda a la industria en general, estoy obligado a gritar: ¡Alto ahí! Vuestra teoría se detiene en lo que se ve, no tiene en cuenta lo que no se ve. No se ve que, puesto que nuestro burgués a gastado seis francos en una cosa, no podrá gastarlos en otra. No se ve que si él no hubiera tenido que reemplazar el cristal, habría reemplazado, por ejemplo, sus gastados zapatos o habría añadido un nuevo libro a su biblioteca. O sea, hubiera hecho de esos seis francos un uso que no efectuará.”

¿Cuál es la enseñanza? Pues que la Ministra de economía encaja perfectamente en lo que Bastiat llama un mal economista, porque sólo se fija en lo que se ve, es decir, en que con los mayores impuestos recaudados se podrá gastar más, incluso en prestaciones sociales. Pero lo que no se ve es que ese dinero que sale forzosamente de los bolsillos de los trabajadores (en un caso para pagar un cristal; en el nuestro, para pagar más impuestos) repercutirá en que esos trabajadores tendrán menos recursos para consumir, lo que perjudicará a otros trabajadores (los que producen los bienes y servicios que consumimos) y, en el colmo de las paradojas, pueden tener que terminar necesitando esas prestaciones por desempleo que la Ministra quiere financiar con la subida de impuestos, porque se verán abocados al paro.
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Al descubrir esta nueva perla de un miembro del Gobierno recordé de manera inmediata a Frédéric Bastiat, el economista francés de la primera mitad del siglo XIX, que en 1839 publicó una obrita muy interesante (la recomiendo encarecidamente), titulada “Lo que se ve y lo que no se ve“. No me resisto a reflejar en este blog, hoy, dos pasajes de dicha obra, porque creo que encajan perfectamente con lo que la Ministra nos ha dicho:

Aquí va el primero de los fragmentos. Es el inicio de la obra: “En la esfera económica, un acto, una costumbre, una institución, una ley no engendran un solo efecto, sino una serie de ellos. De estos efectos, el primero es sólo el más inmediato; se manifiesta simultáneamente con la causa, se ve. Los otros aparecen sucesivamente, no se ven; bastante es si los prevemos. Toda la diferencia entre un mal y un buen economista es ésta: uno se limita al efecto visible; el otro tiene en cuenta el efecto que se ve y los que hay que prever. Pero esta diferencia es enorme, ya que casi siempre sucede que, cuando la consecuencia inmediata es favorable, las consecuencias ulteriores son funestas, y vice versa.

Y aquí va la segunda, una pequeña historia sobre un cristal roto (probablemente muchos lectores ya la conozcan):  ”¿Ha sido usted alguna vez testigo de la cólera de un buen burgués Juan Buenhombre, cuando su terrible hijo acaba de romper un cristal de una ventana? Si alguna vez ha asistido a este espectáculo, seguramente habrá podido constatar que todos los asistentes, así fueran éstos treinta, parecen haberse puesto de acuerdo para ofrecer al propietario siempre el mismo consuelo: “La desdicha sirve para algo. Tales accidentes hacen funcionar la industria. Todo el mundo tiene que vivir. ¿Qué sería de los cristaleros, si nunca se rompieran cristales?” Mas, hay en esta fórmula de condolencia toda una teoría, que es bueno sorprender en flagrante delito, en este caso muy simple, dado que es exactamente la misma que, por desgracia, dirige la mayor parte de nuestras instituciones económicas. Suponiendo que haya que gastar seis francos para reparar el destrozo, si se quiere decir que el accidente hace llegar a la industria cristalera, que ayuda a dicha industria en seis francos, estoy de acuerdo, de ninguna manera lo contesto, razonamos justamente. El cristalero vendrá, hará la reparación, cobrará seis francos, se frotará las manos y bendecirá de todo corazón al terrible niño. Esto es lo que se ve.

Pero si, por deducción, se llega a la conclusión, como a menudo ocurre, que es bueno romper cristales, que esto hace circular el dinero, que ayuda a la industria en general, estoy obligado a gritar: ¡Alto ahí! Vuestra teoría se detiene en lo que se ve, no tiene en cuenta lo que no se ve. No se ve que, puesto que nuestro burgués a gastado seis francos en una cosa, no podrá gastarlos en otra. No se ve que si él no hubiera tenido que reemplazar el cristal, habría reemplazado, por ejemplo, sus gastados zapatos o habría añadido un nuevo libro a su biblioteca. O sea, hubiera hecho de esos seis francos un uso que no efectuará.”

¿Cuál es la enseñanza? Pues que la Ministra de economía encaja perfectamente en lo que Bastiat llama un mal economista, porque sólo se fija en lo que se ve, es decir, en que con los mayores impuestos recaudados se podrá gastar más, incluso en prestaciones sociales. Pero lo que no se ve es que ese dinero que sale forzosamente de los bolsillos de los trabajadores (en un caso para pagar un cristal; en el nuestro, para pagar más impuestos) repercutirá en que esos trabajadores tendrán menos recursos para consumir, lo que perjudicará a otros trabajadores (los que producen los bienes y servicios que consumimos) y, en el colmo de las paradojas, pueden tener que terminar necesitando esas prestaciones por desempleo que la Ministra quiere financiar con la subida de impuestos, porque se verán abocados al paro.

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